Mismo día.
En medio del naufragio sus letras habían resultado premonitorias. “esta deberá ser una semana muy importante para nosotros”, le escribió el lunes. Y como los “idus” de marzo presagiaron la muerte de César algunas palabras de ella le contaban a la NER que su final estaba muy próximo: “han ido a colocar los muebles”, o “con esa gotera ¿cómo vamos a ir a vivir a esa casa?” Y luego, “este fin de semana han pasado tantas cosas, ya te explicaré”. En efecto, la NER no llegaría a la Navidad. Así que cuando acudió a su cita con ella resolvió llevarle el regalo que le había comprado el mismo día en que conocía a su hija, ¿quién sabía si pudiera existir otra oportunidad para entregárselo? Era la última tarde de la NER, la 33+11, el mismo día en que hacía su premonitoria aparición el frío invierno. Cuando ella tomó la palabra se repitieron las tornas del día 33, pero fue ella ahora la que hizo un discurso incoherente, , ambiguo, imposible. Cuando él quiso hablar ella le cogió su mano y la pegó a su cuerpo, pero no le quiso comprender y negaba las razones de él con su cabeza. Porque ella lo quería todo, quería a la NER y quería a su vida cotidiana. Pero ella misma había estrellado la barca de la NER contra su vida cotidiana. La esperaba un cliente, ni siquiera 90 minutos para decirle adiós. Cuando él volvía por la autopista las balsas de agua le hicieron dar más de un respingo, la negra noche apareció en la forma de su ya vieja amiga, la muerte. “Poco a poco vamos estando preparados, de hecho hoy te has llevado a la NER”, le susurró al oído. Y pensó en la soledad de la Navidad, como también le había escrito, un SOS del mismo modo premonitorio que ella nunca atendió, porque ya había tomado su decisión y la NER quedaba a merced de las olas, del viento y de las afiladas rocas de la costa. La soledad de un año más, el tercero. Una niña cansada y un hombre que empezaba a recoger los tablones antes de que el mar se los tragara definitivamente. Y cuando se acostaba acudían a su memoria las palabras de la canción desesperada, “puedo escribir los versos más tristes esta noche”, o “emerge tu recuerdo de la noche en que estoy/el cielo anuda al mar su lamento obstinado”, y terminan, “es la hora de partir, ¡oh abandonado!” Una amarga sonrisa se dibujó entonces en su rostro y lo transformó en una simple mueca. Fue muy bonito mientras duró.