miércoles, 6 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (11)


Entonces le abres la puerta de la calle y el perro sale al jardín. Pero tampoco en eso es como los demás. Aski se da un corto paseo -no advertirás que levanta su pata para dejar su rastro concentrado de pis nocturno- y volverá al refugio del felpudo, en el calor de una mañana de verano que inunda todos los días esa parte de la casa. Y como está la puerta abierta, entrará de nuevo en diversas ocasiones para ver lo que pasa y para pedir alguna que otra cosa con la que él también pueda desayunar.

Nos habían dicho que Aski desayunaba todos los días en el hotel Erro, donde su cocinero le daba las sobras del día anterior y que constituían el principal, si no el único alimento del perro. Pero tampoco ocurría eso en los primeros días que pasaba Aski con nosotros. Y la comida que le dábamos se reducía a sobras de las nuestras, alguna galleta para perros y jamón de York, que comprábamos con inusitada frecuencia, dada la comprobada capacidad de ingesta por este perro de ese producto. Pero esa no era alimentación adecuada para el teckel, de modo que le compramos un saco de comida para perros. Aceptó la dieta en un primer momento, claro que cuando ya no le dábamos productos más apetitosos. Pero ya el siguiente día, desaparecía Aski de casa para volver al rato, casi despreciando hasta un buen pedazo de jamón: el hotel había vuelto a proveer al perro de su dieta acostumbrada.

Y así irían pasando los días finales de aquel mes de agosto. Un perro feliz y unos amos nuevos encantados con él. En el paseo y en casa. Y unos amos antiguos a quienes la situación no debía parecerles demasiado razonable, pero que se lo tomaban con filosofía, dado que observaban que el perro actuaba impulsado por sus propias convicciones.

- ¡Nunca nos había hecho esto! -exclamaban asombradas. Y era que Aski, perro social donde los haya, había seguido a peregrinos del Camino de Santiago, hasta más allá de 15 kilómetros a contar desde su casa, o se había introducido de manera inadvertida en el asiento trasero de unos turistas que metían sus maletas a la salida del hotel Erro. De modo que habían marcado sus amas un teléfono móvil en la correa del teckel. Pero nunca hasta ahora el cambio de morada se había producido de forma tan evidente.

Empezaría así el final de nuestras vacaciones en una contemplación de nuestra nueva mascota que analizaba cada uno de sus movimientos y actitudes, cuando Aski se encontraba presente, y las recordaba todas, cuando dormía. Tema recurrente de conversación y de preocupación ante la menor de sus circunstancias anómalas. Inquietud que era más habitual en Vic que en mi. Al fin y al cabo, mi mujer nunca había tenido perro y jamás lo volvería a tener, si no fuera este Aski.

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