Vic se licenció en Psicología y Magisterio. Concluidos sus estudios intentó suerte en el ámbito de la enseñanza, en el colegio en el que había cursado sus estudios secundarios. Le dijeron que allí no existían vacantes, aunque sabían de la existencia de una plaza libre en una prestigiosa institución cultural. Y allí se fue, y en ella consumió toda su actividad profesional. Una vez jubilada, retornaría ella a la actividad que más le habría gustado ejercer. Tuvo noticia de la necesidad de profesores para ofrecer clases de apoyo, en una iniciativa impulsada por la Comunidad de Madrid, y resultaría seleccionada para esa tarea.
Una tarde por semana, Vic recoge sus bártulos y se dirige a un colegio público de la calle Bravo Murillo, en un barrio donde se concentra un abigarrado grupo de personas procedentes de la inmigración, preferentemente de origen latino. Allí se encuentra ella con diversos alumnos, entre los cuales siempre hay uno que requiere de su atención preferente. Este curso que está concluyendo ahora, el chico en cuestión es Lennon, un muchacho ecuatoriano de 10 años que vive con su madre en una de las callejuelas perpendiculares a la citada travesía madrileña.
Leila -que así se llama la madre de Lennon- gerencia un bar en otro barrio de la capital. Lo de “gerenciar” no deja de constituir uno de los eufemismos a los que resulta tan propicio el léxico de lo políticamente correcto en España; en realidad, el trabajo de la madre de Lennon consiste en ser la encargada del establecimiento de hostelería.
Ella no tiene marido, tampoco pareja. El padre de Lennon desapareció en Ecuador, poco después de que Leila se quedara embarazada. De modo que sólo tres años más tarde, esta familia monoparental pondría rumbo a Madrid.
Leila y Lennon comparten cocina y sala de estar con un matrimonio de su misma nacionalidad, sin hijos. Los abuelos del chico viven cerca de ellos.
Lennon es un muchacho algo rollizo. Tiene los pies planos y camina un poco a trompicones, como si avanzara sobre la cubierta de un barco. Es también algo lento de comprensión. Y tiene muy buen fondo. Vic es una profesora que sabe de enseñar, pero también conoce que el elemento fundamental de la justicia consiste en ofrecer a cada uno lo que le corresponde, algo así como equilibrar los inconvenientes respecto de las ventajas. Y por eso dedica más tiempo a Lennon que a otros de sus compañeros.
Una tarde se decide a invitar al muchacho a una merienda. Pero Lennon no se atreve a pedir permiso a su madre, de modo que una de esas tardes de clase, Vic le sugiere a su alumno que ella misma se lo diga a Leila, cuando va a recogerle al colegio. La madre ecuatoriana es una mujer joven, que no ha cumplido aún los 30, menuda y reservada. Apenas con un hilo de voz acepta el ofrecimiento de la profesora de su hijo. Convienen que la merienda tendrá lugar el siguiente martes.
Llegada la fecha, Lennon no asiste a la clase de apoyo: dos jovenes altos y fornidos le están haciendo preguntas que el niño contesta con reparos. Terminado el interrogatorio, Vic intenta llevarse a Lennon a merendar. “No es posible”, le dice alguien. Pero Vic no acostumbra a aceptar un no por respuesta y continúa inquiriendo acerca de la causa de esa imposibilidad.
- Hay una denuncia por malos tratos -le advierten.
Así que Vic sigue preguntando para recabar una información más concreta. Pero no será hasta que llegue el siguiente martes para que ella obtenga una noticia más detallada acerca de lo acontecido. La información se la proporciona el propio Lennon “Mi madre me ha pegado -le cuenta-. No quería lavarme los dientes…”
El caso es que el chico tiene un buen cardenal en el brazo. Y además existían precedentes. En otras ocasiones Leila ha propinado algún otro golpe a su hijo.
Leila pasa tres días separada de su hijo, en comisaría. Y Lennon ha sido depositado en ese tiempo en la casa de sus abuelos.
El siguiente martes -pasadas las vacaciones de Semana Santa- tiene lugar finalmente la comprometida merienda. Lennon engulle una hamburguesa con patatas, unas tortas bañadas en chocolate caliente y un batido de fresa.
- Mi madre se ha enfadado conmigo -informa a Vic, algo más relajado-. Dice que soy un chivato. El caso es que no voy a hablar nunca más con nadie… -agrega.
- Si quieres me lo cuentas a mí -sugiere Vic-. Y yo te guardaré el secreto.
Y parece que Lennon está de acuerdo con la fórmula.
- Lo que tienes que hacer es portarte bien -le dice Vic-. Por dos razones: primero por ti mismo, porque los niños tienen que portarse bien siempre; pero también por tu madre, para que no se ponga nerviosa contigo…
Lennon asiente entre bocado y bocado. Y le cuenta que algunos de sus compañeros le están haciendo el vacío.
De regreso al colegio, la profesora de apoyo se dirige al director del centro, inquiriendo acerca de la situación de su alumno en cuanto al trato que recibe en clase. El responsable está agobiado ante las bajas de los enseñantes y la necesidad de casar la menguante oferta con la permanente demanda de alumnos.
- ¿Lennon? Está bastante menos atosigado éste que el curso pasado… -acierta a resumir, en tanto que consulta un listado en el ordenador que tiene ante sus ojos.
Y Vic hace un gesto de contrariedad antes de abandonar el despacho del responsable escolar. Un chico que lleva de su casa al colegio la mochila de problemas de una vida que recae sobre sus hombros. Una vida en la que el afecto se le administra a cuentagotas en tanto que las contrariedades se le van acumulando sin cuenta.
Vic le compra una caja de acuarelas y un cuaderno de hojas gruesas para que pinte sobre ellas, y unas canicas. Es su regalo de fin de curso.
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