lunes, 21 de junio de 2010

Intercambio de solsticios (63)

Se abrió una puerta y por ella salió un extraño sujeto que parecía surgido de los remotos tiempos que habían muerto en el mes de noviembre de 2.012, cuando todo aquello empezaba a cambiar. Vestía aquel tipo de un traje azul marino que no había notado el calor de una plancha semanas antes, una también arrugada camisa blanca y se anudaba el cuello con una corbata azul lisa. Sus mocasines “Sebago” negros ya mate por la ausencia de limpieza y su forma de andar resultaba característica, como la de los patos que se bambolean a la vez que arrastran los pies sobre el suelo. Una nariz de porra justo sobre las blancas y pobladas barbas de un patriarca, los ojos negros, un pelo aún moreno, una estatura cercana al los ciento setenta y cinco centímetros y una complexión aún fuerte: esa era la figura del presidente de la ciudad-estado de Chamartín.
- ¡Hola, Jorge! –le saludó con afabilidad tendiéndole una desvaída mano.
- Bien, bien… por decir algo, claro –contestaba Brassens.
- ¿Hay alguna novedad?
- No, nada de particular. Sólo que la calle es deprimente –dijo Brassens con gravedad.
- Todo es deprimente: la calle es sólo el reflejo de un mundo que ha perdido los pocos valores que le quedaban… sobre nuestro mundo se ciernen todos los jinetes del Apocalipsis. Sólo existe una solución, Jorge, sólo una: la familia.
Tenía una voz bien timbrada y grave que le proporcionaba una curiosa credibilidad, aunque el contenido de sus palabras en muchas de las ocasiones derivara hacia una especie de homilía de iglesia, de una misa oficiada por un cura que ya no sabía si formaba parte de los clérigos posconciliares o se adentraba en los más clásicos vericuetos tridentinos, más en boga en el Vaticano de los últimos tiempos.

1 comentario:

Sake dijo...

Cuanto peso descargamos sobre ti, todos recurrimos a tu ayuda y nos cobijamos bajo tu paragüas, si no existieras habria que inventarte de alguna manera Familia.