lunes, 27 de enero de 2014

Alicia Chávarri


Interrumpo la narración de la historia que les está acompañando a ustedes para dedicar un breve recuerdo a la memoria de mi prima Alicia Chavarri, fallecida en Madrid hace escasos días.

En el recuerdo de Alicia, una primera persona emerge con una enorme fuerza, la de nuestro primo común Alfonso Zunzunegui, que nos abandonara hace algunos años.

Yo había enviudado aquel año y se ceñía sobre mí la proximidad de un verano en soledad o de horas de unidad de cuidados intensivos junto a la cama de mi hija. Pero Alfonso, siempre al quite, me decía. "Mica -Micaela Valdés, su mujer- tiene una casa en Pravia. ¿Te vienes a pasar unos días en agosto? Además -añadiría-, podrás conocer a otra prima".

Era Alicia. Pero no tuvo que llegar Pravia y agosto para conocerla. Mica presentaba en Madrid la edición de su tesis, que versaba sobre uno de sus ilustres antepasados. Concluido el acto, Alfonso Zunzunegui nos introducía.

- Creo que vas a venir a Pravia -me dijo Alicis.

- En realidad voy porque vas tú -contesté.

Y pronto estábamos en esa casa asturiana, reunidos en su galería leyendo los periódicos del día y contando las historias de amigos y familiares.

La vida de Pravia se hace de paseos al borde del Nalón y de almuerzos y cenas, y siestas. "¿Te has dejado caer?", preguntaba Mica toda vez que retornaba la actividad vespertina en la forma de una visita a una iglesia románica o o algún monumento vecino.

Alicia era una mujer fuerte, de raza. Un espíritu independiente que no daba cuartel a la desazón ni a la amargura. Todas estas vividas por ella;, todas atrás, sin embargo... Porque la vida te empuja como un aullido interminable, como quería el poeta.

Fueron 3 veranos en Pravia, con y sin Alfonso Zunzunegui, pero siempre con Alicia. Y los inviernos en Madrid en su casa de Profesor Waksmann, donde me ofrecía sus riquísimas tortillas de patatas, comentando las cosas de nuestra familia, de la política -Mauras los dos, al cabo-, en la compañía de Mica, de algún otro familiar; de Alicia, Isabel o María, sus hijas.

"180 visitas al hospital", nos contaba María Telleria -¡qué recuerdos de Jerusalén también!- a Victoria mi mujer y a mí, junto a la capilla del tanatorio de Tres Cantos. 180 visitas para no poder finalmente conjurar el mal que te llevará por delante, como si la prescripción facultativa no debiera dejar espacio a un final tranquilo, sin quimioterapias destructivas que barren todo como los vientos de mal agüero.

"Vivo al día", me dio ella en nuestra última conversación. La voz firme y serena, el ánimo tranquilo. Pensando en organizar una copa en su casa cualquier día de estos... Un día que, ¡ay! ya no estará nunca en nuestras agendas.

Me voy de allí después de saludar a su hermano Jaime, el director de cine, que sonríe amable con esa entereza familiar de quien sabe que llorar, cuando hay que llorar, se llora hacia dentro; porque la pena es un sentimiento íntimo, como son las cosas que se sienten de verdad.

Y nos queda -me queda- su recuerdo. El de una mujer fuerte y vital que quiso vivir la vida, eso sí, dejando poco margen al regodeo en la tristeza. Eso no era para ella.

1 comentario:

Sake dijo...

Descanse en paz Alicia.