martes, 22 de junio de 2010

Intercambio de solsticios (64)

ACERCA DE LOS BRUJOS DEL POBLADO

Esta es una historia que quizás conozcan ustedes/sobradamente
En un principio estaban los brujos del poblado,
Pero se componían de dos clases diferenciadas.
Los había brujos de almas y brujos de cuerpos.
Mandaban aquellos, tenían tanto poder,
Que hasta los jefes de la tribu se rendían a sus exigencias,
Y, si algún miembro del poblado osaba enfrentárseles,
Ellos convencían al jefe para que montara/
En el centro del pueblo/una gran hoguera/
De forma que con la quema de sus cuerpos,
Se volatilizaran sus inmundos pecados de desobediencia/
Religiosa/Pero claro: Es que aún entonces existían las almas,
Y los brujos que se encargaban de ese departamento,
Te prometían la salvación (o la condena) eternas,
En tanto que los brujos de cuerpos sólo te proporcionaban/
Alguna que otra hierba y una vida que no pasaba/
Con suerte/de los cuarenta años.
Pero hoy ya no existe el alma,
Los sabios han decretado que procedemos de los monos,
Y que la vida se termina con la vida.
Mientras tanto, los brujos de los cuerpos,
Nos prometen ciento veinticinco años de existencia,
Con tal de que mantengamos una vida ordenada.
¡Cuidado!, que ciento veinticinco años/
Constituyen toda una eternidad,
Mientras que la eternidad de los antiguos brujos de almas,
Nadie la ha podido determinar.
Así que esos pobres brujos etéreos huyen en desbandada,
Y los únicos mandones son los brujos de los cuerpos,
Dictan órdenes, prescriben fármacos, no dan explicaciones,
Somos todos números de un listón inacabable/
Como el de los teléfonos/
Y cuando te niegas a pasar por el aro/
Te observan, displicentes, como si pensaran,
Algún día vendrás a verme, y entonces serás uno más/
De mis fieles devotos. Ya lo verás.
Lo que pasa es que estos brujos también se equivocan,
Y su material no es divino/ como no lo era el de los otros
Brujos/Les explicaré una historia,
Como esa seguramente existen tantas otras:
Un día mi ojo empezó a proyectar extrañas figuras:
Yo veía alas de cuervos instaladas en mi campo visual,
Así que llamé a un brujo de los que se ocupan de la vista,
Me atendió amablemente y me recomendó un análisis.
Eso hice. El análisis demostró que tenía alto el azúcar.
¡Ahí está!, exclamó el brujo. Pero no importa, añadió:
tú controla tu glucosa que yo te trataré.
De esa forma empezaron mis penalidades:
Me lanzaban “flashes” desde una maquinita infernal,
Que me causaban daño y no paraban la extensión/
De las alas del cuervo que cada vez cubrían más
La superficie de mi ojo/Luego me fui a otro brujo,
De esos que tratan del exceso de azúcar,
Este me recetó unas pastillas,
Y que volviera en tres meses,
Dejé de ir al brujo de los ojos,
Pero el brujo del azúcar no le daba importancia.
Hasta que este último me dijo:
¡Por fin! ¡Tienes el az�car controlado!
¡Ahora es el momento de la operación!
Y me envió a otra bruja, cirujana de los ojos,
Que me dijo: “Lo tuyo es pan comido.
En tres meses estarás recuperando la vista”.
El 17 de septiembre de 2002/
Creo que la fecha no la olvidaré en mi vida,
Me presenté todo ufano a la antesala/
De la recuperación visual/Vestía de chaqueta
Y estrenaba la corbata de Tintin que había comprado,
Por Internet/Pero me hicieron desnudarme/
Ponerme la bata verde que ponen a los operables,
Me inyectaron insulina y me pusieron gota a gota.
Así bajé al quirófano/El brujo que se ocupa de dormirte,
Me dijo: “Tranquilo, que esto va a durar poco,
Así que basta con una anestesia local”.
A mi vera aparece la operadora de los ojos.
Me saluda simpática y le dice al brujo dormidor,
Que con lo que me ha puesto basta y sobra.
Me depositan en la cama de operaciones,
Y mientras ellos hablan de sus conocidos,
Van hurgando en mi ojo, sin explicarme nada.
Yo no tengo reloj/el ojo bueno lo tengo tapado/
Pero empiezo a ser consciente que pasa mucho tiempo/
Y que el paseo triunfal se aleja un tanto de mi vista.
Y, para colmo, mi ojo se despierta dos horas y media después
-la operación duraba cinco-/Pasaron los efectos/
De la anestesia/Y aunque me quejaba
Reprimían mis lamentos con indiferencia o con admoniciones.
Al final terminó todo/Me encontraba dolorido/
Tenía unas ganas locas de hacer pis,
-Era la una y media y mi última micción a las seis y media,
De la madrugada-. Pero lo peor de todo es que estaba tuerto,
Y que en el ojo bueno me quedaba un treinta por ciento/
De visión/Hoy escribo estas palabras sobre los brujos/
Que nos mandan/cercano a la ceguera/
Lejos de la esperanza/Sin saber si podré soportar/
Muy bien lo que venga detrás.
Y es que los brujos también se equivocan,
Te prometen un paseo en un bosque de hayas,
Una mañana tibia de primavera,
Pero luego te envían al infierno,
A las tinieblas cada vez más profundas.
Pero ¡dígame usted!
¿Qué otra cosa puedo hacer,
Sino seguir sus instrucciones,
Y visitar a otros brujos,
Antes de perder ese treinta por ciento,
Y no poder siquiera aburrirle,
Con estos torpes versos?

Septiembre de 2002.

3 comentarios:

Sake dijo...

Un administrativo se equivoca y su error tiene solución, un médico se equivoca y es una vida la que ha truncado. Y lo malo es que los médicos o no saben o se equivocan.
Un relato extraordinario el suyo D. Fernando.

Antonio Valcárcel dijo...

Un relato vivido en carne y hueso con secuelas incluidas ¿Las negligencias médicas se cobran unas víctimas más? Es una pregunta. Y lo será hasta que un juez indique en sentencia firme; que efectivamente fue una negligencia o no. Pero los efectos son obvio: Un buen político que se queda ciego por ponerse en manos de unos brujos. También los brujos políticos que hacen experimentos ponen en riego y caos económico a los pueblos y éstos nunca tienen responsabilidades, ni siquiera políticas.
Deseo de todo corazón que los nuevos brujos que han recogido tu caso clínico y médico subsanen tus dolencias.

Un abrazo empático, amigo Fernando.

Carla Rodríguez-Spiteri dijo...

¿Tú un treinta por ciento?
Y los demás entonces: ¿qué ven?