A pesar de su tortuoso viaje matutino ella disponía de tiempo para la lírica. Pensaba como Blas de Otero, “poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser, y en tanto somos, dar un sí que glorifica”. Así que atrapada entre carrocerías que ni siquiera eran automóviles, el agua que caía a raudales y una niebla grisácea y absorbente dictaba a su cartero de bolsillo un mensaje para él, mientras esperaba llegar a tiempo sin que su hija tuviera que esperar. La NER le dijo que no tendría problema, pero su mensaje se perdió entre la barahúnda y el estruendo de las bocinas y el fragor del temporal. Sólo después comprendió que el perro lazarillo de la NER protegía ese pesado xamino.
Mismo día. Susana.
Te quiero, amor.
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