Publicado en La voz de Lázaro, el 23 de junio de 2025

La cizaña es un cereal del que ya se conoce de sobra que su grano y harina son tóxicos, y, por lo tanto, no recomendables para el consumo humano y animal. En este sentido, se compara la cizaña con el trigo, de modo que aquél equivaldría a lo malo y éste a lo bueno.
Remite entonces la cizaña al espacio de la toxicidad, que es asunto político de no escasa utilización en este ambiente, y no necesariamente el de nuestros tiempos, pero sí que será precisó advertir que se encuentra ampliamente extendido ahora, cuando el deterioro de la vida representativa e institucional parece en ocasiones no tener fin.
El ejemplo de la comparecencia del presidente del gobierno, en la sede de su partido, en la tarde del pasado 16 de junio, después de concluida la reunión de la comisión ejecutiva del PSOE, constituye una buena oportunidad -una más- para la reflexión. Y no porque no asumiera Sánchez responsabilidades -yo desde luego no lo esperaba- ni porque no anunciara una más o menos inmediata convocatoria electoral -que tampoco era probable- sino por los modos y expresiones que el responsable de su partido utilizaba a lo largo de su intervención, que forman parte de esas prácticas divisorias y cizañeras que evocan el título de este comentario.
Escogió el presidente la táctica de criticar a los contrarios como estrategia de defensa, lo que es una forma muy poco razonable de abordar los problemas, aunque no deje de ser utilizada en todos los pagos. Ya se dice que la mejor defensa es el ataque. Pero es más grave a mi juicio que la crítica se desborde en la descalificación y el insulto, como sin duda lo constituye el hecho de denominar neo-nazis a quienes se manifiestan en las calles exigiendo una convocatoria electoral, la dimisión del presidente o ambas cosas y otras a la vez. Establecer de nuevo, aun sin nombrarlo, un muro entre los nuestros, que somos los buenos, los demócratas los progresistas y los que tomamos medidas en favor de la gente y cortamos de raíz la corrupción en el mismo momento en el que la percibimos: y los contrarios, que son los fascistas –neo–nazis-, reaccionarios, que sólo actúan en beneficio de los privilegiados y que además forman el ejército de los corruptos que se esconden a sí mismos, no se sostiene en una gestión en la que se colonizan las instituciones, se utilizan fontaneras de una tosquedad inaudita, se eligen mediadores con un prófugo de la justicia que alentarían la formación de una red mafiosa de pagos y de intercambio de mujeres -además de lo que pueda salir a colación con el paso del tiempo-, se aprueba una ley de amnistía sin consenso y sin dictamen previo de los órganos creados a tal efecto, se abronca a los jueces que no son de la cuerda del gobierno, se protege a un Fiscal General del Estado imputado, se propone una modificación del procedimiento jurisdiccional que consiste precisamente en su politización…

Decía el economista Grisham que la mala moneda desplaza a la buena. Lo mismo ocurre con la cizaña respecto del trigo. Los modos políticos son, entre nosotros y ya en todas partes, muy diferentes de los que eran apenas 20 ó 30 años antes. Quienes ya ejercemos -generacionalmente al menos- de abuelos, recordamos a los Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar… y nos invade la nostalgia melancólica de lo que hicieron -a veces deshicieron- desde el acuerdo y el compromiso. Eran otros tiempos y eran otras gentes.
¿Y qué decir de los políticos que gobernaban en la época de la anterior Restauración monárquica, la de Cánovas y Sagasta, la de 1876?, un tiempo en el que los políticos que no contaban con la confianza del parlamento o habían errado sus políticas o se habían visto envueltos en algún desliz o corruptela, dimitían de modo automático. Por supuesto que no es posible regresar a esos tiempos, no sólo porque es imposible -que lo es- sino porque tampoco el citado sistema era justo. No les era dado a todos los ciudadanos presentarse como candidatos a unas elecciones, porque no todos disponían de los recursos necesarios para dedicarse a las tareas representativas. ¿Y qué decir de la Intervención del Ministerio de la Gobernación en la adjudicación de los escaños a través del encasillado?
Habría sin embargo que recuperar algunas de esas prácticas: el señorío de la política, el debate responsable y con argumentos en la cámara de representación nacional, el respeto al adversario político, la dimisión… porque en lugar de eso se va consolidando una idea -producto de la administración de sucesivas dosis de cizaña-, de la descalificación y del insulto, el atajo de las normas y de los organismos de control, la mentira, la frase del día que ya no vale para nada apenas unas horas después de de dicha, la vacuidad de los argumentos, el asimiento al poder como una lapa…
Convendremos también en que el espejo ante el que nos miramos los ciudadanos de los regímenes democráticos -que no por casualidad van decreciendo- nos ofrece una imagen desprovista de buenas prácticas, a la que, sin embargo, muchas veces procuramos imitar. Y así, la zafiedad y el ventajismo, el regate corto y el engaño van emponzoñando a toda una sociedad que era en otro momento bastante sana.
Y por poner un ejemplo que sirva como coda final a éste comentario. Ahora que estamos concluyendo la campaña de la renta… ¿Quién quiere pagar impuestos cuando los que los cobran supuestamente se llaman Ábalos, Cerdán. Y Koldo?
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