Bueno. Salgo de ahí. La curandera dice que yo iba a ser una gran curandera. Y que me faltaban unos minutos, o sea unos meses, para practicar lo que en realidad me es… me da vida. Porque, yo sin esos espíritus no puedo vivir. Sin ellos no soy nadie, ¡nadie!
Bueno. Salí de ahí. Me fui a casa. Empezaron mucha gente a venir en casa. Empecé a tratarlos como me trataban cuando era niña. Pero que no me interesaba, que no me interesaba.
Luego, volví a Libreville. Tras estar así, cambié en un minuto. Volví a Libreville. Bueno, volví a casa de mi marido, y él me dijo que no le interesaba ese estilo de vida, y esas cosas que están diciendo (…), que no le interesaba. Bueno, resulta que lo decía en serio ¿no? Y yo decía: “Bueno, voy a vivir en casa de mi hermana” “No. Todo lo que has traído, a la calle”. Todo lo que traje le di a mi hermana. A raíz de esto, que mis espíritus se enfadaron con él. Entonces, como castigo, le enfermaron a él. Le pusieron enfermo. Y enfermedades que no, que no (…) son fáciles. O sea, perdió la consciencia, empezó a perder la consciencia. Pero de una forma rápida. Su aparato sensual dejó de funcionar. Y así tiempo. Y lo curioso, y lo peor que ocurrió en esa historia, era que él, antes de ir a un curandero, acudió a un señor, y ese señor le contó todo. Antes de que ese señor pudiera decir que era mi espíritu lo que le castigaba, le dijo: “Espérame un momento”. Se fue en la habitación a coger, no sé lo que quiso coger, y murió ahí mismo.
Hay que reconocer que en esa época mis espíritus mataban a todo el que me hacía daño. A aquella persona que se interponía en mi camino lo mataban. Hay que reconocer. Aunque no tenía mi visto bueno. Pero, eso si que lo reconozco, sí.. Porque luego ellos me lo decían a mí.
Bueno, entonces, ese señor murió, y mi marido dijo. Vino y se sentó…
Y ahí terminaba la segunda cinta.
viernes, 27 de agosto de 2010
jueves, 26 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (79)
Lanzarote, 1 de enero de 2003
Querida Lorsen,
Hoy ha caído una hoja significativa en el calendario. Empiezo el año. Pero tu recuerdo, en lugar de menguar, se agranda. Cada paso que doy supone una especie de homenaje a ti: El hotel de Lanzarote donde pasamos el primer día de este siglo, ¡ay!, tan corto siglo en tu caso. Ese hotel en el que no había una televisión para seguir el concierto de año nuevo. El director de la orquesta era el mismo esta vez que aquella, pero claro, a mí no me sonaba su nombre ni su figura. Me acuerdo que estuviste a punto de cambiar de habitación a otra interior con tal de que la nueva dispusiera de televisión. Pero me pareció un cambio excesivo para una cosa de tan pequeña monta. Ya ves, los recuerdos están fabricados de materiales a veces un tanto fútiles, pero son nuestros recuerdos, nos pertenecen y construyen el edificio de nuestras existencias, cualesquiera que estas sean.
Ayer terminé –como en otros casos- un tanto abruptamente mi carta. Podías ver que estaba un tanto nervioso. Después del episodio del 30 parece increíble que te echen la culpa por no haber llamado, cuando ese cretino de Toufic sabía perfectamente que llegaba esa noche.
Creo que no le voy a pagar lo que me pide. En primer lugar, porque no ha cumplido con su deber. En segundo, porque el año pasado le pagamos hasta el mes de febrero del 2003, inclusive. Así que si nos pusiéramos a hacer cuentas, aún me debería dinero.
Leila me hizo una propuesta increíble. Según me dijo, ella necesita el dinero. De modo que le debería dejar las llaves a ella para que se encargara de la casa y enviarla el dinero. Te puedes figurar: ¡Estoy como para provocar conflictos conyugales entre bereberes!
Luego me fui a “Chévere”, a comprar un regalo para Carol. Al final escogí una caja, en forma de libro, que ella llamó “cofre”. Parece que le gustó.
Fue como cenar en Nochevieja, convidado por la muchacha de casa. Había tanta comida que todo el mundo paró en el segundo plato.
Además de los anfitriones –y sus cuñados- aparecieron dos peluqueras. Una más discreta; la otra gorda y pechugona, que se había vestido para la ocasión: Negro riguroso, el escote bien visible. Lo mismo que Carol. Pero la peluquera invitada desapareció enseguida. Ni siquiera brindó por el nuevo año.
Cuando dieron las dos –las tres, hora peninsular- me despedí. Es verdad que me lloraba el ojo izquierdo –quizás a consecuencia del sol- y el derecho se me cerraba del cansancio.
Esa noche llamaron Pedro y Claudia; Teresa y mi madre y tu hermana Gaby, que había cenado contigo –se entiende que con una fotografía tuya en la mesa.
Esta mañana apenas he desayunado. He llamado a Isabel “Lorsen”, pero no estaba en casa. Luego he conectado la televisión. A mitad del concierto ha llamdo tu padre que estaba con Pilar, que me ha dado un montón de besos y que según parecía estaba muy alegre y asintiendo a lo que yo le decía.
Después del paseo he vuelto a comer en Lani’s. Cada vez estoy más convencido en que hay que frecuentar los restaurantes –siempre que estén bien- para que te conozcan y te atiendan adecuadamente.
He intentado hablar con Isabel otra vez. Le he escrito otra postal a Pilar –echaré al correo las dos mañana-. Luego vuelvo a mi oficio epistolar de estos últimos tiempos. Teresa me pone otra vez con Pilar y Rafa Balparda me transmite las últimas noticias de Bilbao.
Pero debo continuar mi desordenada narración de hechos, relativa ahora al 17 de diciembre. Arancha Quiroga y yo dimos una rueda de prensa en la que nos referimos a una propuesta alternativa respecto del plan de familia de Azcárraga –Consejero de Empleo del Gobierno Vasco-. Creo que se trata de una propuesta progresista. El impacto fue bueno, excepto en “El Correo” que no se hizo eco del asunto.
Después comí con Chelo Aparicio, que es una especie de “femme d`Hector”, que diría Georges Brassens. Esa mujer sensible a cualquier problema de sus amigos y dispuesta a poner todo lo posible de sí misma para crearte situaciones gratas.
Una filtración –de Jaime, seguramente- ha dejado en evidencia que el “Foro de Ermua” no asistirá a la manifestación convocada por el lehendakari. Tanto Inma Castilla de Cortázar como otro de los miembros del foro se disculparon ante mí: habían asumido el compromiso de no interferir en el debate que tendría lugar en el partido. Luego hubo Comité Ejecutivo Regional del PP. Jaime Mayor planteó el asunto. Sólo cuatro personas nos manifestamos a favor de nuestra asistencia: Juana Iturmendi, Damborenea, Leopoldo Barreda y yo. Sería por las circunstancias personales, pero Jaime me escuchó pacientemente. Sé que Marisa Arrúe –creo que Pilar Aresti también- enviaron telegramas o faxes para secundar nuestra opinión, pero ni siquiera se leyeron: La decisión fue de no asistir. Comprenderás que, sin embargo, me encuentro satisfecho: He expresado mi opinión, y me basta con eso. “L’important c’est la rose”, como cantaba Bècaud.
El 18 de diciembre tuvo lugar la cena de Navidad del PP. Como ves, he asumido el compromiso de no dejar de asistir a ningún acto o propuesta. Especialmente esa cena me daba una pereza cuasi mortal. Me hicieron un sitio en una mesa en la que estaba la gente de Getxo. Fortu, a mi izquierda; Masallo Arrúe, a mi derecha. Presidía la cena Adolfo Suárez-hijo. Carlos Iturgaiz repitió respecto de ti las mismas palabras que en la copa de Las Arenas. Jaime Mayor le corrigió:
- Es que Elisabeth Von Lorensen no sólo estuvo el año anterior. Ha estado siempre. Jorge y yo hemos pasado por momentos muy duros, y Elisabeth siempre estaba.
Te puedes figurar. El comedor se caía a ovaciones: Has dejado una huella bastante profunda entre todos los que te conocieron, guapa.
Tengo puesto ahora un CD de Gilbert Bècaud. Canta: “Quand il est mort le poète” y me caen gruesos lagrimones.
- Tous ses amis pleuraient –dice el cantante de “Et maintenant”.
Yo agarro la foto en la que tú abrazas a Bècaud –nuestro perro, en este caso- y libero una vez más mis tensiones de esta tarde de primero de enero, apenas un día más sin ti.
El sábado 21 recogí tu alianza, que habían arreglado en Perodri. A partir de entonces llevo las dos juntas.
Paso al día 23 de diciembre. Inés Obieta, a quien había llamado para tener una charla sobre Pilar y para que yo le entregara un recuerdo tuyo. Después de mucho pensar había resuelto en darle la sortija de oro que, primero te regaló mi madre, después perdiste, y más tarde te regalé yo.
Lucía su hermana se apuntó y hablamos de muchas cosas: Es decir, no paramos de referirnos a ti, y a Pilar. Inés aceptó inmediatamente ocuparse de nuestra hija, de la forma ordenada que acostumbra, y que a ti te gustaba tanto.
A los postres, y en nombre tuyo y de Pilar, le entregué el anillo. Ella dijo:
- No.
- Tanto Pilar como Lorsen están de acuerdo. No tienes más remedio que aceptar –le dije.
Lucía afirmaba también lo mismo.
- ¡Es que la estoy viendo! ¡Es como si fuera la misma Lorsen! –exclamó Inés.
Me cogió de la mano y me prometió que la llevaría siempre puesta.
Los tres nos pusimos a llorar como unos tontos.
Llegaba el 24 de diciembre. Yo estaba bastante asustado, mejor dicho: aterrorizado. ¿Cómo iba a sobrellevar Pilar una noche como esa?
De la misma manera que hacíamos tú y yo, había encargado unos sandwiches en el bar de Zampa. Cargado con ellos, tres botellas frías de cava y los regalos que ella me había pedido, me llegué a la planta sexta. Tuve la suerte de que estaba presente “Iseko” Begoña, que salía en el turno de las nueve o nueve y media.
Primero escuché el discurso del Rey. Al principio, ante las protestas de Pilar . Pero, como no le hacía ni caso, la niña terminó por conformarse.
Luego hicimos el brindis por la Navidad, en el que participaron los médicos de guardia, enfermeras, auxiliares... Todos los que estaban por allí.
Yo comí tres bocadillos –el cuarto me lo tuve que tomar fuera de la UCI: Pilar ya estaba cansada para las diez y cuarto- y abrí la caja con los personajes de la casa de muñecas. Le gustó que la hija se llamara Pilar, y me despidió con un beso.
¡La noche se había salvado sin problemas! Quizá solamente un momento de tensión, pero bastante leve, por parte de nuestra hija.
Ella también se va acostumbrando lentamente a tu ausencia.
Termino por ahora. Mañana te contaré lo que esta mañana he pensado hacer con tus restos, cuando considere que haya llegado el momento.
Hasta entonces y, como siempre. te mando el más grande de mis besos.
Querida Lorsen,
Hoy ha caído una hoja significativa en el calendario. Empiezo el año. Pero tu recuerdo, en lugar de menguar, se agranda. Cada paso que doy supone una especie de homenaje a ti: El hotel de Lanzarote donde pasamos el primer día de este siglo, ¡ay!, tan corto siglo en tu caso. Ese hotel en el que no había una televisión para seguir el concierto de año nuevo. El director de la orquesta era el mismo esta vez que aquella, pero claro, a mí no me sonaba su nombre ni su figura. Me acuerdo que estuviste a punto de cambiar de habitación a otra interior con tal de que la nueva dispusiera de televisión. Pero me pareció un cambio excesivo para una cosa de tan pequeña monta. Ya ves, los recuerdos están fabricados de materiales a veces un tanto fútiles, pero son nuestros recuerdos, nos pertenecen y construyen el edificio de nuestras existencias, cualesquiera que estas sean.
Ayer terminé –como en otros casos- un tanto abruptamente mi carta. Podías ver que estaba un tanto nervioso. Después del episodio del 30 parece increíble que te echen la culpa por no haber llamado, cuando ese cretino de Toufic sabía perfectamente que llegaba esa noche.
Creo que no le voy a pagar lo que me pide. En primer lugar, porque no ha cumplido con su deber. En segundo, porque el año pasado le pagamos hasta el mes de febrero del 2003, inclusive. Así que si nos pusiéramos a hacer cuentas, aún me debería dinero.
Leila me hizo una propuesta increíble. Según me dijo, ella necesita el dinero. De modo que le debería dejar las llaves a ella para que se encargara de la casa y enviarla el dinero. Te puedes figurar: ¡Estoy como para provocar conflictos conyugales entre bereberes!
Luego me fui a “Chévere”, a comprar un regalo para Carol. Al final escogí una caja, en forma de libro, que ella llamó “cofre”. Parece que le gustó.
Fue como cenar en Nochevieja, convidado por la muchacha de casa. Había tanta comida que todo el mundo paró en el segundo plato.
Además de los anfitriones –y sus cuñados- aparecieron dos peluqueras. Una más discreta; la otra gorda y pechugona, que se había vestido para la ocasión: Negro riguroso, el escote bien visible. Lo mismo que Carol. Pero la peluquera invitada desapareció enseguida. Ni siquiera brindó por el nuevo año.
Cuando dieron las dos –las tres, hora peninsular- me despedí. Es verdad que me lloraba el ojo izquierdo –quizás a consecuencia del sol- y el derecho se me cerraba del cansancio.
Esa noche llamaron Pedro y Claudia; Teresa y mi madre y tu hermana Gaby, que había cenado contigo –se entiende que con una fotografía tuya en la mesa.
Esta mañana apenas he desayunado. He llamado a Isabel “Lorsen”, pero no estaba en casa. Luego he conectado la televisión. A mitad del concierto ha llamdo tu padre que estaba con Pilar, que me ha dado un montón de besos y que según parecía estaba muy alegre y asintiendo a lo que yo le decía.
Después del paseo he vuelto a comer en Lani’s. Cada vez estoy más convencido en que hay que frecuentar los restaurantes –siempre que estén bien- para que te conozcan y te atiendan adecuadamente.
He intentado hablar con Isabel otra vez. Le he escrito otra postal a Pilar –echaré al correo las dos mañana-. Luego vuelvo a mi oficio epistolar de estos últimos tiempos. Teresa me pone otra vez con Pilar y Rafa Balparda me transmite las últimas noticias de Bilbao.
Pero debo continuar mi desordenada narración de hechos, relativa ahora al 17 de diciembre. Arancha Quiroga y yo dimos una rueda de prensa en la que nos referimos a una propuesta alternativa respecto del plan de familia de Azcárraga –Consejero de Empleo del Gobierno Vasco-. Creo que se trata de una propuesta progresista. El impacto fue bueno, excepto en “El Correo” que no se hizo eco del asunto.
Después comí con Chelo Aparicio, que es una especie de “femme d`Hector”, que diría Georges Brassens. Esa mujer sensible a cualquier problema de sus amigos y dispuesta a poner todo lo posible de sí misma para crearte situaciones gratas.
Una filtración –de Jaime, seguramente- ha dejado en evidencia que el “Foro de Ermua” no asistirá a la manifestación convocada por el lehendakari. Tanto Inma Castilla de Cortázar como otro de los miembros del foro se disculparon ante mí: habían asumido el compromiso de no interferir en el debate que tendría lugar en el partido. Luego hubo Comité Ejecutivo Regional del PP. Jaime Mayor planteó el asunto. Sólo cuatro personas nos manifestamos a favor de nuestra asistencia: Juana Iturmendi, Damborenea, Leopoldo Barreda y yo. Sería por las circunstancias personales, pero Jaime me escuchó pacientemente. Sé que Marisa Arrúe –creo que Pilar Aresti también- enviaron telegramas o faxes para secundar nuestra opinión, pero ni siquiera se leyeron: La decisión fue de no asistir. Comprenderás que, sin embargo, me encuentro satisfecho: He expresado mi opinión, y me basta con eso. “L’important c’est la rose”, como cantaba Bècaud.
El 18 de diciembre tuvo lugar la cena de Navidad del PP. Como ves, he asumido el compromiso de no dejar de asistir a ningún acto o propuesta. Especialmente esa cena me daba una pereza cuasi mortal. Me hicieron un sitio en una mesa en la que estaba la gente de Getxo. Fortu, a mi izquierda; Masallo Arrúe, a mi derecha. Presidía la cena Adolfo Suárez-hijo. Carlos Iturgaiz repitió respecto de ti las mismas palabras que en la copa de Las Arenas. Jaime Mayor le corrigió:
- Es que Elisabeth Von Lorensen no sólo estuvo el año anterior. Ha estado siempre. Jorge y yo hemos pasado por momentos muy duros, y Elisabeth siempre estaba.
Te puedes figurar. El comedor se caía a ovaciones: Has dejado una huella bastante profunda entre todos los que te conocieron, guapa.
Tengo puesto ahora un CD de Gilbert Bècaud. Canta: “Quand il est mort le poète” y me caen gruesos lagrimones.
- Tous ses amis pleuraient –dice el cantante de “Et maintenant”.
Yo agarro la foto en la que tú abrazas a Bècaud –nuestro perro, en este caso- y libero una vez más mis tensiones de esta tarde de primero de enero, apenas un día más sin ti.
El sábado 21 recogí tu alianza, que habían arreglado en Perodri. A partir de entonces llevo las dos juntas.
Paso al día 23 de diciembre. Inés Obieta, a quien había llamado para tener una charla sobre Pilar y para que yo le entregara un recuerdo tuyo. Después de mucho pensar había resuelto en darle la sortija de oro que, primero te regaló mi madre, después perdiste, y más tarde te regalé yo.
Lucía su hermana se apuntó y hablamos de muchas cosas: Es decir, no paramos de referirnos a ti, y a Pilar. Inés aceptó inmediatamente ocuparse de nuestra hija, de la forma ordenada que acostumbra, y que a ti te gustaba tanto.
A los postres, y en nombre tuyo y de Pilar, le entregué el anillo. Ella dijo:
- No.
- Tanto Pilar como Lorsen están de acuerdo. No tienes más remedio que aceptar –le dije.
Lucía afirmaba también lo mismo.
- ¡Es que la estoy viendo! ¡Es como si fuera la misma Lorsen! –exclamó Inés.
Me cogió de la mano y me prometió que la llevaría siempre puesta.
Los tres nos pusimos a llorar como unos tontos.
Llegaba el 24 de diciembre. Yo estaba bastante asustado, mejor dicho: aterrorizado. ¿Cómo iba a sobrellevar Pilar una noche como esa?
De la misma manera que hacíamos tú y yo, había encargado unos sandwiches en el bar de Zampa. Cargado con ellos, tres botellas frías de cava y los regalos que ella me había pedido, me llegué a la planta sexta. Tuve la suerte de que estaba presente “Iseko” Begoña, que salía en el turno de las nueve o nueve y media.
Primero escuché el discurso del Rey. Al principio, ante las protestas de Pilar . Pero, como no le hacía ni caso, la niña terminó por conformarse.
Luego hicimos el brindis por la Navidad, en el que participaron los médicos de guardia, enfermeras, auxiliares... Todos los que estaban por allí.
Yo comí tres bocadillos –el cuarto me lo tuve que tomar fuera de la UCI: Pilar ya estaba cansada para las diez y cuarto- y abrí la caja con los personajes de la casa de muñecas. Le gustó que la hija se llamara Pilar, y me despidió con un beso.
¡La noche se había salvado sin problemas! Quizá solamente un momento de tensión, pero bastante leve, por parte de nuestra hija.
Ella también se va acostumbrando lentamente a tu ausencia.
Termino por ahora. Mañana te contaré lo que esta mañana he pensado hacer con tus restos, cuando considere que haya llegado el momento.
Hasta entonces y, como siempre. te mando el más grande de mis besos.
lunes, 23 de agosto de 2010
Hostilidades sobre Melilla con el Sáhara de fondo
Este verano de 2010 no concluye sin que tenga lugar su particular serpiente. Ha sido esta –en realidad lo está siendo aun- la que se refiere a las hostilidades abiertas respecto de la Ciudad Autónoma de Melilla. El ruido ha tenido una particular contundencia: en el día en que se escriben estas líneas el Ministro español del Interior negocia en Rabat la salida del conflicto y ya se ha previsto un encuentro –para el que no se ha puesto fecha todavía - entre don Juan Carlos y el Mohamed VI.
Las hostilidades que han provocado esta escalada de tensión se han caracterizado por una serie de acontecimientos, entre los cuales cabe citar:
1 Actos de hostigamiento contra la soberanía nacional española,
2 Difamación y ridiculización de los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado y
3 Bloqueo del suministro de mercancías y alimentos a la Ciudad
Autónoma de Melilla.
Todo lo cual se ha producido ante una actitud de seguidismo y complacencia por parte del Gobierno español respecto del Reino de Marruecos. No cabría definir de otra manera la actitud pusilánime de nuestro ejecutivo y la ausencia de una respuesta firme de nuestro gobierno ante las hostilidades abiertas.
¿Alguien puede creer que el gobierno de Marruecos ha sido ajeno a la producción de estas tensiones?
Hace escasas fechas, mi compañero en el Consejo de Dirección de UPyD, Luis de Velasco, evocaba un hecho histórico que se parecía bastante al motivo de este comentario: la frase del Embajador británico al Ministro de exteriores español de la dictadura, con ocasión de unas manifestaciones ante la Embajada reclamando la españolidad de Gibraltar. El Ministro le ofrecía al Embajador británico más policía, en tanto que este le encarecía a que le enviara menos manifestantes. Algo de esto le podría decir Rubalcaba a su homólogo marroquí, en el caso de que tuviera una actitud digna respecto del caso, actitud harto improbable.
A pesar de la escalada de la tensión, es preciso señalar que en el Fuerte de Cabrerizas, en Melilla, los legionarios del Tercio Gran Capitán no han sido puestos en alerta. Sin embargo, al otro lado de la frontera, en Beni Enzar, los piquetes del Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla cortaban el paso a convoyes con suministros, y siempre ante la inacción de la policía marroquí, que prestaba similar celo ante el asunto al que estas autoridades dedican cuando en el puerto de Tánger se cuelan de noche ciudadanos marroquíes en los bajos de camiones y autocares con destino a Algeciras.
Se pretende que la causa de las referidas hostilidades se debe a presuntas vejaciones que las Fuerzas de Seguridad españolas habrían producido sobre súbditos marroquíes en Los pasos fronterizos. Pero es que los veranos resultan propicios para esto clase de reptiles. El pasado estío se propago el rumor de que los "ocupantes" españoles estaban tramando la construcción de una poderosa base naval de su armada en Ceuta, a tiro de cañón del nuevo puerto militar marroquí de Ksar Sghuir, que estará operativo dentro de dos años.
Se podría añadir a este, ya que está en la mente de todos, el "caso Perejil".
Esta actitud de complacencia con el gobierno de Marruecos no es nueva por parte del gobierno Zapatero. Y como otra muestra baste con citar la venta en mayo de 2005 y por un precio simbólico por España al Reino de Marruecos de una veintena de carros de combate M 60, con la "condición" española de que no fueran desplegados en las fronteras de Ceuta y Melilla (Marruecos diría que los pondría en el Sahara Occidental, lo que demuestra de paso lo poco que le importa al gobierno español la solución del conflicto saharaui).
Y sin embargo, España, colabora con Marruecos, en el sector pesquero, en política antiterrorista, pateras, emigrantes, paso de sus mercancías a Europa,
empresas e inversiones en ese País...
Carece por lo tanto de sentido político la actitud de permanente chantaje de
Marruecos respecto de España en su reclamación de la soberanía compartida de Ceuta y Melilla, paso inmediatamente previo a su anexión por aquel País. Carecería de sentido político, si no fuera por la permanente actitud de este Gobierno de dejación respecto de los intereses de España en esta y otras materias.
El Gobierno de Marruecos desenvuelve su actividad desde la crispación permanente, con la ventaja e impunidad política de un régimen autoritario. El llamado Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla ha actuado con una precisión cuasi castrense: un día no pasan alimentos ni materiales para la construcción, el siguiente no cruzan la frontera las mujeres que realizan tareas de servicio doméstico en la Ciudad Autónoma...
Desde su independencia hace más de medio siglo, Marruecos tiene un plan perfectamente establecido de expansión territorial: Franco encubrió la guerra de Sidi Ifni, España entrego a Marruecos el control del Sahara, vienen reivindicando de manera permanente Ceuta y Melilla, después vendrán las Canarias…
Frente a esta estrategia preconcebida, España responde desde la debilidad. Desde esta y no desde la firmeza negocia con Marruecos. E introduce la figura del Rey de España como una pieza más de la acción del gobierno.
Podría pensarse que el asunto termina aquí. Se trataría entonces de una edición más en las acostumbradas por un régimen personalista y dictatorial que debe ofrecer a sus ciudadanos algún motivo para canalizar sus frustraciones: una serpiente de verano que se agotaría con este.
Pero mis impresiones, y lo digo por desgracia, son muy otras. El pasado viernes 20 de agosto, el Rey Mohamed VI pid8ió establecer una “hoja de ruta clara y precisa” –según afirma el diario El País- para llevar a cabo gradualmente la regionalización avanzada del país, que deberá comenzar por el territorio del Sahara Occidental.
La citada declaración cerraba el círculo de las hostilidades –por ahora- respecto de Melilla y abría la vía diplomática respecto de España. A la demostración de fuerza le sigue, como ocurre con tantas diplomacias dictatoriales, el uso de la negociación.
La explicación de eso es que el tiempo se va agotando para Marruecos. Después del retroceso que se le produjo al Reino alauita con ocasión del cierre del “caso Haidar”, Marruecos realizaría una ofensiva política centrada en la no creíble autonomía del Sahara. Una solución que viene en buena parte determinada por la debilidad de su negociador español: el gobierno de Zapatero. Cualquier otro gobierno que suceda a este –salvo la perpetuación del mismo en el poder, claro- podría poner en una situación más difícil que la actual al Reino de Marruecos: el acuerdo es urgente, y además es posible según se observa
En el caso de que esta hipótesis resultara cierta, nuestros amigos saharauis harían bien en tomar buena nota de los posibles futuros acontecimientos y ofrecer a la opinión pública internacional y a su propia base ciudadana otro tipo de argumentos que, sin cerrar las vías diplomáticas, les permitan recuperar un terreno político que quizás puedan empezar a perder, y ahora de forma quizás irreversible..
Por nuestra parte, desde UPyD, creemos que el gobierno debe defender ante el Reino de Marruecos la profesionalidad de nuestros cuerpos de Seguridad y la españolidad de Melilla y Ceuta. A la actitud de seguidismo de nuestro Gobierno debe sucederle una actitud de firmeza basada en:
A) Presentar una nota de protesta verbal ante el Gobierno de Marruecos por los últimos actos de agresión contra ciudadanos españoles que se han producido en la ciudad de Melilla, amparados -cuando no instigados- por las autoridades marroquíes.
B) Instar formalmente ante Bruselas la congelación del Estatuto Avanzado Marruecos-UE en tanto permanezcan las hostilidades.
C) Plantear formalmente la exclusión de las Aguas Territoriales del Sahara Occidental del ámbito de aplicación de la futura renovación del Acuerdo Pesquero Marruecos-UE. Y
D) Intensificar los controles policiales en los pasos fronterizos entre España y Marruecos para evitar la posible entrada de activistas marroquíes en nuestro territorio que pretendan llevar a cabo acciones contra nuestra soberanía.
treinta y cuatro años después de la vergonzante claudicación de España en sus antiguos territorios, podría ser que haya llegado la hora de la verdad.
Las hostilidades que han provocado esta escalada de tensión se han caracterizado por una serie de acontecimientos, entre los cuales cabe citar:
1 Actos de hostigamiento contra la soberanía nacional española,
2 Difamación y ridiculización de los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado y
3 Bloqueo del suministro de mercancías y alimentos a la Ciudad
Autónoma de Melilla.
Todo lo cual se ha producido ante una actitud de seguidismo y complacencia por parte del Gobierno español respecto del Reino de Marruecos. No cabría definir de otra manera la actitud pusilánime de nuestro ejecutivo y la ausencia de una respuesta firme de nuestro gobierno ante las hostilidades abiertas.
¿Alguien puede creer que el gobierno de Marruecos ha sido ajeno a la producción de estas tensiones?
Hace escasas fechas, mi compañero en el Consejo de Dirección de UPyD, Luis de Velasco, evocaba un hecho histórico que se parecía bastante al motivo de este comentario: la frase del Embajador británico al Ministro de exteriores español de la dictadura, con ocasión de unas manifestaciones ante la Embajada reclamando la españolidad de Gibraltar. El Ministro le ofrecía al Embajador británico más policía, en tanto que este le encarecía a que le enviara menos manifestantes. Algo de esto le podría decir Rubalcaba a su homólogo marroquí, en el caso de que tuviera una actitud digna respecto del caso, actitud harto improbable.
A pesar de la escalada de la tensión, es preciso señalar que en el Fuerte de Cabrerizas, en Melilla, los legionarios del Tercio Gran Capitán no han sido puestos en alerta. Sin embargo, al otro lado de la frontera, en Beni Enzar, los piquetes del Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla cortaban el paso a convoyes con suministros, y siempre ante la inacción de la policía marroquí, que prestaba similar celo ante el asunto al que estas autoridades dedican cuando en el puerto de Tánger se cuelan de noche ciudadanos marroquíes en los bajos de camiones y autocares con destino a Algeciras.
Se pretende que la causa de las referidas hostilidades se debe a presuntas vejaciones que las Fuerzas de Seguridad españolas habrían producido sobre súbditos marroquíes en Los pasos fronterizos. Pero es que los veranos resultan propicios para esto clase de reptiles. El pasado estío se propago el rumor de que los "ocupantes" españoles estaban tramando la construcción de una poderosa base naval de su armada en Ceuta, a tiro de cañón del nuevo puerto militar marroquí de Ksar Sghuir, que estará operativo dentro de dos años.
Se podría añadir a este, ya que está en la mente de todos, el "caso Perejil".
Esta actitud de complacencia con el gobierno de Marruecos no es nueva por parte del gobierno Zapatero. Y como otra muestra baste con citar la venta en mayo de 2005 y por un precio simbólico por España al Reino de Marruecos de una veintena de carros de combate M 60, con la "condición" española de que no fueran desplegados en las fronteras de Ceuta y Melilla (Marruecos diría que los pondría en el Sahara Occidental, lo que demuestra de paso lo poco que le importa al gobierno español la solución del conflicto saharaui).
Y sin embargo, España, colabora con Marruecos, en el sector pesquero, en política antiterrorista, pateras, emigrantes, paso de sus mercancías a Europa,
empresas e inversiones en ese País...
Carece por lo tanto de sentido político la actitud de permanente chantaje de
Marruecos respecto de España en su reclamación de la soberanía compartida de Ceuta y Melilla, paso inmediatamente previo a su anexión por aquel País. Carecería de sentido político, si no fuera por la permanente actitud de este Gobierno de dejación respecto de los intereses de España en esta y otras materias.
El Gobierno de Marruecos desenvuelve su actividad desde la crispación permanente, con la ventaja e impunidad política de un régimen autoritario. El llamado Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla ha actuado con una precisión cuasi castrense: un día no pasan alimentos ni materiales para la construcción, el siguiente no cruzan la frontera las mujeres que realizan tareas de servicio doméstico en la Ciudad Autónoma...
Desde su independencia hace más de medio siglo, Marruecos tiene un plan perfectamente establecido de expansión territorial: Franco encubrió la guerra de Sidi Ifni, España entrego a Marruecos el control del Sahara, vienen reivindicando de manera permanente Ceuta y Melilla, después vendrán las Canarias…
Frente a esta estrategia preconcebida, España responde desde la debilidad. Desde esta y no desde la firmeza negocia con Marruecos. E introduce la figura del Rey de España como una pieza más de la acción del gobierno.
Podría pensarse que el asunto termina aquí. Se trataría entonces de una edición más en las acostumbradas por un régimen personalista y dictatorial que debe ofrecer a sus ciudadanos algún motivo para canalizar sus frustraciones: una serpiente de verano que se agotaría con este.
Pero mis impresiones, y lo digo por desgracia, son muy otras. El pasado viernes 20 de agosto, el Rey Mohamed VI pid8ió establecer una “hoja de ruta clara y precisa” –según afirma el diario El País- para llevar a cabo gradualmente la regionalización avanzada del país, que deberá comenzar por el territorio del Sahara Occidental.
La citada declaración cerraba el círculo de las hostilidades –por ahora- respecto de Melilla y abría la vía diplomática respecto de España. A la demostración de fuerza le sigue, como ocurre con tantas diplomacias dictatoriales, el uso de la negociación.
La explicación de eso es que el tiempo se va agotando para Marruecos. Después del retroceso que se le produjo al Reino alauita con ocasión del cierre del “caso Haidar”, Marruecos realizaría una ofensiva política centrada en la no creíble autonomía del Sahara. Una solución que viene en buena parte determinada por la debilidad de su negociador español: el gobierno de Zapatero. Cualquier otro gobierno que suceda a este –salvo la perpetuación del mismo en el poder, claro- podría poner en una situación más difícil que la actual al Reino de Marruecos: el acuerdo es urgente, y además es posible según se observa
En el caso de que esta hipótesis resultara cierta, nuestros amigos saharauis harían bien en tomar buena nota de los posibles futuros acontecimientos y ofrecer a la opinión pública internacional y a su propia base ciudadana otro tipo de argumentos que, sin cerrar las vías diplomáticas, les permitan recuperar un terreno político que quizás puedan empezar a perder, y ahora de forma quizás irreversible..
Por nuestra parte, desde UPyD, creemos que el gobierno debe defender ante el Reino de Marruecos la profesionalidad de nuestros cuerpos de Seguridad y la españolidad de Melilla y Ceuta. A la actitud de seguidismo de nuestro Gobierno debe sucederle una actitud de firmeza basada en:
A) Presentar una nota de protesta verbal ante el Gobierno de Marruecos por los últimos actos de agresión contra ciudadanos españoles que se han producido en la ciudad de Melilla, amparados -cuando no instigados- por las autoridades marroquíes.
B) Instar formalmente ante Bruselas la congelación del Estatuto Avanzado Marruecos-UE en tanto permanezcan las hostilidades.
C) Plantear formalmente la exclusión de las Aguas Territoriales del Sahara Occidental del ámbito de aplicación de la futura renovación del Acuerdo Pesquero Marruecos-UE. Y
D) Intensificar los controles policiales en los pasos fronterizos entre España y Marruecos para evitar la posible entrada de activistas marroquíes en nuestro territorio que pretendan llevar a cabo acciones contra nuestra soberanía.
treinta y cuatro años después de la vergonzante claudicación de España en sus antiguos territorios, podría ser que haya llegado la hora de la verdad.
viernes, 20 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (78)
La sala de reuniones era enorme, pero se llenaría a una velocidad de vértigo. Llegaban los consejeros del Distrito con sus aspectos heterogéneos en un “mix” que representaba la confusión que reinaba en esos tiempos en que ya todas las convenciones sociales habían desaparecido. Los había jóvenes con vaqueros rotos y camisas que hacía años no habían visto lavadora a mano o a máquina, señores de grave aspecto que combatían el desaliño ambiental con disciplina propia de los militares en acto de servicio, chicos de pelo sucio y greñoso, chicas con traje de chaqueta y falda levemente por encima de la rodilla aunque con más arrugas que quien hiciera que esos surcos fueran bellos…
Hablaban animadamente. Siempre Madrid fue la ciudad “alegre y confiada”; dispuesta en todo momento a tomarse las cosas a chirigota, aunque cayeras sobre ella las bombas de los franceses o de los facciosos… o los dispartos de las tropas de Leoncio Cardidal, el todopoderoso hombre del Distrito.
Ya se habían acomodado todos –o casi todos, menos dos- cuando hacía su entrada con los diez minutos de retraso que en él eran rigurosos. Jacobo Martos, el presidente del Comité, que entraba en la sala oteando las caras de los presentes, antes de sentarse en la silla que hacía la mitad de la mesa, a la derecha de la puerta. Hacía Martos como los parlamentos que existían en los “tiempos normales”: la derecha ideológica sde situaba siempre en la derecha de la estancia.
- Buenos días –sasludaría Martos con la meliflua sonrisa que acostumbraba-. ¿Estamos todos?
Faltaba Leoncio Cardidal. Habían establecido una competencia de impuntualidad entre el presidente y el “sheriff”, una especie de juego de niños por el que era más importante quien se hiciera esperar más.
- Bueno. Le dartemos cinco minutos, si os parece –concedía Martos con una mueca de disgusto.
Y como si supiera que había llegado su momento ahora era Cardidal el que hacía acto de presencia. El “sheriff” de Chamartín era un hombre alto y fuerte, de una edad que frisaba los cincuenta, el pelo entrecano y la barba de tono más claro y un aspecto que podría parecer distinguido si no fuera porque parecía un galán maduro de un culebrón venezolano. Vestía de uniforme de campaña, verde olivo –seguramente requisado en el asalto a la embajada de Cuba- que le daban un aspecto de guerrillero de la isla caribeña, entre Fidel Castro y el “Che” Guevara. Armado hasta los dientes, de su pecho colgaba una cartuchera repleta de balas, de su cinturón de cuero surgían dos •Smith&Wesson” cuyas culatas de madera relucían en la tristeza mortecina de la sala. Botas de media caña, negras y brillantes que desprendían el ruido de la goma al contacto con una superficie sintética.
Cardidal se sentó frente a Martos: el poder teórico y el fáctico se daban la cara.
Hablaban animadamente. Siempre Madrid fue la ciudad “alegre y confiada”; dispuesta en todo momento a tomarse las cosas a chirigota, aunque cayeras sobre ella las bombas de los franceses o de los facciosos… o los dispartos de las tropas de Leoncio Cardidal, el todopoderoso hombre del Distrito.
Ya se habían acomodado todos –o casi todos, menos dos- cuando hacía su entrada con los diez minutos de retraso que en él eran rigurosos. Jacobo Martos, el presidente del Comité, que entraba en la sala oteando las caras de los presentes, antes de sentarse en la silla que hacía la mitad de la mesa, a la derecha de la puerta. Hacía Martos como los parlamentos que existían en los “tiempos normales”: la derecha ideológica sde situaba siempre en la derecha de la estancia.
- Buenos días –sasludaría Martos con la meliflua sonrisa que acostumbraba-. ¿Estamos todos?
Faltaba Leoncio Cardidal. Habían establecido una competencia de impuntualidad entre el presidente y el “sheriff”, una especie de juego de niños por el que era más importante quien se hiciera esperar más.
- Bueno. Le dartemos cinco minutos, si os parece –concedía Martos con una mueca de disgusto.
Y como si supiera que había llegado su momento ahora era Cardidal el que hacía acto de presencia. El “sheriff” de Chamartín era un hombre alto y fuerte, de una edad que frisaba los cincuenta, el pelo entrecano y la barba de tono más claro y un aspecto que podría parecer distinguido si no fuera porque parecía un galán maduro de un culebrón venezolano. Vestía de uniforme de campaña, verde olivo –seguramente requisado en el asalto a la embajada de Cuba- que le daban un aspecto de guerrillero de la isla caribeña, entre Fidel Castro y el “Che” Guevara. Armado hasta los dientes, de su pecho colgaba una cartuchera repleta de balas, de su cinturón de cuero surgían dos •Smith&Wesson” cuyas culatas de madera relucían en la tristeza mortecina de la sala. Botas de media caña, negras y brillantes que desprendían el ruido de la goma al contacto con una superficie sintética.
Cardidal se sentó frente a Martos: el poder teórico y el fáctico se daban la cara.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (77)
Llego. Avisa, avisa un día antes, a mi madre para que me viniera a esperar, ya que yo no hablaba bien el español en la época. Llegó la nota (?) y yo no encontré a mi madre, pues le dijo a mi padre. Era su oportunidad de hacerme daño. Hacía mucho tiempo que no me veía. Mi madre viene a esperarme. Vamos a casa. Me dice ella que tiene que ir al bosque (?) a buscar comida, y que luego (…) Voy a dormir un poquito, porque estaba muy cansada. Duermo, y cuando desperté eran las cinco, por ahí. Me cogí y me fui al río (?) Dejé mi ropa, mis cosas que había traído ahí. Y digo: “Mientras me duche (?) en el río, estaré esperando a mi madre, cuando (…) iremos juntos. Ya que mis hermanos se fueron de paseo. O sea, no había nadie en casa. Solamente, cuando yo salí de casa había dejado que mi hermana, había una hermana mía, la tercera, que estaba enferma y estaba en una curandería, y vino a coger, yo qué sé, comida o algo, y se fue también (…) Esa hermana mía me advirtió que la casa estaba muy mal, que yo estaba muy mal, que ella simplemente le dijo a mi padre que yo iba a volver y que se iba a casar, y mi padre se enfadó.
A partir de ahí empecé a estar muy mal. Y yo me fui en el río (…) esperando a mi madre, y cuando vino mi madre, vinimos las dos, y yo le contaba todo lo que me había pasado en clase, las apariciones de los espíritus en casa, el temblor que hubo en un momento en casa, que había veces que dormíamos nosotros y que había una tercera persona que hablaba y nos comía la comida y que mi cuñado estaba de alguna forma harto, pero no podía decir nada, claro, porque yo era una niña y la culpa no era mía. Porque, de una forma u otra, los espíritus habían hecho de ella, de mí, una auténtica otra cosa.
Empezaron a ver esas cosas en casa. Peines, sin que lo quisiéramos. Había un peine en el salón. Olor a perfume por toda la casa. Y eso le motivó a mi cuñado el decirle a mi hermana: “Si el problema es que esta niña tiene que ir a Guinea a curarse, pues tiene que ir. Porque no podemos vivir así. No hay quien duerma, vamos”.
A partir de ahí empecé a estar muy mal. Y yo me fui en el río (…) esperando a mi madre, y cuando vino mi madre, vinimos las dos, y yo le contaba todo lo que me había pasado en clase, las apariciones de los espíritus en casa, el temblor que hubo en un momento en casa, que había veces que dormíamos nosotros y que había una tercera persona que hablaba y nos comía la comida y que mi cuñado estaba de alguna forma harto, pero no podía decir nada, claro, porque yo era una niña y la culpa no era mía. Porque, de una forma u otra, los espíritus habían hecho de ella, de mí, una auténtica otra cosa.
Empezaron a ver esas cosas en casa. Peines, sin que lo quisiéramos. Había un peine en el salón. Olor a perfume por toda la casa. Y eso le motivó a mi cuñado el decirle a mi hermana: “Si el problema es que esta niña tiene que ir a Guinea a curarse, pues tiene que ir. Porque no podemos vivir así. No hay quien duerma, vamos”.
martes, 17 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios )76)
Lanzarote, 31 de diciembre de 2002,
Querida Lorsen:
Suena en el aparato de música el CD de Joaquin Sabina que compré junto a ti en un “hiper” de esta isla. Sé muy bien que Sabina no te gustaba. Te parecía un tío vicioso, putero, de voz gruesa de alcoholizado... Quizás yo te impusiera a veces su música, pero –como siempre- no te quejabas por eso.
Llegué ayer, de madrugada. El vuelo fue bien. Pero cuando la azafata anunció que íbamos a aterrizar en unos minutos, cerré el libro –el último de Jon Juaristi- y mis recuerdos –como casi siempre- fluyeron hacia ti. Recordaba tu último viaje de Navidad hasta Lanzarote. Llegaste en silla de ruedas, pero llegamos juntos. Te costó un poco reponerte, pero en un par de días –quizás tres- estabas paseando, aunque débil, por la playa de Matagorda conmigo.
La casa estaba hecha un desastre. En la mesa del salón habían puesto tu sobrecama y tus sábanas, lo cual me pareció de un deplorable mal gusto. Una de las dos bombillas estaba fundida. Mi cama estaba sin hacer –suerte que el edredón repleto de personajes de Tintin, que me regalaste en la pasada Navidad, estaba en mi armario, protegido por el candado con que resolviste cerrarlo. El congelador de la nevera se encontraba tan repleto que su puerta no se podía abrir sin hacer un esfuerzo: ya está abierta y se está deshelando lentamente.
Tocaron –picaron, como dicen ellos- la puerta Carol y Fran. Me preguntaron por ti y se quedaron muy impresionados cuando les conté que habías muerto. Ninguno lo comprende, nadie tiene palabras de consuelo. Incluso, el otro día, le contestaba a través de un “e-mal” que le llegará, ¡sabe Dios cuando!, a mi regreso a Bilbao, a Mikel Mancisidor, nuestro vecino en el Casco Viejo. Su escrito me decía que, en la misa de salida, no encontró las palabras que decirme, que desde que nos fuimos –desde que tú te fuiste- la casa ya no era la misma, y que se van de ahí, a Algorta, donde espera renovar en mí la amistad que tuvieron contigo. Ahora mismo te reconozco que me está entrando una llorera, pero no te preocupes: las lágrimas nunca resultan inoportunas, siempre liberan la tristeza, te dejan tranquilo, te permiten soportar el resto del día, o de la tarde.
Carol me pidió que cenara hoy con ellos. Y acepté. Están con sus cuñados y dos sobrinos. Luego me hablaron de Toufic y de Leila. Que muchos días quedaba la casa con alguna luz encendida. Que nunca nadie había limpiado la escalera. Que otra vez la casa olía a gas. Que...
Y me invitaron a un café, que rechacé. Y me puse la chaqueta y me fui al Puerto del Carmen para encontrarme con el argelino, al que suponia preparando “crèpes”. Pero el paseo estaba desangelado a esas horas de la madrugada –cerca de la una, de Canarias- y el tipo ese no estaba.
Hice la cama y me metí en ella. Me desperté y miré la hora en el reloj que me regalaste: Eran las nueve y cuarto –ocho y cuarto canarias-: si me levantaba en ese momento, seguro que no estaría abierto ni el “super”, de modo que me dí la vuelta y volvieron a mí los recuerdos, hasta que volvía a consultar el reloj: Ya eran las once menos cuarto. Hora adecuada para hacer todas las gestiones.
La bañera estaba sucia, pero por suerte habías tenido la prevención de lavar las toallas, antes de marcharnos.
Hice la compra y desayuné. Sobre el mueble marroqui que compramos en Teguise he puesto una foto tuya, sonriendo y sosteniendo una caja de galletas Chiquilín; sobre mi mesa de trabajo estás abrazada a Bécaud. Nuestro perro, al que he preferido dejar en Bilbao. “Tola” está en celo y me temo lo peor. Gaby asegura que si se queda preñada le administrará una inyección abortiva. En el fondo me da igual: No soy como eras tú. Conozco cuáles son mis problemas y cuáles los de los demás.
Tocan a la puerta. Es Leila. Viene a limpiar. Dice que la culpa la tiene su marido, porque la trata como si ella fuera una esclava, no le deja las llaves, se cree que va a meter gente en la casa, los niños, no sé a quién.
Ella ha abierto las ventanas y la puerta del cuarto donde guardamos las maletas y los utensilios varios.
Le he dicho que está todo mal, que no funciona, y que si las cosas van así, cortamos.
- Es que yo no tengo la culpa. No he podido entrar en la casa –me asegura. Y la creo. Pero me parece que no es suficiente.
Fran me ha hablado de una chica gallega que haría todo lo que queríamos por el precio que les pagamos a estos: Pero lo haría. No como esta gente.
¿Qué te voy a contar que no sepas tú sobre las cosas del servicio? Pero es que resulta excesivamente incómodo todo esto.
Pero regreso a mi día de hoy. He salido de paseo y he caminado las dos horas con mis pies bañados por el mar. Recuerdo cómo me apoyaba en ti para quitarme y ponerme los zapatos, y tú hacías lo mismo. Y cómo hablábamos de las cosas –mejor dicho, cómo hablabas tú, yo apenas podía aportar alguna idea a las tuyas.
He regresado por la playa, no por el paseo marítimo. Me ha parecido que es más agradable y mejor para el juego de los pies.
Luego he almorzado en Lani’s: Tenían perdiz y no he comido nada más, a la espera de la cena que me tengan preparada los vecinos.
He cambiado la bombilla que da a la mesa del salón, que la prefiero más iluminada. Pero una vez que Leila ha abierto la puerta del cuarto de las cosas, he comprobado que no hay lámparas ahí. De modo que compraré una cuando vaya a la calle para hacer un regalo a Carol y Fran, por su invitación.
Al regresar a casa he comprado “El País” –en el Internet de “El Correo” no venía la programación de televisión, y quería saber a qué hora emiten el Concierto de Año Nuevo. También una postal para Pilar. He prometido escribirle todos los días. La imagen es de los “Jameos del Agua”.
Te cuento que, a la salida de una comida en Bilbao, Inma Castilla de Cortázar –del Foro de Ermua- me recetó “varias recetas en un papel común-, pero, como bien conoces de mi carácter, con la clara disposición de no utilizarlas. Por cierto, esta última noche, en Lanzarote, no he tomado nada para dormir. Parece comprobado que esta isla me relaja.
Ahora ha entrado Toufic. Le he dicho que esto no funciona, Pretende pasarme una cuenta que ya veré si le pago. He liquidado sin más problemas mi relación él.
Seguiré con mi narración en otro momento: Toufik ha tenido la desfachatez de decir que la culpa había sido mía. Me ha sacado de mis casillas y le he gritado.
Mañana será otro día y empezará otro año. Pero no será tan diferente como para que no vuelva a escribirte.
Un beso muy grande, como siempre, guapa.
Querida Lorsen:
Suena en el aparato de música el CD de Joaquin Sabina que compré junto a ti en un “hiper” de esta isla. Sé muy bien que Sabina no te gustaba. Te parecía un tío vicioso, putero, de voz gruesa de alcoholizado... Quizás yo te impusiera a veces su música, pero –como siempre- no te quejabas por eso.
Llegué ayer, de madrugada. El vuelo fue bien. Pero cuando la azafata anunció que íbamos a aterrizar en unos minutos, cerré el libro –el último de Jon Juaristi- y mis recuerdos –como casi siempre- fluyeron hacia ti. Recordaba tu último viaje de Navidad hasta Lanzarote. Llegaste en silla de ruedas, pero llegamos juntos. Te costó un poco reponerte, pero en un par de días –quizás tres- estabas paseando, aunque débil, por la playa de Matagorda conmigo.
La casa estaba hecha un desastre. En la mesa del salón habían puesto tu sobrecama y tus sábanas, lo cual me pareció de un deplorable mal gusto. Una de las dos bombillas estaba fundida. Mi cama estaba sin hacer –suerte que el edredón repleto de personajes de Tintin, que me regalaste en la pasada Navidad, estaba en mi armario, protegido por el candado con que resolviste cerrarlo. El congelador de la nevera se encontraba tan repleto que su puerta no se podía abrir sin hacer un esfuerzo: ya está abierta y se está deshelando lentamente.
Tocaron –picaron, como dicen ellos- la puerta Carol y Fran. Me preguntaron por ti y se quedaron muy impresionados cuando les conté que habías muerto. Ninguno lo comprende, nadie tiene palabras de consuelo. Incluso, el otro día, le contestaba a través de un “e-mal” que le llegará, ¡sabe Dios cuando!, a mi regreso a Bilbao, a Mikel Mancisidor, nuestro vecino en el Casco Viejo. Su escrito me decía que, en la misa de salida, no encontró las palabras que decirme, que desde que nos fuimos –desde que tú te fuiste- la casa ya no era la misma, y que se van de ahí, a Algorta, donde espera renovar en mí la amistad que tuvieron contigo. Ahora mismo te reconozco que me está entrando una llorera, pero no te preocupes: las lágrimas nunca resultan inoportunas, siempre liberan la tristeza, te dejan tranquilo, te permiten soportar el resto del día, o de la tarde.
Carol me pidió que cenara hoy con ellos. Y acepté. Están con sus cuñados y dos sobrinos. Luego me hablaron de Toufic y de Leila. Que muchos días quedaba la casa con alguna luz encendida. Que nunca nadie había limpiado la escalera. Que otra vez la casa olía a gas. Que...
Y me invitaron a un café, que rechacé. Y me puse la chaqueta y me fui al Puerto del Carmen para encontrarme con el argelino, al que suponia preparando “crèpes”. Pero el paseo estaba desangelado a esas horas de la madrugada –cerca de la una, de Canarias- y el tipo ese no estaba.
Hice la cama y me metí en ella. Me desperté y miré la hora en el reloj que me regalaste: Eran las nueve y cuarto –ocho y cuarto canarias-: si me levantaba en ese momento, seguro que no estaría abierto ni el “super”, de modo que me dí la vuelta y volvieron a mí los recuerdos, hasta que volvía a consultar el reloj: Ya eran las once menos cuarto. Hora adecuada para hacer todas las gestiones.
La bañera estaba sucia, pero por suerte habías tenido la prevención de lavar las toallas, antes de marcharnos.
Hice la compra y desayuné. Sobre el mueble marroqui que compramos en Teguise he puesto una foto tuya, sonriendo y sosteniendo una caja de galletas Chiquilín; sobre mi mesa de trabajo estás abrazada a Bécaud. Nuestro perro, al que he preferido dejar en Bilbao. “Tola” está en celo y me temo lo peor. Gaby asegura que si se queda preñada le administrará una inyección abortiva. En el fondo me da igual: No soy como eras tú. Conozco cuáles son mis problemas y cuáles los de los demás.
Tocan a la puerta. Es Leila. Viene a limpiar. Dice que la culpa la tiene su marido, porque la trata como si ella fuera una esclava, no le deja las llaves, se cree que va a meter gente en la casa, los niños, no sé a quién.
Ella ha abierto las ventanas y la puerta del cuarto donde guardamos las maletas y los utensilios varios.
Le he dicho que está todo mal, que no funciona, y que si las cosas van así, cortamos.
- Es que yo no tengo la culpa. No he podido entrar en la casa –me asegura. Y la creo. Pero me parece que no es suficiente.
Fran me ha hablado de una chica gallega que haría todo lo que queríamos por el precio que les pagamos a estos: Pero lo haría. No como esta gente.
¿Qué te voy a contar que no sepas tú sobre las cosas del servicio? Pero es que resulta excesivamente incómodo todo esto.
Pero regreso a mi día de hoy. He salido de paseo y he caminado las dos horas con mis pies bañados por el mar. Recuerdo cómo me apoyaba en ti para quitarme y ponerme los zapatos, y tú hacías lo mismo. Y cómo hablábamos de las cosas –mejor dicho, cómo hablabas tú, yo apenas podía aportar alguna idea a las tuyas.
He regresado por la playa, no por el paseo marítimo. Me ha parecido que es más agradable y mejor para el juego de los pies.
Luego he almorzado en Lani’s: Tenían perdiz y no he comido nada más, a la espera de la cena que me tengan preparada los vecinos.
He cambiado la bombilla que da a la mesa del salón, que la prefiero más iluminada. Pero una vez que Leila ha abierto la puerta del cuarto de las cosas, he comprobado que no hay lámparas ahí. De modo que compraré una cuando vaya a la calle para hacer un regalo a Carol y Fran, por su invitación.
Al regresar a casa he comprado “El País” –en el Internet de “El Correo” no venía la programación de televisión, y quería saber a qué hora emiten el Concierto de Año Nuevo. También una postal para Pilar. He prometido escribirle todos los días. La imagen es de los “Jameos del Agua”.
Te cuento que, a la salida de una comida en Bilbao, Inma Castilla de Cortázar –del Foro de Ermua- me recetó “varias recetas en un papel común-, pero, como bien conoces de mi carácter, con la clara disposición de no utilizarlas. Por cierto, esta última noche, en Lanzarote, no he tomado nada para dormir. Parece comprobado que esta isla me relaja.
Ahora ha entrado Toufic. Le he dicho que esto no funciona, Pretende pasarme una cuenta que ya veré si le pago. He liquidado sin más problemas mi relación él.
Seguiré con mi narración en otro momento: Toufik ha tenido la desfachatez de decir que la culpa había sido mía. Me ha sacado de mis casillas y le he gritado.
Mañana será otro día y empezará otro año. Pero no será tan diferente como para que no vuelva a escribirte.
Un beso muy grande, como siempre, guapa.
jueves, 12 de agosto de 2010
Las funciones del Rey
Existe en España un debate que se no se plantea con demasiada frecuencia, y que se refiere a las funciones que el Rey debe asumir en los hechos políticos concretos que afectan a las labores del gobierno. Hay, en efecto, una cierta timidez en la formulación de este asunto, debido seguramente a diversas causas. Habría que empezar por señalar como rpimera de esas razones la singularidad de nuestro actual monarca, que recibía toda la autoridad -y las competencias políticas que de ella se derivaban- del general Franco y que el mismo don Juan Carlos decidió estratégicamente no ejercer, abriendo el camino que llevaría a la vigente Constitución de 1978. Pero esa singularidad no se constituye en el único de los motivos que puedan poner en duda el alcance y las limitaciones de las labores regias. A veces –y no sólo desde el punto de vista de la responsabilidad política- son los gobiernos quienes tienden a extralimitar ellos mismos las prerrogativas de nuestro Jefe del Estado.
Algo de esto se está produciendo estos días con ocasión del reciente –que no nuevo- conflicto con el Reino de Marruecos. Amarrado a la posición que en él es característica, el Gobierno Zapatero ha aceptado -¿sugerido, quizás?- la gestión mediadora de nuestro monarca ante su homónimo del reino alauiita con vistas a rebajar las tensiones que se están produciendo durante este verano con esa reivindicación marroquí de Ceuta y Merlilla que es uno de los disparates históricos con que la Casa Real marroquí nos viene reclamando de manera incesante.
No es propósito de estas líneas referirme al asunto de la política marroquí al respecto, UPyD ya ha dejado bien clara su postura en este punto. Lo que sí creo que puede resultar de interés es abordar una cuestión que el propio respeto a la figura del Rey de España acostumbra dejar de una u otra manera al margen: ¿Debe nuestro monarca actuar en el sentido de dialogar con Mohamed VI y reducir la tensión entre los dos países? O lo que es lo mismo, y por mencionar otro caso histórico: ¿Es necesario que, en aras a no poner en mayor riesgo las ya tensas relaciones entre dos países aliados, que el Rey don Juan Carlos visite al presidente Bush para recuperar un diálogo inexistente desde que el señor Zapatero hizo acto de desprecio olímpico a la bandera que expresa la unión de todos los ciudadanos estadounidenses?
Es verdad que el Rey puede tener la voluntad de actuar en estos terrenos, aprovechando así la buena relación que le une con uno y otro Jefes de Estado. No deja de ser cierto, por otro lado, que esa tentación no puede reconducirse solamente a la figura de nuestro actual monarca: la tendencia a la intervención de los Reyes en la acción política –con alguno o sin ningún soporte constitucional- viene de lejos. Baste con recordar las viejas “crisis orientales” –porque se practicaban desde el Palacio de Oriente- que ponían y quitaban gobiernos con la velocidad del rayo en la época del “turno de partidos” que vvió España básicamente desde la regencia de Doña María Cristina y durante todo el reinado de Don Alfonso XIII hasta el advenimiento de la Segunda República en 1931.
Y es que en esa época, también se conjugaban el hambre con las ganas de comer: a la voluntad del Rey por imponer sus propios criterios –especialmente en materia militar- se correspondía una particular obsesión de algunos políticos del turno por la implicación personal del monarca en asuntos relativos al día a día de la política. En concreto, los liberales, que eran el ala izquierda del sistema dinástico –con excepción por lo tanto de socialistas y republicanos- consideraban que era función del Rey asumir ese tipo de gestiones. Otros, por el contario, como fuw wl caso de don Antonio Maura, siempre pensaron que el Rey debía jugar el papel que le fijaran sus gobiernos, y de modo relevante, el de constituirse en la figura que representaba la unidad entre los hombres y las tierras de España, ante sus ciudadanos y respecto de las otras naciones. Una función de este orden subrayaría la personalidad de un Rey que estaría así por encima de los conflictos políticos y no lo haría susceptible de ser contaminado por los asuntos del debate cotidiano.
Algo parecido a lo que hacían los liberales les ocurre a los socialistas de hoy, en especial al socialismo en versión José Luis Rodríguez Zapatero. En su política de permanente improvisación, el presidente está dotado de la particular habilidad de meterse en todos los charcos habidos y por haber. Y cuando corre el peligro de ahogarse, porque no percibía que el charco era en realidad una ciénaga de arenas movedizas no tiene más remedio que pedir ayuda. O simplemente, trata de utilizar a nuestro Jefe del Estado como última “ratio” que le ayude a gestionar la política de la manera ineficaz que acostumbra. Es verdad que el Rey no será constitucionalmente responsable, pues es el gobierno el que requiere su actuación o se la permite, pero se corre el grave riesgo de la contaminación política del monarca en asuntos que no son necesariamente de su incumbencia.
Resulta fácil eso de que “el Rey reina, pero no gobierna”, pero más díficil es la concreción de ese principio. Uno y otros –el monarca y los gobiernos democráticos- deberían esmerarse de una forma escrupulosa en definir los contornos de la actuación regia. Y como de principios hablamos, valdrá por encima de todos el principio democrático de la soberanía popular y de los poderes del Estado. Y el poder del Rey no es judicial, ni legislativo, ni desde luego ejecutivo. En todo caso sería un poder moderador.
Algo de esto se está produciendo estos días con ocasión del reciente –que no nuevo- conflicto con el Reino de Marruecos. Amarrado a la posición que en él es característica, el Gobierno Zapatero ha aceptado -¿sugerido, quizás?- la gestión mediadora de nuestro monarca ante su homónimo del reino alauiita con vistas a rebajar las tensiones que se están produciendo durante este verano con esa reivindicación marroquí de Ceuta y Merlilla que es uno de los disparates históricos con que la Casa Real marroquí nos viene reclamando de manera incesante.
No es propósito de estas líneas referirme al asunto de la política marroquí al respecto, UPyD ya ha dejado bien clara su postura en este punto. Lo que sí creo que puede resultar de interés es abordar una cuestión que el propio respeto a la figura del Rey de España acostumbra dejar de una u otra manera al margen: ¿Debe nuestro monarca actuar en el sentido de dialogar con Mohamed VI y reducir la tensión entre los dos países? O lo que es lo mismo, y por mencionar otro caso histórico: ¿Es necesario que, en aras a no poner en mayor riesgo las ya tensas relaciones entre dos países aliados, que el Rey don Juan Carlos visite al presidente Bush para recuperar un diálogo inexistente desde que el señor Zapatero hizo acto de desprecio olímpico a la bandera que expresa la unión de todos los ciudadanos estadounidenses?
Es verdad que el Rey puede tener la voluntad de actuar en estos terrenos, aprovechando así la buena relación que le une con uno y otro Jefes de Estado. No deja de ser cierto, por otro lado, que esa tentación no puede reconducirse solamente a la figura de nuestro actual monarca: la tendencia a la intervención de los Reyes en la acción política –con alguno o sin ningún soporte constitucional- viene de lejos. Baste con recordar las viejas “crisis orientales” –porque se practicaban desde el Palacio de Oriente- que ponían y quitaban gobiernos con la velocidad del rayo en la época del “turno de partidos” que vvió España básicamente desde la regencia de Doña María Cristina y durante todo el reinado de Don Alfonso XIII hasta el advenimiento de la Segunda República en 1931.
Y es que en esa época, también se conjugaban el hambre con las ganas de comer: a la voluntad del Rey por imponer sus propios criterios –especialmente en materia militar- se correspondía una particular obsesión de algunos políticos del turno por la implicación personal del monarca en asuntos relativos al día a día de la política. En concreto, los liberales, que eran el ala izquierda del sistema dinástico –con excepción por lo tanto de socialistas y republicanos- consideraban que era función del Rey asumir ese tipo de gestiones. Otros, por el contario, como fuw wl caso de don Antonio Maura, siempre pensaron que el Rey debía jugar el papel que le fijaran sus gobiernos, y de modo relevante, el de constituirse en la figura que representaba la unidad entre los hombres y las tierras de España, ante sus ciudadanos y respecto de las otras naciones. Una función de este orden subrayaría la personalidad de un Rey que estaría así por encima de los conflictos políticos y no lo haría susceptible de ser contaminado por los asuntos del debate cotidiano.
Algo parecido a lo que hacían los liberales les ocurre a los socialistas de hoy, en especial al socialismo en versión José Luis Rodríguez Zapatero. En su política de permanente improvisación, el presidente está dotado de la particular habilidad de meterse en todos los charcos habidos y por haber. Y cuando corre el peligro de ahogarse, porque no percibía que el charco era en realidad una ciénaga de arenas movedizas no tiene más remedio que pedir ayuda. O simplemente, trata de utilizar a nuestro Jefe del Estado como última “ratio” que le ayude a gestionar la política de la manera ineficaz que acostumbra. Es verdad que el Rey no será constitucionalmente responsable, pues es el gobierno el que requiere su actuación o se la permite, pero se corre el grave riesgo de la contaminación política del monarca en asuntos que no son necesariamente de su incumbencia.
Resulta fácil eso de que “el Rey reina, pero no gobierna”, pero más díficil es la concreción de ese principio. Uno y otros –el monarca y los gobiernos democráticos- deberían esmerarse de una forma escrupulosa en definir los contornos de la actuación regia. Y como de principios hablamos, valdrá por encima de todos el principio democrático de la soberanía popular y de los poderes del Estado. Y el poder del Rey no es judicial, ni legislativo, ni desde luego ejecutivo. En todo caso sería un poder moderador.
martes, 10 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (75)
-… No, eso no fue lo peor –continuaba Adelfa, la concentración de sus interlocutores literalemnet pegada a sus palabras-. Lo peor fue que está claro quiénes lo hicieron.
- ¿Quiénes? –preguntaron Juanito y Brasens al unísono.
Adelfa se tomó unos segundos antes de contestar. Y lo hizo mirando directamente a la cara a los dos consejeros locales.
- Según me han dicho esa gente llevaba brazaletes verdes…
Se hizo un silencio largo y pesado. No, no podía resultar imposible que así fuera. Esas “fuerzas del orden” no emitían ninguna confianza en los ciudadanos de Chamartín, nuevos señores de la guerra habían montado una mafia particular que actuaba de acuerdo con sus reglas –poco más que el interés mutuo- y, repartía sus zonas de influencia y atemorizaba a los vecinos. Muchas veces su “protección” consistía simplemente en no producir el daño que sin embargo su cometido social consistía en evitar. Eran como aquellos etarras que durante tantos años cobraban el chantaje terrorista para que sus víctimas no lo fueran de un secuestro o de un asesinato. El retorno a la barbarie siempre omnipresente en la escena de aquel Madrid redivivo del año 2013.
- ¿Lo vas a decir en la reunión? –preguntó Brassens.
- Sí .declaró Adelfa tajante.
- Veremos por donde sale.
Se abría la puerta y hacían su entrada en la sala de reuniones la práctica totalidad de los convocados. Faltaba muy poco para que diera comienzo la reunión.
- ¿Quiénes? –preguntaron Juanito y Brasens al unísono.
Adelfa se tomó unos segundos antes de contestar. Y lo hizo mirando directamente a la cara a los dos consejeros locales.
- Según me han dicho esa gente llevaba brazaletes verdes…
Se hizo un silencio largo y pesado. No, no podía resultar imposible que así fuera. Esas “fuerzas del orden” no emitían ninguna confianza en los ciudadanos de Chamartín, nuevos señores de la guerra habían montado una mafia particular que actuaba de acuerdo con sus reglas –poco más que el interés mutuo- y, repartía sus zonas de influencia y atemorizaba a los vecinos. Muchas veces su “protección” consistía simplemente en no producir el daño que sin embargo su cometido social consistía en evitar. Eran como aquellos etarras que durante tantos años cobraban el chantaje terrorista para que sus víctimas no lo fueran de un secuestro o de un asesinato. El retorno a la barbarie siempre omnipresente en la escena de aquel Madrid redivivo del año 2013.
- ¿Lo vas a decir en la reunión? –preguntó Brassens.
- Sí .declaró Adelfa tajante.
- Veremos por donde sale.
Se abría la puerta y hacían su entrada en la sala de reuniones la práctica totalidad de los convocados. Faltaba muy poco para que diera comienzo la reunión.
lunes, 9 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (74)
Bueno, ¿en ese caso qué pasó? Lo que estaba previsto que pasara: que mi padre mismo se cayó enfermo. Porque le decían: “O mataban a alguien o… O matas tú”. Vamos. Y se cayó enfermo.
Bueno, luego, me dijeron los que venían del pueblo por la mañana, porque (…) donde me curaba yo, era en (…) a 41 kilómetros de la ciudad. Entonces me dijeron: “Tu padre está muerto. Tienes que ir”. Digo. Y como no había ningún hermano cerca, pues me fui. Y cuando yo llegué, pues todo el mundo: “Hay que tener coraje, Adefla, hay que tener coraje. Cuando llegué, pues le vi muerto, en la cama. No respiraba. Tenía el cuerpo ya, de una manera fuerte… Y ¿qué pasa? (…) empezó a sudar. Y sudando, sudando… Y luego empezó a moverse un poquito. Y volvió a respirar. La gente asombradísima. Bueno, que ese hombre estaba muerto y ahora está así. Y me dijo: “Me han dicho que está aquí Adefla”. “Sí”. “Adefla”. Digo: “Sí”. “Sácame de aquí. Y llévame (…)” Le saqué. Le llevé al hospital de Bata. Lo cual me costó dinero.
Bueno. Llegamos ahí. La intervienen quirúrgicamente. Porque lo que tenía era retención de orina, que se había operado de eso hace años. Llegamos y, cuando yo vi que la cosa estaba ya bien, volví a casa. Y allí, pues empecé yo también, entre ir a curarme por la tarde y por la mañana, y estar en casa.
Bueno, empezó una vida que nunca tiene que… el camino hacia los espíritus. Pasé al curandero siguiente, y dijo que no podía curarme, porque mi padre había hecho un pacto con todos las tribus del país. Pero si mi padre no hubiera olvidado su propia tribu, no me hubiera curado nunca, porque yo estaba destinada a morir. (…) Bueno, pero llegó que me mandaron a una curandera. Le dijo que mi padre, que yo también. Entonces, esa sí podía hacer algo, porque mi padre no había hecho pacto con su tribu, ¡con su propia tribu se le olvidó! Esta me dio las raíces, el árbol sagrado -como le llaman ahí-. Era un jueves, entonces esa noche empezó a cambiar mi vida. Puedo decir, puedo afirmar, que cambió radicalmente mi vida. Porque aquella noche vi muchas cosas, que muchas de ellas no te las puedo decir, pero la más esencial es que yo me encontré con un aborto que yo había tenido en mí, que eran unos gemelos. Les vi en la vitrina. Ahí que todo valía, ¿no?, que todo valía, que no hay animal ni persona, que delante de Dios somos todos seres vivos. La hierba tiene el mismo valor que tú, el animal tiene el mismo valor que tú. Todos tienen el mismo derecho. No es como en nuestra vida real que solamente los humanos tienen el mismo derecho, no. Ahí hablan los animales, los peces. Todo, por el agua, todo, la gente (…) Pues ahora era la otra cara de la moneda. Pues que, también me curaron a mí, me operaron en aquel hospital, bonita. Cosas como el sueño, pero no, el sueño, eran realidades que pasaban. Conque, a partir de esa noche dejé mis muletas. Ya no volví a tener muletas. Pasé a tener piernas normal. Empecé a andar.
Bueno, luego, me dijeron los que venían del pueblo por la mañana, porque (…) donde me curaba yo, era en (…) a 41 kilómetros de la ciudad. Entonces me dijeron: “Tu padre está muerto. Tienes que ir”. Digo. Y como no había ningún hermano cerca, pues me fui. Y cuando yo llegué, pues todo el mundo: “Hay que tener coraje, Adefla, hay que tener coraje. Cuando llegué, pues le vi muerto, en la cama. No respiraba. Tenía el cuerpo ya, de una manera fuerte… Y ¿qué pasa? (…) empezó a sudar. Y sudando, sudando… Y luego empezó a moverse un poquito. Y volvió a respirar. La gente asombradísima. Bueno, que ese hombre estaba muerto y ahora está así. Y me dijo: “Me han dicho que está aquí Adefla”. “Sí”. “Adefla”. Digo: “Sí”. “Sácame de aquí. Y llévame (…)” Le saqué. Le llevé al hospital de Bata. Lo cual me costó dinero.
Bueno. Llegamos ahí. La intervienen quirúrgicamente. Porque lo que tenía era retención de orina, que se había operado de eso hace años. Llegamos y, cuando yo vi que la cosa estaba ya bien, volví a casa. Y allí, pues empecé yo también, entre ir a curarme por la tarde y por la mañana, y estar en casa.
Bueno, empezó una vida que nunca tiene que… el camino hacia los espíritus. Pasé al curandero siguiente, y dijo que no podía curarme, porque mi padre había hecho un pacto con todos las tribus del país. Pero si mi padre no hubiera olvidado su propia tribu, no me hubiera curado nunca, porque yo estaba destinada a morir. (…) Bueno, pero llegó que me mandaron a una curandera. Le dijo que mi padre, que yo también. Entonces, esa sí podía hacer algo, porque mi padre no había hecho pacto con su tribu, ¡con su propia tribu se le olvidó! Esta me dio las raíces, el árbol sagrado -como le llaman ahí-. Era un jueves, entonces esa noche empezó a cambiar mi vida. Puedo decir, puedo afirmar, que cambió radicalmente mi vida. Porque aquella noche vi muchas cosas, que muchas de ellas no te las puedo decir, pero la más esencial es que yo me encontré con un aborto que yo había tenido en mí, que eran unos gemelos. Les vi en la vitrina. Ahí que todo valía, ¿no?, que todo valía, que no hay animal ni persona, que delante de Dios somos todos seres vivos. La hierba tiene el mismo valor que tú, el animal tiene el mismo valor que tú. Todos tienen el mismo derecho. No es como en nuestra vida real que solamente los humanos tienen el mismo derecho, no. Ahí hablan los animales, los peces. Todo, por el agua, todo, la gente (…) Pues ahora era la otra cara de la moneda. Pues que, también me curaron a mí, me operaron en aquel hospital, bonita. Cosas como el sueño, pero no, el sueño, eran realidades que pasaban. Conque, a partir de esa noche dejé mis muletas. Ya no volví a tener muletas. Pasé a tener piernas normal. Empecé a andar.
jueves, 5 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (73)
Bilbao, 28 de diciembre de 2002.
Querida Lorseni:
Hoy se cumple el primer mes desde tu largo viaje. Estaba comiendo con mi madre y mi hermana Teresa –como cuando tú te fuiste- y me llama al móvil tu hermana Gaby. Parecía triste, así que le pregunté si pasaba algo. Me dijo que había comido sola, pero que había llenado la mesa del comedor de fotos tuyas. Y que en la misa de siete, en Las Mercedes dirían tu nombre.
Gaby no está tan mal como yo pensaba cuando te fuiste. Es más, creo que se encuentra bastante bien. Ha decidido que tiene que asumir diversas responsabilidades y tu padre se ve obligado a intervenir de vez en cuando para pararla, aunque –Lorensen, al cabo- le resulte bastante difícil su control.
La veo animada. Ya no está “groggy” a las seis de la tarde, pero sigue tan loca como de costumbre. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con el sida, sino con su condición familiar. Creo que se siente útil y que piensa que ha sido llamada a ocupar tu lugar en su casa.
Es bastante posible que caiga en un determinado momento, pero ahora mi impresión es francamente positiva: No sé si la estarás enviando energías positivas o que ella le ha encontrado algún sentido a su vida, más allá de verse enchufada a la televisión, beber “Sunny`s” y zamparse todo el cóctel de fármacos que le recetan y algunos cuantos más.
El día 3 de diciembre, aparte de continuar con mis enmiendas parlamentarias, tenía una comida con Juan Luis Goujon y la gente de Mecánica de la Peña. Todavía se me iba la imaginación hacia otras cosas distintas de las que formaban parte de lo que se hablaba. Pero me he impuesto no modificar para nada mi sistema de trabajo y mis compromisos. Y en eso sigo.
El día 4, Alfonso Zunzunegui vino a Bilbao para su consulta ocular. Yo estab citado con mi hermano Pedro, que hizo un elogio de mi comportamiento a lo largo de todos estos días. Incluso me comparó con nuestro padre, lo cual acaba de hacer mi madre hoy mismo, en la sobremesa. Como ves, se trata de un asunto recurrente.
Alfonso se presentó en la cafetería Metro Moyúa con Mica, su mujer, a la que yo no conocía. Ellos comieron un plato,, porque tenía consulta a las tres y media y yo me tomé un zumo de tomate.
Resultó una reunión entrañable, tanto la de Pedro, que estuvo muy cariñoso, como la de Alfonso, que es una persona encantadora: un amigo antes que un miembro de la familia.
Esa tarde tenía junta del PP de Getxo y antes una reunión con los del PSOE de ese municipio. Creo que las cosas van bien, en esa localidad del partido socialista, y que van a intentar hacer una lista de candidatos proclives al entendimiento con nosotros. Que luego ganemos las elecciones ya te puedes imaginar que es asunto más difícil.
En la junta, Marisa dedicó unas palabras en tu recuerdo. Yo contesté que era para mí un honor el pertenecer a un partido como el PP de Getxo, que había sido capaz de demostrar una solidaridad tan viva como la que yo había percibido.
Pero tengo que confesarte que cada vez que entro en uno de esos lugares habituales de trabajo o de encuentro, en los que tú y yo hemos compartido cualesquiera tipo de momentos –o simplemente, franquear nuevamente una puerta por primera vez desde ese día 28 de noviembre, aunque ni siquiera tú lo hayas hecho nunca, aunque no existan excesivos recuerdos tuyos en ese recinto-, se me hace muy difícil, muy triste. Pero no tengo ninguna duda en cuanto a traspasar el umbral que sea, en el momento en que toque. Porque siempre habrá un primer momento de recuerdo, que significará inevitablemente un momento de tristeza. Huir de ellos supone una invitación a sumergirte en la depresión. De modo que asumo cada uno de esos momentos como si se tratara de un reto que debiera superar.
El jueves cinco había quedado con Carlos Urquijo. Nos encontrábamos frente a un fin de semana largo –los ha habido más largos en los puentes de la Constitución, sin embargo-. Recogí a Bècaud y me lo llevé hasta Vitoria en el coche oficial. Entré en el Parlamento, donde di un beso a las secretarias y recogí algunos papeles.
Vicky había preferido dejarnos solos, para que así habláramos con más tranquilidad Carlos y yo.
El fin de semana resultó malísimo. El paseo del viernes lo dimos confrontados a una lluvia que nos pegaba en la cara. Comimos en el Gárate y cenamos en casa alguna cosa para freír que preparaba Carlos, mientras que yo ponía la mesa.
La gente que me veía por el pueblo me daba el pésame, también los agentes de la Guardia Civil, el sargento, el teniente –que llegó a última hora, cuando nos estábamos marchando- y el capitán –que dedicó una fuerte descalificación a la política del PP respecto del cuerpo, o más bien respecto de la suerte que particularmente le había correspondido a él en el asunto. Ya sabes que cada uno cuenta la fiesta como le va. Estuvo tanto tiempo sin parar de hablar que me recordó aquella tarde en que se zampó una buena parte de la tortilla que tú preparaste, creo que la última tortilla de patatas de tu vida.
El sábado, el tiempo nos acompañó más, y nos dimos un paseo hasta Roncesvalles. Luego comimos en la Posada. Salió Chiqui y estuvo tan encantador como de costumbre.
Esa misma tarde habíamos previsto asistir a una misa en la Colegiata y dedicártela. Pienso que también te habría gustado. Pero Carlos recibía permanentes llamadas de Vicky. Ya sabes que está embarazada y tenía pérdidas. Sus suegros resolvieron ingresarla dn Txagorritxu y yo le dije a Carlos que podíamos volver cuando quisiera.
Nos fuimos en mismo sábado apenas después de comer. Al día siguiente Vicky perdía el niño, pero se lo ha tomado muy bien, dentro de lo que cabe.
He intentado recoger alguno de los últimos trabajos que estabas preparando en Burguete. Sólo encontré la interpretación de la parada de los soldados soviéticos que hiciste a la foto de Cartier-Bresson y un cuadro con mucho colorido en que me parece que hay una gran boca en medio. Pero las prisas por la súbita partida y la inoportuna aparición del teniente los han dejado allí. En cuanto a lo que has hecho de mi abuelo Guillermo, de mi abuela Pilar y la otra composición del fotógrafo francés no las he encontrado. La llave de tu estudio estaba cerrada. Tengo que buscar la llave o simplemente cortar la cadena para ver si hay algo dentro. Quiero que todo eso vaya a Lanzarote, aunque no sea posible en esta ocasión. Por supuesto, las serigrafías de mis abuelos se las voy a ofrecer a mi madre por si le interesan.
Fue, por lo tanto, un fin de semana truncado el de Burguete. Frío y un tanto triste.
Ahora creo que visitaré menos “Villa Eugenia”. Me parece que tengo la obligación de ocuparme más de nuestra hija, y la oportunidad más clara de hacerlo la tengo durante los fines de semana.
Precisamente, ese mismo viernes, tuvo Eugenia un pequeño trastorno. Me enteré de él cuando me llamó mi hermana Teresa en el momento en que el coche de Carlos enfilaba los puertos que se alejan de Burguete. Esa buena voluntad que evidencia a mí me sienta solamente regular, por no decir que mal. Creo que te he dicho que cada vez que salga de Bilbao a pasar una noche llamaré a Cruces para saber cómo ha pasado el día la niña.
El lunes siguiente había una rueda de prensa convocada por la Plataforma ¡Basta Ya!, para un acto que está montando Rosa Díez sobre la Constitución el próximo 25 de enero. Ahí estuve. Luego, en el mismo hotel Ercilla, había una reunión con eurodiputados del PP. Íñigo Méndez de Vigo –que está casado con una Pérez, pariente de los Pérez-Maura, y que cenó con nosotros en la mesa de la boda de José Areilza- me dedicó unas palabras de recuerdo.
Esa noche cené con tu hermano Enrique. Quise entregarle las perlas que eran de tu madre para que se las diera a tus sobrinas –se lo había dicho a Gaby y a tu padre, y estaban de acuerdo-. Como las perlas se encuentran un tanto desordenadas, me pareció que era una buena época para que Patricia encargara algún arreglo para que las niñas -¿niñas?- lo tuvieran como regalo en Navidad. Pero tu hermano pertenece a una saga de tercos como todo el resto de tu familia y quería que fuera yo mismo el que se las diera, así que regresé con las perlas a casa, como había ido.
Ha sido Enrique el primero que me ha hablado de un posible matrimonio mío, con el tiempo. Solamente te lo menciono porque no ha habido nadie en todo este mes que me haya hecho referencia alguna sobre el particular.
Enrique había comido con tu padre en Tamarises, y le pareció que estaba bastante tristón, que sólo quería morirse para reunirse contigo y esas cosas. Pero tu hermano insiste en que los viejos son egoístas y que se protegen con bastante facilidad ante las circunstancias difíciles de la vida. Le ha propuesto que pase la Navidad en Madrid –entre el 25 y el 30- y él lo ha aceptado sin dudar.
Cuando se despidió de mí me pidió que le diera un beso. Que me llamaría siempre que estuviera en Bilbao, aunque en esa ocasión sólo había venido a vernos a tu padre y a mí.
El doce de este mes teníamos pleno ordinario, en el que –para variar- me correspondían un montón de puntos en el orden del día. Yo había ensayado unas palabras que decir en el primero de los puntos que me correspondía defender –se trataba de una moción-. Más o menos dije lo siguiente:
“Señor Presidente: Permítame que antes de dar comienzo a mi primera intervención que hago en el Pleno de este Parlamento después del fallecimiento de mi mujer, aproveche esta oportunidad para agradecer a la presidencia, a la Mesa de la Cámara, a los grupos parlamentarios democráticos, a los miembros del Gobierno con el lehendakari al frente, a los funcionarios del Parlamento e incluso a los medios de información que cubren los trabajos de esta cámara, por sus testimonios de solidaridad y cariño. Algunas veces he pensado que las murallas que nos empeñamos en construir las personas -y los políticos en especial- son tan altas y tan anchas que apenas permiten la más mínima grieta en la que se cuele un soplo de humanidad. Afortunadamente no ha sido así, y yo he percibido sus muestras de afecto. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón se lo quería agradecer”.
La verdad es que el pleno ese me fue muy bien. Las dos mociones se transaron en sendas enmiendas apoyadas por todos los grupos, la interpelación que presenté no tuvo problema –ya que Azcárraga se mostró en coincidencia con mi diagnóstico. Por cierto, se tomó un café conmigo con el pretexto de explicarme no sé que historia de una propaganda que habían hecho sobre las rentas básicas, pero tenía más que ver con un testimonio de afecto-. Por último, las preguntas me salieron algo graciosas, lo cual, dada la situación creo que tiene su mérito.
Esa tarde se había convocado la copa de Navidad del PP de Getxo, a la que tú asistías tradicionalmente. Pero como esta carta me ha salido bastante larga ya, si te parece dejamos para otro día esa información.
Como siempre, un beso muy grande.
Querida Lorseni:
Hoy se cumple el primer mes desde tu largo viaje. Estaba comiendo con mi madre y mi hermana Teresa –como cuando tú te fuiste- y me llama al móvil tu hermana Gaby. Parecía triste, así que le pregunté si pasaba algo. Me dijo que había comido sola, pero que había llenado la mesa del comedor de fotos tuyas. Y que en la misa de siete, en Las Mercedes dirían tu nombre.
Gaby no está tan mal como yo pensaba cuando te fuiste. Es más, creo que se encuentra bastante bien. Ha decidido que tiene que asumir diversas responsabilidades y tu padre se ve obligado a intervenir de vez en cuando para pararla, aunque –Lorensen, al cabo- le resulte bastante difícil su control.
La veo animada. Ya no está “groggy” a las seis de la tarde, pero sigue tan loca como de costumbre. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con el sida, sino con su condición familiar. Creo que se siente útil y que piensa que ha sido llamada a ocupar tu lugar en su casa.
Es bastante posible que caiga en un determinado momento, pero ahora mi impresión es francamente positiva: No sé si la estarás enviando energías positivas o que ella le ha encontrado algún sentido a su vida, más allá de verse enchufada a la televisión, beber “Sunny`s” y zamparse todo el cóctel de fármacos que le recetan y algunos cuantos más.
El día 3 de diciembre, aparte de continuar con mis enmiendas parlamentarias, tenía una comida con Juan Luis Goujon y la gente de Mecánica de la Peña. Todavía se me iba la imaginación hacia otras cosas distintas de las que formaban parte de lo que se hablaba. Pero me he impuesto no modificar para nada mi sistema de trabajo y mis compromisos. Y en eso sigo.
El día 4, Alfonso Zunzunegui vino a Bilbao para su consulta ocular. Yo estab citado con mi hermano Pedro, que hizo un elogio de mi comportamiento a lo largo de todos estos días. Incluso me comparó con nuestro padre, lo cual acaba de hacer mi madre hoy mismo, en la sobremesa. Como ves, se trata de un asunto recurrente.
Alfonso se presentó en la cafetería Metro Moyúa con Mica, su mujer, a la que yo no conocía. Ellos comieron un plato,, porque tenía consulta a las tres y media y yo me tomé un zumo de tomate.
Resultó una reunión entrañable, tanto la de Pedro, que estuvo muy cariñoso, como la de Alfonso, que es una persona encantadora: un amigo antes que un miembro de la familia.
Esa tarde tenía junta del PP de Getxo y antes una reunión con los del PSOE de ese municipio. Creo que las cosas van bien, en esa localidad del partido socialista, y que van a intentar hacer una lista de candidatos proclives al entendimiento con nosotros. Que luego ganemos las elecciones ya te puedes imaginar que es asunto más difícil.
En la junta, Marisa dedicó unas palabras en tu recuerdo. Yo contesté que era para mí un honor el pertenecer a un partido como el PP de Getxo, que había sido capaz de demostrar una solidaridad tan viva como la que yo había percibido.
Pero tengo que confesarte que cada vez que entro en uno de esos lugares habituales de trabajo o de encuentro, en los que tú y yo hemos compartido cualesquiera tipo de momentos –o simplemente, franquear nuevamente una puerta por primera vez desde ese día 28 de noviembre, aunque ni siquiera tú lo hayas hecho nunca, aunque no existan excesivos recuerdos tuyos en ese recinto-, se me hace muy difícil, muy triste. Pero no tengo ninguna duda en cuanto a traspasar el umbral que sea, en el momento en que toque. Porque siempre habrá un primer momento de recuerdo, que significará inevitablemente un momento de tristeza. Huir de ellos supone una invitación a sumergirte en la depresión. De modo que asumo cada uno de esos momentos como si se tratara de un reto que debiera superar.
El jueves cinco había quedado con Carlos Urquijo. Nos encontrábamos frente a un fin de semana largo –los ha habido más largos en los puentes de la Constitución, sin embargo-. Recogí a Bècaud y me lo llevé hasta Vitoria en el coche oficial. Entré en el Parlamento, donde di un beso a las secretarias y recogí algunos papeles.
Vicky había preferido dejarnos solos, para que así habláramos con más tranquilidad Carlos y yo.
El fin de semana resultó malísimo. El paseo del viernes lo dimos confrontados a una lluvia que nos pegaba en la cara. Comimos en el Gárate y cenamos en casa alguna cosa para freír que preparaba Carlos, mientras que yo ponía la mesa.
La gente que me veía por el pueblo me daba el pésame, también los agentes de la Guardia Civil, el sargento, el teniente –que llegó a última hora, cuando nos estábamos marchando- y el capitán –que dedicó una fuerte descalificación a la política del PP respecto del cuerpo, o más bien respecto de la suerte que particularmente le había correspondido a él en el asunto. Ya sabes que cada uno cuenta la fiesta como le va. Estuvo tanto tiempo sin parar de hablar que me recordó aquella tarde en que se zampó una buena parte de la tortilla que tú preparaste, creo que la última tortilla de patatas de tu vida.
El sábado, el tiempo nos acompañó más, y nos dimos un paseo hasta Roncesvalles. Luego comimos en la Posada. Salió Chiqui y estuvo tan encantador como de costumbre.
Esa misma tarde habíamos previsto asistir a una misa en la Colegiata y dedicártela. Pienso que también te habría gustado. Pero Carlos recibía permanentes llamadas de Vicky. Ya sabes que está embarazada y tenía pérdidas. Sus suegros resolvieron ingresarla dn Txagorritxu y yo le dije a Carlos que podíamos volver cuando quisiera.
Nos fuimos en mismo sábado apenas después de comer. Al día siguiente Vicky perdía el niño, pero se lo ha tomado muy bien, dentro de lo que cabe.
He intentado recoger alguno de los últimos trabajos que estabas preparando en Burguete. Sólo encontré la interpretación de la parada de los soldados soviéticos que hiciste a la foto de Cartier-Bresson y un cuadro con mucho colorido en que me parece que hay una gran boca en medio. Pero las prisas por la súbita partida y la inoportuna aparición del teniente los han dejado allí. En cuanto a lo que has hecho de mi abuelo Guillermo, de mi abuela Pilar y la otra composición del fotógrafo francés no las he encontrado. La llave de tu estudio estaba cerrada. Tengo que buscar la llave o simplemente cortar la cadena para ver si hay algo dentro. Quiero que todo eso vaya a Lanzarote, aunque no sea posible en esta ocasión. Por supuesto, las serigrafías de mis abuelos se las voy a ofrecer a mi madre por si le interesan.
Fue, por lo tanto, un fin de semana truncado el de Burguete. Frío y un tanto triste.
Ahora creo que visitaré menos “Villa Eugenia”. Me parece que tengo la obligación de ocuparme más de nuestra hija, y la oportunidad más clara de hacerlo la tengo durante los fines de semana.
Precisamente, ese mismo viernes, tuvo Eugenia un pequeño trastorno. Me enteré de él cuando me llamó mi hermana Teresa en el momento en que el coche de Carlos enfilaba los puertos que se alejan de Burguete. Esa buena voluntad que evidencia a mí me sienta solamente regular, por no decir que mal. Creo que te he dicho que cada vez que salga de Bilbao a pasar una noche llamaré a Cruces para saber cómo ha pasado el día la niña.
El lunes siguiente había una rueda de prensa convocada por la Plataforma ¡Basta Ya!, para un acto que está montando Rosa Díez sobre la Constitución el próximo 25 de enero. Ahí estuve. Luego, en el mismo hotel Ercilla, había una reunión con eurodiputados del PP. Íñigo Méndez de Vigo –que está casado con una Pérez, pariente de los Pérez-Maura, y que cenó con nosotros en la mesa de la boda de José Areilza- me dedicó unas palabras de recuerdo.
Esa noche cené con tu hermano Enrique. Quise entregarle las perlas que eran de tu madre para que se las diera a tus sobrinas –se lo había dicho a Gaby y a tu padre, y estaban de acuerdo-. Como las perlas se encuentran un tanto desordenadas, me pareció que era una buena época para que Patricia encargara algún arreglo para que las niñas -¿niñas?- lo tuvieran como regalo en Navidad. Pero tu hermano pertenece a una saga de tercos como todo el resto de tu familia y quería que fuera yo mismo el que se las diera, así que regresé con las perlas a casa, como había ido.
Ha sido Enrique el primero que me ha hablado de un posible matrimonio mío, con el tiempo. Solamente te lo menciono porque no ha habido nadie en todo este mes que me haya hecho referencia alguna sobre el particular.
Enrique había comido con tu padre en Tamarises, y le pareció que estaba bastante tristón, que sólo quería morirse para reunirse contigo y esas cosas. Pero tu hermano insiste en que los viejos son egoístas y que se protegen con bastante facilidad ante las circunstancias difíciles de la vida. Le ha propuesto que pase la Navidad en Madrid –entre el 25 y el 30- y él lo ha aceptado sin dudar.
Cuando se despidió de mí me pidió que le diera un beso. Que me llamaría siempre que estuviera en Bilbao, aunque en esa ocasión sólo había venido a vernos a tu padre y a mí.
El doce de este mes teníamos pleno ordinario, en el que –para variar- me correspondían un montón de puntos en el orden del día. Yo había ensayado unas palabras que decir en el primero de los puntos que me correspondía defender –se trataba de una moción-. Más o menos dije lo siguiente:
“Señor Presidente: Permítame que antes de dar comienzo a mi primera intervención que hago en el Pleno de este Parlamento después del fallecimiento de mi mujer, aproveche esta oportunidad para agradecer a la presidencia, a la Mesa de la Cámara, a los grupos parlamentarios democráticos, a los miembros del Gobierno con el lehendakari al frente, a los funcionarios del Parlamento e incluso a los medios de información que cubren los trabajos de esta cámara, por sus testimonios de solidaridad y cariño. Algunas veces he pensado que las murallas que nos empeñamos en construir las personas -y los políticos en especial- son tan altas y tan anchas que apenas permiten la más mínima grieta en la que se cuele un soplo de humanidad. Afortunadamente no ha sido así, y yo he percibido sus muestras de afecto. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón se lo quería agradecer”.
La verdad es que el pleno ese me fue muy bien. Las dos mociones se transaron en sendas enmiendas apoyadas por todos los grupos, la interpelación que presenté no tuvo problema –ya que Azcárraga se mostró en coincidencia con mi diagnóstico. Por cierto, se tomó un café conmigo con el pretexto de explicarme no sé que historia de una propaganda que habían hecho sobre las rentas básicas, pero tenía más que ver con un testimonio de afecto-. Por último, las preguntas me salieron algo graciosas, lo cual, dada la situación creo que tiene su mérito.
Esa tarde se había convocado la copa de Navidad del PP de Getxo, a la que tú asistías tradicionalmente. Pero como esta carta me ha salido bastante larga ya, si te parece dejamos para otro día esa información.
Como siempre, un beso muy grande.
miércoles, 4 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (72)
- Buenos días. ¿Cómo estás? –saludaba Adelfa a Jorge Brassens. Parecía evidente que las actitudes xenófobas se retroalimentan mutuamente: Juanito despreciaba de manera olímpica a la africana y esta hacía lo propio con el chino.
- Bien ¿Y tú? –contestó el español alargando la “u”a la manera que le era caracterísitica a algunos bilbaios.
- Sobreviviendo –dijo Adelfa mirando hacia la mesa de la sala de reuniones.
- ¿Hay algo que no va bien? –inquirió Brassens.
- ¿Hay algo que vaya bien por aquí’ –proseguía Adelfa.
- Tienes razón –convino su interlocutor.
- Acabo de venir de una residencia para ancianos que era la embajada de Holanda, ya sabes: a un paso del Paseo de la Habana. Pensábamos que podríamos hacernos cargo de ella con personal voluntario. Vengo espantada, como si hubiera salido de una película de terror… -la cara de Adelfa aparecía visiblemente demudada, en efecto.
- ¿Qué ha pasado? –esta vez fueron los dos, el chino quienes preguntaron al unísono.
- Esta noche ha habido un atraco en la residencia. Los ladrones han exigido a los ancianitos que les entregaran todo lo que tenían. Algunos no han querido, porque de perderlo todo, ¿qué podían hacer si se les presentaba alguna necesidad? Ya sabéis –generosamente la africana integraba al chino en su explicación-: muchos de ellos no tienen ya familias o no saben dónde están sus hijos o sus sobrinos…
Adelfa suspendió su narración. Estaba claro que no había terminado. Sólo qquería tomar un poco de aire. Sus interlocutores siguieron expectantes este gesto.
- A esos pobres viejecitos los mataron –anunciaría finalmente.
- ¡Qué horror! –exclamaron Huang y Jorge.
- Lo he visto con mis propios ojos. Lo acabo de ver. Algunos cadáveres estaban aún en el suelo, en medio de charcos hechos de su propia sangre. Tenían su ropa destrozada. Otros estaban en sus habitaciones ya. Los habían recogido. Pero se veían los cajones de las mesillas y de los armarios abiertos de cualquier manera y la ropa y las cosas tendidas en el suelo…
Los dos hombres no sabían que decir, de modo que se hizo un silencio dramático en la entrecortada explicación de Adelfa.
- Pero eso no es lo peor de todo…
- Bien ¿Y tú? –contestó el español alargando la “u”a la manera que le era caracterísitica a algunos bilbaios.
- Sobreviviendo –dijo Adelfa mirando hacia la mesa de la sala de reuniones.
- ¿Hay algo que no va bien? –inquirió Brassens.
- ¿Hay algo que vaya bien por aquí’ –proseguía Adelfa.
- Tienes razón –convino su interlocutor.
- Acabo de venir de una residencia para ancianos que era la embajada de Holanda, ya sabes: a un paso del Paseo de la Habana. Pensábamos que podríamos hacernos cargo de ella con personal voluntario. Vengo espantada, como si hubiera salido de una película de terror… -la cara de Adelfa aparecía visiblemente demudada, en efecto.
- ¿Qué ha pasado? –esta vez fueron los dos, el chino quienes preguntaron al unísono.
- Esta noche ha habido un atraco en la residencia. Los ladrones han exigido a los ancianitos que les entregaran todo lo que tenían. Algunos no han querido, porque de perderlo todo, ¿qué podían hacer si se les presentaba alguna necesidad? Ya sabéis –generosamente la africana integraba al chino en su explicación-: muchos de ellos no tienen ya familias o no saben dónde están sus hijos o sus sobrinos…
Adelfa suspendió su narración. Estaba claro que no había terminado. Sólo qquería tomar un poco de aire. Sus interlocutores siguieron expectantes este gesto.
- A esos pobres viejecitos los mataron –anunciaría finalmente.
- ¡Qué horror! –exclamaron Huang y Jorge.
- Lo he visto con mis propios ojos. Lo acabo de ver. Algunos cadáveres estaban aún en el suelo, en medio de charcos hechos de su propia sangre. Tenían su ropa destrozada. Otros estaban en sus habitaciones ya. Los habían recogido. Pero se veían los cajones de las mesillas y de los armarios abiertos de cualquier manera y la ropa y las cosas tendidas en el suelo…
Los dos hombres no sabían que decir, de modo que se hizo un silencio dramático en la entrecortada explicación de Adelfa.
- Pero eso no es lo peor de todo…
lunes, 2 de agosto de 2010
Intercambio de solsticios (71)
Bueno, era solamente el comienzo, porque mi padre había prometido a sus suegros, a sus nuevos suegros, que les iba a entregar pues una persona, lo que ellos pedían, pedían dote y algo más. Ese algo más era una persona. Que ellos pues iban a matar, sacrificarlo, lo que ellos quisieran. Como efectivamente pasaba con algunas mujeres muy bellas. Entonces, mi padre dijo: “Pues, Adefla es la que van a matar. Teresa es la que se va a convertir en mi mujer, en la brujería. Sabina es la que yo chupo toda la sangre que yo quiero y mata a todos los hijos que quiero”. Bueno, y a cada uno de nosotros le convirtió en una cosa diferente. Y a mi hermano, que acababa de estudiar, y no tenía una beca ni nada, porque para estudiar (…) tenía que tener una beca. Pues no, mi padre no le hacía caso a él. Mi madre, ante esa imposibilidad, que mi padre, de una forma u otra, aceptara su grado de culpabilidad, una noche me robó y me llevó a otro curandero. Ese curandero es de otro sitio diferente, del norte de Camerún. Fuimos ahí, y el tratamiento, o sea, en vez de yo (…) mi problema, que era un problema espiritual, él me (…) el problema en las rodillas, porque yo no podía andar, que quedé sin poder moverme. ¿Y qué pasa? Que empiezo el tratamiento, y la paciencia de los suegros de él se acaba. Y le dicen: “Bueno, Antonio. O das a tu hija o nos tienes que dar a otra persona”. Y como no había otro hijo con él ya, porque todos mis hermanos se habían ido, en clase o donde fuera, pues mi padre se quedó muy afectado, sin saber qué hacer.
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