jueves, 4 de noviembre de 2010

Reunidos en Argel (11)

Oswaldo Andrade es buen conversador. Conoció a Salvador Allende del que destaca una magia especial en el trato a la gente.
- Era una cosa curiosa –asegura Andrade-. Porque no se trataba de una persona excesivamente cercana, pero la gente se lo disputaba de una manera increíble, se acercaban a él, le decían “compañero Presidente”…
Debía ser muy diferente a Michèle Bachelet, la presidenta socialista a cuyas órdenes trabajaría Andrade, todo espontaneidad.
Nos cuenta que una tarde Allende tenía un mitin en un polideportivo situado en una barriada dominada por la izquierda más radical de los partidos que apoyaban a su gobierno. El local estaba lleno hasta los topes. Cuando le llegó el momento de intervenir al presidente, la multitud regaló su presencia en el estrado con silbidos y abucheos. Allende llevaba en sus manos un libro encuadernado con pastas duras que no dejaban ver ni su título ni el nombre del autor. “Déjenme que les lea esto”, pidió Allende a su encolerizada audiencia. Por un momento se amortiguaron las voces y el líder chileno pudo leer un párrafo que previamente había escogido. A la conclusión de la lectura la enardecida concurrencia volvía a su tónica anterior con profusión de enérgicas descalificaciones. Salvador Allende esperó a un momento en que decayera la algarabía para informar: “Han pitado ustedes a Lenin”, que era como pitarle un fuera de juego en toda regla a los presentes. A partir de ese momento, Allende pudo iniciar y concluir su discurso con toda normalidad.
- Se les fue de las manos –explica Andrade como resumen de las causas que dieron lugar al desenlace funesto de la experiencia chilena al socialismo-. Empezaron con la aplicación de leyes que había aprobado antaño la Democracia Cristiana, y no crean –agrega el actual presidente del socialismo chileno- que en nuestro país ese partido es la derecha, siempre fue una formación política muy social y votó leyes muy progresistas en lo tocante a la reforma agraria o al cobre que luego la izquierda pudo poner en práctica. Pero la cosa se fue de las manos, gente de los partidos de la Unidad Popular tenía que dejar las armas en los recibidores de las sedes para recuperarlas concluida la reunión.
Incluso Pinochet se alió al golpe de Estado, porque la Armada, sí o sí, lo iba a dar, nos cuenta Andrade.

1 comentario:

Sake dijo...

No altereis las calles demasiado porque si lo haceis no podremos aplicar las reformas ¡no nos dejarán!.