sábado, 9 de marzo de 2024

Je suis un autre

 Traigo hoy a este blog el comentario de una canción de Georges Moustaki. Un cantautor que se prodigaba con frecuencia en los casi íntimos escenarios de las pequeñas salas de conciertos. Era este cantante una de esas figuras que uno espera encontrar en un clásico café de París, recabando la atención de un público al que quizás le interesen más sus asuetos privados que los acordes del intérprete; pero que, asombrados de repente por la belleza de las palabras y la musicalidad de sus canciones, dejarán a un lado sus cuitas y seguirán con atención profunda las evoluciones del artista.


El músico, nacido en Alejandría, en el seno de una familia judeo-griega, originaria de la isla de Corfú, se crió en un ambiente heterogéneo, en el que se confundían las culturas judía -su religión-, griega, italiana, árabe y francesa. Patria de acogida la de esta última nación, Moustaki, viajaría a París, donde tendría la oportunidad de escuchar a uno de los grandes de la música, Georges Brassens. Admirador ferviente del poeta y cantante, nacido en Sète, decidió adoptar su nombre de pila como propio.


Más conocida sería su afinidad con Édith Piaf, con la que, además de mantener una relación amorosa, sostuvo una cercanía profesional, componiendo para ella la canción "Milord"; de igual manera que crearía temas para Serge Reggiani o Yves Montand -amigo íntimo, este último, del escritor y político español, Jorge Semprún. 


En "Je suis unautre", "Soy otro", o "soy otra persona", Moustaki se descompone de una manera dialéctica, en la que establece un universo de contrarios. Se presenta a sí mismo como "un debutante en los tiempos que le han blanqueado -o le han encanecido-, un beatnik que envejece, un patriarca novicio". Es un "jardinero libertino" al que le gusta la aventura, un viajero sin embargo inmóvil, un "soñador despierto".


Es el poeta una lagartija que ha nacido cansada, un optimista amargo y un pesimista alegre. Es un hombre de hoy, pero al que le ha crecido una barba de apóstol. Y, pudiendo ser todas esas cosas a la vez, sin embargo, es otro.


El cantante se hace uno con los demás, se funde entonces con un organismo compuesto por otros seres. Y anuncia: "Yo soy tú, soy yo, soy el que se parece a mí, y me parezco a los que hacen juntos el camino, para buscar, para cambiar de vida, antes que morir de un sueño incumplido”.


Se diría que el artista se disuelve en una masa que va y viene, como les ocurre a quienes se integran en el partido -el comunista, por supuesto-, perdiendo así cualquier noción de individualidad. "El partido piensa, el partido ordena, el partido tiene siempre la razón...". Con esas gentes me voy por donde sopla el viento, allí donde está la fiesta o donde se sufre. Pero cuando me adormezco entre las hierbas altas, me encuentro solo y soy otra persona. El poeta recupera siempre un hálito de identidad personal, más allá de esa tribu que baila y que a veces lo pasa mal. El artista es más bien un libre-pensador, un libertario pacífico, como lo era su admirado Brassens.


El bardo nos dice que su propósito consiste solamente en hacerse escuchar. Como los juglares medievales, Moustaki se ha colgado la guitarra al cuello para compartir con nosotros sus canciones, para gritar, eso sí, en voz baja, todas sus revueltas. No aparece aquí el término “revolución", en ese diálogo que, recuerda Stefan Sweiz en su biografía de 

María Antonieta. Le preguntaba Luis XVI al duque de La Rochefoucauld-Liancourt en el atardecer del 14 de julio de 1789: "¿Es una revuelta?" "No, Sire. Es una revolución", le contestaría el aristócrata al monarca. El poeta viene a contarnos sus penas, pero de manera desenvuelta. No es preciso dramatizar demasiado, parece advertirnos; los juglares, después de todo, sólo queremos divertir.


Para eso, ha dejado el cantante en su camerino lo que le quedaba de pudor, esa timidez que nos impide proyectar nuestras emociones hacia el público; ese "striptease” que nos ocurre siempre que se levanta el telón y las gentes te observan con una expresión a medio camino entre la curiosidad y la extrañeza. El miedo escénico lo combate Moustaki dejando atrás sus vergüenzas. Las luces se ciernen entonces sobre él, descubierto ya; y el poeta nos hablará de los amores, que son un poco los nuestros, que son, en realidad, suyos, incluso si él sigue siendo otro.

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