miércoles, 19 de marzo de 2014

La ascendente carrera de Salvadof Moreno (7)


De modo que Cayetana y Adelaida se convertían en inseparables amigas en los torneos de paddle o de golf de Puerta de Hierro, comedores, rastrillos  de la Orden de Malta y elegantes cocktails en las casas más aristocráticas. Era tal su unidad que, cuando se narraba el acaecido evento, se decía que al mismo había asistido "Cayelaida".

A la sombra de tan solidaria pareja florecería una solida amistad entre sus cónyuges. Claro que Alvargomez, que no por cortesano tenía un pelo de tonto, pronto se daba cuenta de las limitaciones intelectuales de Salvador Moreno, pero también que resultaba adecuadamente telegénico y seguramente que más aun controlable y por ello fiable.

Fue entonces cuando su carrera derivaría plenamente hacia la política. Y decimos que plenamente porque no otra cosa era lo que había realizado Salvador Moreno desde que, afincado en Madrid, una vez abandonados sus iniciales años neguriticoguechotarras emprendía el abogado en los astilleros públicos o en el publicisimo INI.

Pero para ello tendría Moreno que esperar a que el PP llegara al poder en 1996, de la mano de la corta ventaja electoral obtenida por José María Aznar, impulsado por el maremoto de corrupción política y la desatinada manera de encarar el terrorismo de su predecesor.

Porque no era Salvador persona proclive a la militancia de partido, a manchar sus magníficos zapatos en el lodazal de la política, a atender los discursos de las agrupaciones locales de las organizaciones, a repartir folletos por las calles, a asistir a las elecciones como interventor... No, para él la política estaba hecha de moquetas, alfombras y despachos decorados al más puro estilo british.

Resulta comúnmente aceptado por los cronistas de la época que, en el despacho que el presidente electo tenía con Su Majestad para el comentario por el primero de la composición de su gobierno, Aznar llevaría para Defensa al ex ucedero, Rafael Arias Salgado, pero que Don Juan Carlos rechazaría ese nombre, en lo que -todo hay que decirlo- no entraban las previsiones constitucionales y su menguada capacidad de acción de acuerdo con la más alta normativa. Aun así, el todavía flamante Primer Ministro cedía y aceptaba al amigo del Rey, al que llamaremos en esta historia Emilio Serrano.

(Abro aquí un paréntesis, y señalo que así hago coincidir los apellidos del primer Ministro de Defensa del PP con el del afamado "general bonito" que, por más señas dispone de principal calle en el barrio de Salamanca de Madrid. Y es que, como dicen los italianos, "si non é vero, é ben trovato").

Cerrado el paréntesis, retorno a nuestra historia. Lograda de esta manera la nominación de Serrano, este debía completar el organigrama de su departamento. Y ahí entraba también el ojo vigilante, el oído atento y el susurro obstinado de Alvargomez, en este último caso hacia la regia persona.

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