domingo, 5 de mayo de 2024

¿Pactará Feijóo con los nacionalistas?

 Resulta difícil escrutar los designios que se ocultan detrás de los enigmas. Se parece a los envoltorios que disfrazan los verdaderos rostros en las máscaras en los Carnavales; en los de Venecia, por ejemplo, con esas inverosímiles narizotas y sus sarcástica sonrisas. ¿Quién está detrás de la careta?


Alberto Núñez Feijóo no es tampoco uno de esos políticos que actúan desde la más absoluta transparencia en sus intenciones. Tiene esa actitud una cierta explicación. Llegaría a la política nacional desde su Galicia de origen en la que el espacio de centro derecha se encuentra unido, sin que le hicieran sombra ni el centro de Ciudadanos ni la derecha extrema de Vox, a un Madrid -dicho como referencia capitalina de España- en la que ambas opciones partidarias existían y tenían posibilidades de representación electoral.  La ambigüedad de la indefinición ideológica le resultaría útil para desarticular los restos del naufragio de Ciudadanos provocado por Rivera, unida esta actuación a la integración de algunos de los efectivos humanos que chapoteaban en torno de la balsa antes de su definitivo hundimiento. 


Feijóo arrojaría al mar un flotador a fin de recoger a esos náufragos e incorporarles después a su heterogénea marinería; una operación que ha completado en su candidatura europea. Le bastaría para ello el doble concurso de la imprecisión en los objetivos a seguir y la ambición de los rescatados del ahogamiento político.


Pero esa ausencia de definición no le está siendo útil con Vox. Entre otras cosas porque el partido que preside Abascal, pese a todas sus radicalidades y equivocaciones -que son muchos- no ha cometido por el momento el "error Rivera", consistente en traicionar su proyecto fundacional -el de Cs, servir de bisagra entre la derecha o la izquierda, impidiendo así que los nacionalismos continúen avanzando por estas yermas tierras de España-. Vox sigue, por lo tanto, campando a sus anchas en el terreno que el PP le deja, el de defender la españolidad -demasiado patriotera desde luego- y el combate sin contemplaciones a los nacionalistas... un discurso que ha trufado ahora del recelo ante el inmigrante, procedente de sus socios populistas en Europa y en los Estados Unidos.


Las recientes autonómicas vascas constituyen un buen ejemplo de lo que afirmo. El posicionamiento electoral del PP, enfocado de manera principal en asuntos de gestión (la Y vasca, la sanidad pública…), no ha intentado siquiera servir de dique de contención a un avance del soberanismo que no tiene parangón en la historia de esa región. Y ante la nueva *esquizofrenia vasca" (más del 80% de parlamentarios soberanistas, frente a sólo un 23% de ciudadanos que se declaran independentistas) el PP vasco no tiene otra política que ayudar con sus escaños al PNV.


La estrategia seguida por Feijóo en el País Vasco no le ha servido de mucho, sin embargo; el corto avance de sus gentes allí -un solo escaño- y la irrelevancia en el destino de las políticas a seguir en aquellas tierras. Para Cataluña parecen dispuestos a mudar de comportamiento.  Donde antes era mejor referirse a la gestión ahora es preferible hablar de Constitución. Porque, en el País Vasco, se trataba de tender la red para pescar a los nacionalistas insatisfechos por el apoyo de su partido a Sánchez -tentativa condenada de antemano al fracaso-; ahora se trata de convertir al PP en el partido de los españoles que en Cataluña están aburridos de la permanente labor destructiva del independentismo supremacista y de su catastrófica gestión de los asuntos.


En esta España de hoy, el partido que dice presentarse como el de todos los españoles no hace sino practicar una política diferenciada en cada región de España: en Galicia, asume un nacionalismo light; en el País Vasco, el apoyo al PNV; en Cataluña, el constitucionalismo; en Madrid, un liberalismo chulapo... ¡todo vale si es útil para el convento!


¿Y cuál es el factor aglutinante de todos estos elementos regionales? Habrá que convenir que ausente de unas políticas concretas, el centro derecha -o lo que sea- de Feijóo consiste solamente en diluirse en una operación electoral que pretende obtener el gobierno vertiendo en un partido vasija todos los contenidos que sean políticamente correctos, esto es, que no puedan resultar objeto de descalificación por sus contrarios socialistas a causa de su ubicación en la extrema derecha.


Y en ese envase de lo que parece ser políticamente correcto, caben también los partidos que han venido sometiendo a chantaje permanente a las formaciones políticas nacionales, que ya han sido identificadas como susceptibles para la suscripción de pactos. El más deseado objeto del deseo del PP parece ser el PNV, según ya hemos advertido; más complicado será el pacto con Junts, aunque inexplicablemente ya hablaron con el partido del prófugo con ocasión de la fallida investidura de Feijóo. ERC estaría fuera de radar, debido a que se les escapa a los populares por la izquierda; y Bildu también, porque hay un río de sangre entre los dos.


El problema de todo esto no son sólo los pactos, que también; el problema es la renuncia que éstos conllevan. La renuncia a que, en la práctica, Cataluña y el País Vasco continúen formando parte de España, la consolidación de éstos como territorios exentos; y, con ella, la renuncia al principio constitucional de igualdad de los españoles respecto de la prestación de servicios, de unas cargas fiscales equivalentes, de unas infraestructuras similares...


No cabe invocar la Constitución de 1978 como único aglutinante de un discurso que carece de perfiles, cuando se pretende convenir con quienes están comprometidos a destruir esa impresionante obra de ingeniería política que fue el consenso. 


Cuando llegue la hora de despojarse de la máscara, seguramente nos encontraremos con un hermano siamés del PSOE al que pretenden sustituir. Quizás algo más arreglado y menos insolente que aquél, pero hijo de los mismos padres y perteneciente a la misma camada. Y si no, al tiempo...

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