Mismo día.
Cuando su coche regresaba de la ciudad en que ella vivía, él estaba pensando en el informe de ausencia que le iba a escribir. Una carta de amor, por lo tanto, pero un informe de la ausencia de ella en aquel día. Era verdad que la chica de su vida había pronunciado las palabras mágicas, “te quiero”, y que le habían tranquilizado no poco. Pero era verdad también que cada vez necesitaba hablar más tiempo con ella –era, como decía Neruda, “y me hablas desde lejos y mi voz no te toca”. No, tampoco la voz de ella, tan lejana desde la noche anterior, le había tocado aquel día. el coche rodaba sobre balsas de agua y la lluvia caía incesante sobre su techo cuando él dejó un mensaje sobre su frío contestador -¿por qué no inventarán un buzón de voz selectivo que diga, por ejemplo, “hola, mi vida, mi fuerza maravillosa. En este momento me es imposible hablar contigo, pero nada más que pueda te llamo. Ya sabes que te quiero”?- un mensaje en el que le pedía una respuesta , sin agobios. “Cuando quieras”, le había dicho.
Entonces, y sólo por curiosidad, repasó su listado de mensajes. ¡Había dos de ella! Los estaba leyendo cuando se dio cuenta de que la lluvia había cesado y una refulgente luna empezaba a hacerse la dueña del firmamento. Sonó el teléfono y era ella y su voz empezaba, suavemente, a tocarle. No le dijo demasiadas cosas, en realidad, pero era ella la que surgía detrás de sus expresivos mensajes. Cuando él volvió su mirada hacia el cielo la luna empezó a brillar como si hubiera vuelto a amanecer a las 8 de una tarde de invierno. Momentos después, una voz interior, que tenía el mismo tono que la de ella, le dijo que no se trataba de la luna, era la estrella de la NER que sólo brillaba para ellos.
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