martes, 27 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (293)

- Quiero saber vuestros nombres y la relación que os une con la gente de Cardidal –ordenaría Romerales al agresor que no había quedado excesivamente maltrecho en el encontronazo con el responsable de interior de Chamberí.
Este observó largamente a su compañero herido que estaba tendido en el suelo y que había dejado ya de gemir.
- Estoy esperando –dijo Romerales.
- Me llamo Román Caldera –explicó el sujeto. Más bien ancho y robusto, moreno y con una voz de tonalidad grave.
- ¿Y este otro? –preguntó Romerales dirigiendo su mirada hacia el tipo que se encontraba en el suelo.
- Fulgencio Mestres García…
- Ese soy yo –dijo una voz que parecía provenir de la ultratumba.
- Eso quiere decir que no te has muerto todavía, cabrón –repuso Romerales.
- Hay mucho cabrón por todas partes –obsrvó Mestres con un leve hilo de voz.
Romerales estuvo a punto de propinarle una patada, pero temiendo que esta fuera la definitiva se contuvo a tiempo.
- ¿Y qué tenéis que ver con Cardidal? –preguntó de nuevo Romerales.
- No contestes –pidió Mestres García.
- No creo que estéis en condiciones de ocultar nada –dijo Romerales-. Y, en cuanto a ti –ahora se dirigía a Mestres-, quiero que sepas que he avisado a nuestro médico, pero no creo que le importe quedarse en la cama mientras que tú te desangras…
Se hizo un largo instante de silencio, que Romerales rompió con una voz que ya dejaba atrás su habitual parsimonia.
- ¡Se me está acabando la paciencia!
El sujeto que aún mantenía todas sus condiciones físicas aparentemente intactas observaba alternativamente a Romerales y a Mestres.
- ¿Decías que te llamabas? –le preguntó Romerales.
- Me llamo Román Caldera –le recordó el tipo.
- Muy pronto creo que tendré razón: “te llamabas” –anunció Romerales apuntando con su pistola hacia el pecho del moreno Caldera.
- Te digo que no cantes –pidió Mestres.
Romerales levantó el seguro de su “Smith&Wesson” que produjo el chasquido característico.
- Tengo que decírselo, Fulgencio. No hay más remedio.
Romerales dirigió el cañón de su pistola hacia el suelo.
- En realidad, somos unos topos de Sotomenor en tu departamento –dijo Caldera.

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