viernes, 30 de marzo de 2007

Los miedos que no hemos logrado vencer


"El terror está aquí, dentro de esta sala", dice Ed Munro a su propio equipo en la película "Buenas noches y buena suerte", de George Clooney. Al periodista le asustaba ese modelo de conducta tipificado como "americano" -el único americano posible, además- que convertía en comunistas, y por lo tanto excluidos de la sociedad americana a todos los que no practicaran un comportamiento alejado de esa ideología..
El senador McCarthy presidía desde el "Comité de Actividades Antiamericanas" una auténtica dictadura. Era la dictadura del miedo, como lo son todas. Resulta increíble cómo desde una comisión parlamentaria, simplemente, se pueden juzgar no los hechos sino las actitudes de las personas. Y estos "juicios" eran aún paradójicamente más inexorables que los verificados por cualquier tribunal ordinario. Se "juzgaba" por este comité la honorabilidad de una persona en función de la afectación por el trato que hubiera tenido con comunistas, sindicatos u organizaciones más o menos afectas. Si el resultado era negativo se producía una condena al "ostracismo" que seguramente corregía y aumentaba las homónimas que se practicaban en la antigua Grecia.
McCarthy y su "caza de brujas" difundieron el miedo en la sociedad americana. Munro, el periodista que se le enfrentó, hizo acopio de toda la integridad, de la dignidad de que él disponía para poner en contra de la negación que siempre supone el fascismo la afirmación de la libertad.
Y es que el miedo ahoga nuestras libertades. La expresión queda coartada, la elección es siempre unívoca, la reunión para tratar de los asuntos públicos deviene inconveniente y -por lo tanto- inútil y peligrosa, la asociación política no significa participación sino sometimiento.
Yo pensaba que con el advenimiento de la democracia, en España habíamos superado el miedo, o algunos de los miedos, al menos. Pero siguen ahí, nos acosan e influyen en nuestros comportamientos y decisiones.
Y hay una larga lista. El miedo a que los terroristas vuelvan a matar; el miedo a significarse políticamente, salvo que ya seas político y te veas protegido por la amplia y enmarañada red de los partidos o que tengas garantizada la independencia económica; el miedo al jefe político, si estás incluido en su malla porque vives de ella, porque puedes perder el trabajo; el miedo a tu jefe, que es el miedo al desempleo y, con él, el miedo al impago de la hipoteca y al mantenimiento de tu modo de vida; el miedo a tener hijos y -cuando los tienes- a educarlos; el miedo a tus hijos, a quienes has elevado a la categoría de dioses que un día simplemente te dejarán de querer y pasarán de ti, que es toda una certeza, aunque no lo queramos reconocer; el miedo a reencontrarnos con nuestras mujeres, con nuestros maridos, después de tantos años sin saber en qué se han convertido unos y otros; el miedo a reencontrarnos con nosotros mismos...
Están todos ahí, y algunos nos afectan dos y hasta varias veces al mismo tiempo. Reducen nuestro espacio de libertad, degradan nuestra condición de ciudadanos y nos integran en un gregario rebaño de siervos de nuestros jefes.
El Erich Fromm de nuestras lecturas juveniles nos hablaba del "miedo a la libertad", hoy podríamos referirnos a la esclavitud del miedo.
Porque el que controla el miedo controla el mundo. Antes el gran instituto controlador lo era la Iglesia y su variada gama de ministros tenía la capacidad de enviarnos al más allá limpios de nuestros pecados o repletos de mugre. Gestionaban nuestras vidas porque generaban nuestros miedos y nos proporcionaban el alivio que nos era necesario para sobrevivir en este "valle de lágrimas"..
Hoy ya no creemos en esos dioses. A lo sumo reconocemos una raíz ética que procede de nosotros mismos, cuando no rechazamos esas moralidades tildándolas de pacatas y trasnochadas, instalados en la regla del "todo vale".
Pero hay un miedo que los puede a todos y hay quienes consiguen mantenerlo alejado: es el miedo a la muerte y los médicos, con el pretexto de espaciar el tiempo de la inevitable cita con la negra barca de Caronte, entran en nuestras vidas como nuevos Atilas: nos obligan a comer de una forma determinada, a no beber hoy unos productos y a beberlos mañana; a tomar unas pastillas concretas, a pasear o a quedarnos quietos, a tomar el sol o convertirnos en murciélagos. La Medicina mató a la Iglesia lo mismo que el longevo superhombre acabó con el escuálido ser que ya era anciano a los cuarenta.
Y junto a los nuevos oráculos del miedo se encuentran los demás oficiantes del rito. Nombres de hombres y mujeres que a veces ni siquiera conocemos pero en cuyas manos nos encontramos. La decisión de cualquier comité de la multinacional en la que trabajamos y que determina, de un plumazo, cerrar nuestra fábrica. ¿Que la empresa produce beneficios? Eso no importa, los obtendrá más en Polonia o en Marruecos. Ya no hablamos de la ética o de la moral en los negocios, sino de la maximización del beneficio. Y todo a cortísimo plazo, no hay más estrategia que el trimestre y los dirigentes empresariales son sustituidos por otros si no consiguen los espectaculares resultados previstos. Así, esta es la época de las "opas" y las fusiones, de las ventas y los troceamientos de las empresas.
La política vive también el tiempo de la precariedad. La televisión quema a los líderes, sujetos -objetos- de quita y pon para los responsables intermedios, cuya habilidad consiste en salvarse del incendio después de alumbrar la antorcha funeraria de sus jefes, antes -claro- de que estos les hayan entregado al fuego.
El abate Sieyês explicaba el procedimiento que había seguido para protagonizar etapas tan convulsas como el Antiguo Régimen, la Revolución y la Monarquía. "Sobrevivir", decía.
Y eso hacemos todos, mejor que peor. Complacientes y serviciales con los que mandan, supervivientes de unos tiempos que ni siquiera somos conscientes de haber creado. ¿Libres? Desde luego que no. Quizás ni siquiera lo fuera Ed Munro, al que la película ha convertido en un héroe de "western" urbano, cuyas pistolas son las palabras y su caballo un plató de televisión.
Porque mientras rueda la rueca todos necesitamos pensar en que alguien pudo enfrentarse al creador de miedos y que lo derrotó. ¿Verdad? Esa es otra historia que se cuenta como un cuento.

4 comentarios:

Idoia Mendia dijo...

Hola Fernando

Sirva este comentario para darte la bienvenida a la blogosfera.
Te deseo muchos`posts y mucho éxito.
Un saludo, Idoia Mendia

nuria dijo...

Querido Fernando, de nuevo estoy aqui, en tu blog, haciendo mi comentario a tu último artículo.
De antemano decir que me ha gustado mucho, como siempre, me gusta lo que escribes y como lo expresas.
Cierto es que vivimos, desde hace un tiempo, en la sociedad del miedo, miedo en su mayor expresión de la palabra, es un temor silencioso, pero que nos afecta de tal manera, que nos condiciona nuestra vida, vamos un poco perdidos, buscando que alguien nos ayude a salir de ese temor.
Buscamos seguridad y aparentemente la encontramos, tienes un trabajo, aunque no sea muy bueno, ¿y qué?
pero es un trabajo que te ayuda a ir pagando tus deudas, hipotecas y poco más, por lo menos, a los que somos los denominados "mileuristas" palabra que se ha puesto de moda, pero que muchos no llegan a serlo realmente.
Tenemos miedo a tantas cosas, miedo a perder tu trabajo, aunque sea precario, miedo a que tus hijos no tengan un futuro mejor que el que tú tienes, miedo a no conocer tan bien como piensas a las personas que te rodean y que confías en ellas de corazón, miedo a enfermar y sobre todo miedo a morir, porque aunque todos sabemos que nos llegará la hora, nadie quiere irse de este mundo por mal que esté todo, al que se supone que es otro mundo mejor.
Yo creo que en el fondo de cada uno de nosotros, ese miedo es el peor, miedo a lo desconocido, por bueno que sea.

Bueno querido amigo, expuesta mi opinión y en espera de tu respuesta, un beso

Nuria

Algunos pájaros errantes dijo...

Hola, Idoia.
Gracias por tu comentario e igualmente muchos éxitos -parlamentarios y personales..
Un saludo,
Fernando

Algunos pájaros errantes dijo...

Querida Nuria,
de tu comentario, que agradezco como todos los tuyos, deduzco que estamos muy de acuerdo y que has captado perfectamente lo que yo quería transmitir.
Un beso y hasta la próxima.
Fernando