jueves, 28 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (220)

- La siguiente escena tuvo lugar en la casa de Salvador de Vicente –explicaría el señor equis en tanto que su interlocutor levantaba la mano hacia el camarero del establecimiento para abonar la consumición: habían decidido proseguir con la historia dando un paseo.
- ¿Y cuál fue la reacción de este? –preguntaría Brassens.
- Bueno. A Leonardo Jiménez no le gustó demasiado. Esperaba una conformidad inmediata por parte de su primo… Pero te lo voy a explicar con todo detalle.
Pagada la cuenta, los dos amigos saldrían de la cafetería en dirección a la avenida del Príncipe de Vergara. Un frío de cierta intensidad acogía sus primeros pasos.
- Salvador y Leonardo se encerraron en una salita mínima que el primero tenía en su casa. Nada más que un sofá y una mesa sobre la que había un ordenador –informaría equis-. Leonardo le comentó su entrevista con su común primo Pablo De Vicente. Salvador escuchaba atentamente, pero no hizo ningún comentario. Después, Leonardo le explicaría que su hermano Raúl y él habían tomado la decisión de encargar el asunto a un detective…
- ¿Le pareció bien eso? –preguntó Brassens.
- A Leonardo le dio la impresión de que sí. No de una manera ciertamente expresiva, desde luego –contestaría equis-. Pero lo que dijo resultaba evidente.
- ¿Y qué le dijo exactamente?
- - “Todo lo que hagáis estará bien hecho”. Esas fueron sus palabras –dijo equis.
- - Bueno. ¿Y qué más esperaba Leonardo? ¡Si eso era un espaldarazo en toda regla!
- Bien. No vamos a avanzar tanto, por lo menos de momento –señaló equis-. Leonardo le indicaría a continuación que el siguiente paso que deberían dar sería una reunión a cuatro en la que estuvieran presentes ellos dos, o sea, Salvador y Leonardo, más Raúl y Francisco De Vicente, el hermano mayor de la familia de Salvador.
- Es un poco lío –comentó Brassens, como quien pide una recapitulación de los personajes.
- Vale. Hagamos un pequeño resumen –aceptaba equis-. Salvador de Vicente explica a su primo Leonardo Jiménez que se está produciendo una situación rara en casa de su tío común Juan Carlos de Vicente y que todo apunta a que la responsable sea la secretaria de este. Leonardo lo habla con su hermano Raúl con la idea de montar una reunión de las tres ramas de la familia de Vicente y ponerse de acuerdo en la investigación del asunto. Pero cuando Leonardo habla con Pablo de Vicente, este le responde en muy mal plan, de modo que deduce que esa rama de la familia tiene algo que ver con el asunto. Lo comenta con Raúl y deciden hablar con un detective de la confianza de este para que siga a la secretaria. Llegados a este punto solo pueden contar con las dos restantes ramas de la familia y por eso piensan que es bueno que Salvador cuente con la cobertura de su hermano mayor y que los cuatro analicen la situación sobre la base de lo que diga el detective.
- ¿Y ahí se acaba todo… vamos, al menos por el momento? –preguntaba Brassens.
- Quedaba loa gestión con Carmen Jiménez, la hermana de Raúl y Leonardo… ese es el siguiente capítulo de la historia.

miércoles, 27 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (219)

Bilbao, 8 de octubre 2.003.

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras para darte, como de costumbre, un pequeño parte de las cosas que van pasando en tu ausencia.
Ha muerto la madre de Fortu, a la que llamábais Greta Garbo. Fui al funeral que se celebró en la iglesia de San Ignacio. Apenas estaba llena, lo cual me hizo pensar en lo cortos que nos hemos vuelto los seres humanos en cuanto al afecto.
La semana pasada volví a soñar contigo. Estábamos en el comedor de nuestra casa de Arrechea cuando sonó el timbre. Eran las hijas de Charo que venían a recibir instrucciones para cuidar a Bècaud. Entonces tú te levantaste para hablar con ellas y yo también para esperar de pie a que acabaras de atenderlas. Quería darte un abrazo para que no te fueras después, para que vieras que te quería. Pero, en ese mismo momento, ya era consciente de tu marcha definitiva. El sueño –o la sensación que de él conservo- duró sólo unos instantes, pero fueron suficientes para reconfortarme. Ponía de manifiesto la existencia de una realidad: Que tú no has muerto definitivamente mientras vivamos los que te quisimos.
El viernes pasado tuve una cena con Mónica Oriol, Alejandro Aznar y Carlos Franco. Era la segunda vez que veía a los dos primeros después de la ocasión en que cené con ellos y los Ortiz de Urbina. Estuvieron muy simpáticos.
Y este lunes he cenado con tu padre. Le encuentro bastante bien, aunque tiene un mes de reposo. Sólo puede verle a Pilar cuando va a Cruces a hacerse una cura, así que nuestra hija quiere que su convalecencia termine cuanto antes.
Bona Baraldi ha recibido la noticia de tu marcha. Recibió la carta que le envíe por correo, pero su contestación se la devolvieron por “ausente” –es posible que la enviara al Casco Viejo-. Tengo previsto ir a Florencia –una delegación de la Comisión de Industria del Parlamento va a visitar la Feria de Muestras de Milán-. Antes de salir la llamaré por si nos podemos ver. Es casi seguro que mi reencuentro con ella, con Florencia, va a resultar un asunto difícil, pero estoy firmemente convencido de no dejarme vencer por la parte más amarga que contienen los recuerdos. Las ciudades seguirán ahí cuando nosotros nos vayamos, y mientras aún hoy las recorramos conservan nuestros pasos, nuestras voces, nuestras alegrías… lo mismo que los pequeños frascos contienen los perfumes. Y sólo basta con abrirlos para que nos dispensen toda la fragancia que nos devuelve el recuerdo de una mañana, de una tarde: Que siempre será tu recuerdo. –Comprendo que el final de esta carta me ha salido bastante proustiano, con perdón de Marcel.

Un beso.

martes, 26 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (218)

Ausente de la realidad, aislado en su despacho; la expresión abatida y seria, habría que decir que enfurruñada, como si más que su definitiva muerte política estuviera experimentando una condena al ostracismo derivada de sus opiniones que resultaban inconvenientes para el gobierno de su distrito, Jacobo Martos dibujaba alguna forma geométrica en un papel a la vez que pensaba en cómo podía haberse llegado a tal punto.
Y ponía entonces a Leoncio Cardidal –lo mismo que a Juan Carlos Sotomenor, su segundo- en la diana de sus preocupaciones. ¿Qué pretendían estos tipos?, aquellos muchachos a los que Brassens y él mismo rescataban de un bufete de abogados a punto de ser cerrado y les ponían en el camino de la política, que para ellos era nada más que la ambición personal del poder y la oportunidad de hacerse ricos. Pero debían querer algo más que todo eso, debía existir una estrategia, aun no evidente, que estaban dispuestos a a proseguir: una estrategia que habría que denunciar. Porque, en realidad, lo que ellos estaban haciendo era una ruptura con todo lo que había existido hasta entonces, habían hecho del engaño su referencia básica, como un atajo necesario para lograr cualesquiera que fueran sus objetivos: aislar a Chamartín del resto, hasta dinamitarlo por dentro, si es que podían. Para él –y para otros-, por el contrario, Chamartín era el principio de una cadena que les llevaría a recuperar la idea de Madrid, que era la base para reconquistar la posibilidad de una España libre y democrática. Chamartín, como una especie de Covadonga: el inicio de la reconquista civilizadora frente al caos.
En otros tiempos habría dicho que el tándem Cardidal-Sotomenor actuaba en contra de la tendencia de los tiempos, pero es que nadie sabía muy bien hacia dónde se dirigían entonces los tiempos. Aunque a Jacobo Martos le gustaría que se recuperasen buena parte de los valores tradicionales: la familia clásica, esa que iba de los abuelos a los nietos, unidos todos por la misma religión católica. Todo lo que se iba desmoronando en estos años de hierro y sangre y fuego y pesadilla.
De lo que quizás no fuera consciente Martos era del cambio radical que se había operado en su persona desde aquellos tiempos del País Vasco, en los que con la modestia -¿aparente?- que ganaba a tantos de sus oyentes, el político guipuzcoano definía sus pronósticos y sus diagnósticos con la misma expresión:
- Tengo la sensación…
Pero ahora, la había sustituido por otra que Jorge Brassens había llegado a escuchar de Martos en una entrevista televisiva, allá por el año 2.011:
- Mi contribución política a esta España consiste en decir la verdad…
De modo que Martos se instalaba lisa y llanamente en la prepotencia absoluta. No otra cosa significa encontrarse en la posesión de la verdad. Y, si para otros mortales, la vida perfila los colores en el gris, lejos de los blanco o negro totales de la juventud, para el actual presidente –aún nominal- de la Junta de Distrito de Chamartín la evolución se producía del revés, pasaba de las “sensaciones” a las “verdades. Y quien definía las certezas era él, desde luego, una especie de “deus ex machina” a cuyas expresiones e ideas poco menos que se las debía prestar pleitesía.
Y así, hoy, Cardidal y Sotomenor –quizás unidos a ese díscolo de todos los tiempos que era Santiago Matritense-, se parecían a ese triunvirato del antiguo mal que eran Zapatero, Rubalcaba y Blanco… precisamente quienes diseñaron esa profecía funesta en que se había convertido la peor de las Españas posibles y que se podría llamar sin ningún género de dudas la no España.

jueves, 21 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (217)

- Llegado a este punto debo hacer un paréntesis sin el cual sería imposible entender buena parte de esta historia –anunciaba equis con la grandilocuencia en él acostumbrada.
Jorge Brassens dibujaría una mueca en su cara que venía a decir “continúa”.
- Las relaciones entre hermanos son siempre difíciles –empezó equis-. Y las de la familia Jiménez no lo eran menos. Carmen pasaba por ser en su familia el elemento clave que bien pudiera haber unido a una parentela larga y complicada. Pero en realidad era, más bien es, una mujer con excesiva tendencia a entrometerse en las cosas de sus hermanos y a hacerlo por detrás. Y tanto Raúl como especialmente Leonardo habían tenido cumplida cuenta de ese tipo de actuaciones por parte de su hermana. Bien. Eso queda dicho y se acabó el paréntesis. Es verdad que podría ilustrarte con algún ejemplo de sus intervenciones que te dejarían materialmente helado, pero no creo que sean básicos para entender esta historia.
- De acuerdo. Registrado –aceptó Brassens.
- Retomo entonces la historia. Leonardo se resistía al principio a esa posibilidad; la de que ambos informaran a Carmen . Le tenía pavor a dos cosas: a que la información se difundiera, por la pérdida de control sobre la misma, y a que el canal de difusión de esta fuera precisamente su hermana Carmen, de la que desconfiaba abiertamente. Pero Raúl le convencía con el argumento de que era necesario tener a alguien en el lugar de los hechos que estuviera enterado de la situación y pudiera controlar los acontecimientos si estos tomaban un giro inesperado. De modo que convinieron en que aprovecharían la primera oportunidad que estuviera en su mano para contárselo.
- ¿Eso fue todo? –preguntó Brassens.
- No. Decidieron que se pondrían en marcha. Raúl hablaría con un detective de su confianza y Leonardo explicaría a Salvador de Vicente las decisiones que habían adoptado a raíz de la conversación de Leonardo con su común primo Pablo.
- ¿En la que Pablo de Vicente venía a amenazar a Leonardo?
- Sí, Pablo, el hijo de Santos y hermanísimo de Juan Carlos, el forrado. Ese que no quería para nada reunir a la familia… -recordaría equis.
- - Así que la piedra empezaría a rodar –declaró Brassens en el afán de síntesis que en él resultaba característico.
- Y en plena ladera de una montaña recubierta de nieve –agregaría equis, desplegando toda la literatura de que era capaz.

miércoles, 20 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (216)

Bilbao, 28 de septiembre de 2003.

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras el mismo día en que se cumplen diez meses desde tu partida. Hoy no he podido comprar unas flores que acompañen a tus restos. Ya sabes –lo decías tú misma- que en España no existe tradición de regalar flores. Sin embargo el recuerdo siempre pervive en mí.
Esta semana han ocurrido dos hechos que comentar: La operación de tu padre y el discurso del lehendakari.
En cuanto al primero de los dos parece que ha salido bien, aunque el caso de tu padre es el escenario de la permanente queja. Tiene que guardar reposo durante una semana, pero sólo ha pasado una noche ingresado. Normalmente ese asunto está en orden.
El lehendakari nos ha ofrecido una visión independentista, versión presuntamente actual, pero lamentablemente caduca. Y lo malo es que conoce perfectamente que todo lo que ha dicho es imposible de llevar a la práctica, referéndum incluido. Todo esto está resultando tedioso, aburrido, insoportable... y me dan ganas de dejarlo todo –dándote la razón una vez más- y escaparme allá donde el tiempo sea cálido y los asuntos básicos de la convivencia no se sujeten a permanente discusión.
Pilar está encantadora conmigo. Quizás la breve ausencia de su abuelo le haya hecho valorar más mi presencia. En todo caso, nunca me ha pasado con ella que me dé tantos besos en mitad de la visita,
La vida ofrece alguna que otra compensación cuando cierra salidas.

Te mando el beso más afectuoso posible.

lunes, 18 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (215)

- Oyeme una cosa, Cristino.
Jacinto Perdomo se dirigía al responsable de interior de la junta con su voz agrietada ya después de muchos años de combate por las causas de la libertad en España y la liberación del pueblo saharaui, que se unían a su condición de coronel del Ejército español con plaza en Africa.
- Tú dirás, Jacinto. Pero te ruego que no sea demasiado tiempo. Como sabes tengo que hablar con Cardidal –contestaría Romerales.
- No. No te voy a robar mucho tiempo. Mira una cosa –empezaría el coronel en la reserva-. Yo, como sabes, estoy bastante acostumbrado a la guerra. Ese ha sido mi cometido desde hace mucho tiempo, ¡vamos!, toda mi vida profesional. Quizás por eso… quizás por eso le tengo mucho miedo a las guerras. Uno sabe cómo entra, pero no sabe cómo se sale de ellas…
- Ya sé lo que me vas a decir, Jacinto… -le interrumpía Romerales.
- Vale. Si lo sabes, me parece muy bien. pero sólo te pido que me dejes terminar.
- Siempre que sea poco tiempo. Ya sabes que tengo mucha prisa.
- Bien. Lo que te quería decir es que cuando hay una duda sobre cómo puede terminar todo esto, lo mejor sería no empezar a hacer la guerra.
- ¿Y qué propones?
- Mira. Esta gente es peligrosa. No se para en barras. Va a por todas. Ahora se han cargado a su presidente…
- Bueno. Se lo están cargando…
- Está bien, se lo están cargando. ¿Qué les importa a ellos acabar con nosotros?
- Mi información es que no van a poder –contestaría Romerales.
- Bien. ¿Pero a qué precio? ¿cuánto nos va a costar el invento? ¿Cuántos hombres van a caer en esta guerra? ¿cuántas familias sin sustento? ¿Y qué coste va a tener eso en términos de desarrollo económico?
- Vale. Según tú tenemos que dejarles que acaben con Bachat.
- Mira. Creo que Bachat, que es un tipo que ha hecho muchas cosas bien a lo largo de su vida, esta vez la ha cagado. ¡La ha cagado, Cristino! ¡se ha dejado atrapar tontamente por la gente de Cardidal!
- No estoy de acuerdo con dejarlo a merced de esa gente.
- Tampoco estoy yo diciendo eso. Lo que propongo es negociar: que si lo sueltan les dejemos en paz.
- Pero es que hay otra cosa, Jacinto. Está la petición de ayuda que hemos recibido de Chamartín.
- Eso es otra cosa. Porque esos tienen que dar la tabarra dentro de su junta y resolver sus problemas. Así es como lo veo yo.
- ¿Y dejar que se instale ahí, justo en nuestra frontera, una dictadura? ¿No te das cuenta de que en dos días van a empezar a darnos el coñazo?
- Entonces será el momento de hacerles frente –declaró Perdomo.
- ¿Cuándo les venga bien a ellos? No, ahora, que es cuando nos viene mejor a nosotros –dijo Romerales zanjando la discusión.

viernes, 15 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (214)

- Excuso decirte que Leonardo Jiménez saliía un tanto escaldado de la reunión con su primo –proseguía equis que ya había agotado su primera copa de coñac y hacía ademán al camarero de La Alpujarra de que le sirviera otra. Para Brassens, no. No necesitaba de nada.
- Así que Leonardo telefoneó a su hermano Raúl y le fue a ver para contarle sus impresiones de primera mano y de reciente producción –continuba equis en un tono ciertamente grandilocuente.
- ¿Qué le dijo este? –preguntaría Brassens.
- Sólo le pidió tiempo para pensarlo –contestó equis-. Pero Leonardo lo encontró muy preocupado.
Equis se dirigió entonces hacia el cuarto de baño. Pero antes de eso golpeó ligeramente el hombro de Brassens para advertirle:
- La historia sigue. No te vayas todavía.
- No tenía ninguna intención –contestaba su interlocutor.

A su regreso, equis encontraba su segundo coñac servido sobre la mesa primorosamente limpia.
- Después de esta copa a lo mejor nos damos una vuelta –sugirió Brassens.
- ¿Te estoy aburriendo? –preguntó equis.
- Nada de eso. Sólo que ya noto el trasero bastante incómodo, la verdad.
- No te preocupes. Así lo haremos –prometió equis. Pero permíteme que prosiga.
- Adelante.
- Pasados un par de dias desde aquella reunión, Raúl y Leonardo tenían previsto asistir a una conferencia en el Círculo de Bellas Artes –empezaría equis-. De modo que decidieron dar un paseo mientras dedicaban su atención al asunto.
- He estado oensando mucho en lo que me has venido contando –empezó Raúl, mientras que Madrid se iba sumergiendo en la oscuridad del final del invierno-. Y creo que no conviene que se lo digamos a mamá. Se pegaría un disgusto impresionante.
- Desde luego –convino Leonardo.
- Pero sí creo que habría que decírselo a los hermanos –continuó Raúl.
- Entonces Leonardo torció el gesto.
- Me parece que no –dijo este-. Pienso más bien que sería conveniente continuar por nuestra parte hasta saber si la historia tiene suficiente entidad. Si es así, lo pondremos en común con el resto de los hermanos. De lo contrario, echamos el carpetazo y ya está.
- Raúl escuchaba atentamente las consideraciones de su hermano. Al final repuso.
- Por lo menos habrá que decírselo a Carmen –propuso Raúl.

jueves, 14 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (213)

Bilbao, 24 de septiembre de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer estuve con las “profes” de Pilar. Me hablaron durante hora y media. Me contaron cómo empezaron a darle clase. Estaba Itziar con la niña gitana y, cada vez que le enseñaba algo, Pilar producía sus sonidos característicos, chasqueando la lengua. De modo que Itziar le mostraba la cosa de que se trataba. De esa forma, Pilar demandó que también a ella le dieran clase.
Ahora están intentando jugar con un gran mapamundi. Han recortado unas figuras de papel que representan a los continentes. En ellas pegarán fotos de animales, de selvas, etc. Quieren que Pilar se siga abriendo al mundo. Aunque, en el caso de que no funcione el asunto, variarán de sistema.
Me hablan –entre tantas cosas- del tiempo en la percepción de nuestra hija. Sólo cambia con las visitas, los días de clase... Porque el hospital hace perder la noción del tiempo.
Además de los progresos que Pilar ha hecho en matemáticas, por ejemplo, ahora están intentando referirse a sus sentimientos. Lo han hecho con un libro que se titula algo así como: ¿De quién me puedo fiar? Y ella ha dicho que su principal virtud es que es educada y su principal defecto es su mal genio. ¿A cuál de los dos le corresponde cada característica? No te haré rabiar: supongo que son también compartidas.

Un beso.

miércoles, 13 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (212)

Y así, sin mediar palabra alguna, el hombre grueso que le detuvo propinó al saharaui un puñetazo en el estómago que hizo a Bachat encogerse de dolor.
Quizás Sidi Ben Bachat no conocía la obra de Jean Amery, pero compartió en ese mismo momento su reflexión: “con el primer golpe que te dan, pierdes la confianza en el mundo”.
Pero Bachat no confiaba demasiado en ese mundo que ya había condenado a su pueblo a la vergüenza de la conculcación de sus derechos. La invasión por Marruecos y el abandono de su colonizador. Por eso, ese puñetazo que le había nublado la visión y le había hecho encogerse sobre su elevada altura, lo sintió como uno más de los tortazos que recibía su pueblo a lo largo de su triste historia.
Daba comienzo así una paliza en toda regla. Y Bachat, en medio de esa tunda de patadas y puñetazos, de empujones y expresiones soeces, procuraba aislarse de ese mundo inmediato, como si la vejación que venía detrás no fuese inesperada, como si esa fuera la vida que le correspondía durante esos instantes, hasta que sus captores decidieran descansar más que dejarle en paz. Y, en esa capacidad que tuvo en aquellos instantes por establecer un paréntesis entre su propia mente y la espantosa situación que atravesaba, colegía vagamente que el tratamiento degradante no implica necesariamente la pérdida de la dignidad humana, sólo quien no puede sentirla en sí ha perdido la dignidad. Era en su propia alma, por lo tanto, donde se dirimía si podía preservar su libertad interna.
- ¿Quién eres? –le preguntaría finalmente un agente de tamaño menudo, pelo negro y ya entrado en años. El carcelero grueso que había detenido a Bachat le observó agradecido: la paliza, por lo visto, también cansaba a quien la propinaba.
- Sidi Ben Bachat –respondió el saharaui.
- ¿Y cuál es tu ocupación?
- Soy jefe de la policía del Distrito de Chamberí.
- ¿Y qué más?
- ¿Cómo que qué más?
- ¿Qué más? ¿Qué hacías en la casa de Jorge Brassens?
- Cumplía una misión.
El sujeto qe dirigía el interrogatorio sonrió de modo artero.
- ¿En qué consiste esa misión?
- No tengo que contestar a esa pregunta. Ya he dicho todo lo que debo decir.
El preguntante movió la cabeza en señal de negación. No, no era eso lo que esperaba.
- Se cree que estamos en los tiempos en que se aplicaba la Convención de Ginebra –dijo dirigiéndose al hombre grueso-. Está loco.
Bachat tenía la boca muy abierta, como si el breve aire que podía respirar en aquel local escasamente ventilado podía restablecer sus ya menguadas fuerzas.
- Está bien. Tendremos que pasar al segundo nivel de la reflexión. El primero no ha sido suficiente –dijo el jefe de interrogatorios de Chamartín.
- ¿Lo preparamos, entonces?
- Sí. Y mientras tanto dejadlo en la celda.

martes, 12 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (211)

Pablo De Vicente recibía a su primo en su despacho –explicaría equis a Brassens, tratando de ambientar el episodio-. Vestía correctamente, pero sin chaqueta, a lo americano, aunque ya se podía decir que esa forma de arreglo indumentario había pasado a ser habitual en cualquier país occidental, con independencia del aire acondicionado que se pusiera en verano o de la calefacción que calentara el invierno. Sería una conversación clave para el desarrollo de nuestra historia –agregaba equis.
- Te había dicho que se trataba de una conversación personal –adelantó Leonardo Jiménez-. Se trata del tío Juan Carlos.
Leonardo describiría a su primo las circunstancias que su otro primo le había narrado, sin privarse de ninguno de los detalles.
Pablo se removía inquieto en su asiento, de modo que Leonardo prefería parar la historia en el momento en que había hablado con Raúl, sin mencionar el posible encargo a un detective para la investigación del asunto de la secretaria del tío Juan Carlos. Sólo le mencionó la posibilidad de una reunión familiar previa, en Madrid, entre una representación de las tres ramas de los de Vicente.
La respuesta de Pablo se produjo de forma entrecortada, aunque clara. Le dijo que él ponía la mano en el fuego sobre la honestidad de la secretaria. Añadió que la doncella había sido readmitida. Subrayó en todo momento que su común tío Juan Carlos se encontraba bien, con toda su capacidad mental perfecta.
- Si queréis, Salvador y tú, podéis ir a verle al tío –para Pablo, Juan Carlos de Vicente era el tío por antonomasia- y le contáis todo eso. El tío está perfectamente bien.
En ese momento sonaba el móvil de Pablo. Este contestaría, aunque pedía a su interlocutor al otro lado del teléfono que le dejara cortar, que le llamaría más tarde. Era una voz masculina que sonaba distorsionada por la metalicidad que le aportaba el apaarato. Le hablaba de un talón y le preguntaba sobre lo que se debía hacer con él.
- Siempre se puede anular –observaría Pablo de Vicente.
Luego, el señor que hablaba al otro lado del aparato preguntaría por cómo se encontraba. La conversación terminaba finalmente.
Resultaba difícil saberlo, pero Leonardo Jimenez colegía que se trataba de su padre y, de repente, se le encendían todas las luces de alarma.
- No creo que tengamos que hacer ninguna reunión –dijo Pablo-. Yo en la vda siempre hago lo que dice mi padre –observó-. ¿Y vosotros qué hacéis en relación con tu madre?
- Nosotros actuamos de la forma en que lo entendemos mejor y luego se lo decimos –contestaría Leonardo.
- Yo siempre hago lo que él me dice –repetía Pablo-. Y muchas veces me he arrepentido de eso.
- Pablo de Vicente había hablado bastante, quizás demasiado –observaría equis-. La implicación de la secretaria parecía ahora sólo una pieza más en el “puzzle”, la historia se hacía más compleja por momentos.

lunes, 11 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (210)

Bilbao, 20 de septiembre de 2003.

Querida Lorsen:

Desde mi última carta no han pasado demasiadas cosas, pero quiero recuperar el contacto epistolar contigo al menos cada cierto tiempo.
Como sábado que es hoy, he ido por la mañana a visitar a Pilar. La niña –siempre lo será, para mí- estaba un tanto cansada por el bullir de las enfermeras y los médicos, ante los ingresos que se han producido. -Por cierto, en la calle pasa una manifestación que pide la “independencia”: parece que las cosas no cambian nunca por aquí, como siempre me decías). La silla que le han arreglado se ha vuelto a descomponer cuando una enfermera ha intentado tumbarla.
Mis visitas a Pilar son como monedas lanzadas al aire. No era demasiado consciente de ello, pero es verdad que nuestra hija está atravesando el período de la adolescencia, que es siempre el más difícil para ella misma y para sus padres, ya que para afirmarse a sí misma tiene que destruir el icono de lo que somos nosotros, su padre, yo, en este caso. Y no sé muy bien qué hacer para combatir esa actitud.
Cené ayer con tu padre. Le operan el jueves de la hernia. Está esperanzado. Piensa que, una vez que se recupere, podrá pasear como antes. No le he dicho que la medicina está avanzando mucho hasta que se demuestra lo contrario: Y tu caso lo demuestra de manera bastante precisa.
Hasta este jueves por la noche en que volví de Madrid, tenías nueve rosas rojas como conmemoración de nuestro décimo noveno aniversario de boda. Las flores ya estaban secas, así que las he retirado y, en su lugar, he encendido una vela.
No hace falta que te diga que sigues presente en mis pensamientos, en toda mi vida, y que te ruego que, allá donde te encuentres, sigas ayudándome a acertar en este mundo tan hostil en que se ha convertido mi vida sin tus consejos, sin tu cariño, sin tu apoyo.

Un beso.

viernes, 8 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (209)

Y Perdomo asentía. Él mismo había experimentado los rigores del desierto saharaui en sus años de servicio y, aunque soportaba relativamente bien las elevadas temperaturas del desierto, era consciente de que la tortura –infligida de manera sistemática- era otra cosa y no sabía muy bien si Bachat se iría detrás de sus sufrimientos. Lo más probable sería la resistencia. Porque esa gente estaba formada por resistentes, hechos en la renuncia y en la escasez, adaptados a las condiciones más adversas. Pero lo reconoció: lo primero era protegerse ante el posible conocimiento por parte de los contrarios de sus puntos débiles.
- Dicho esto –continuaría Romerales-, yo tengo una gran confianza en que esta batalla, o guerra, la ganaremos. Pero claro, tenemos que plantearla.
Juan Antonio Sánchez observaba que ningún otro componente del gabinete de crisis quería hacer uso de la palabra.
- Todos estamos conformes, consejero-. Creo que convendrá proceder de acuerdo con el procedimiento.
Se trataba del protocolo que había diseñado Romerales y que la Junta de Chamberí había adoptado en su momento.
- Bien. El primer paso supongo que sería el de comprobar de manera fehaciente si Bachat está en su poder –declaró Romerales.
- ¿Quieres que hable yo con Jacobo? –sugirió el presidente.
- Creo que no –dijo taxativo el Consejero de Interior-. Se trata de un hombre de mi departamento de modo que no conviene que te gastes todavía, presidente. Además, Jacobo Martos está en la luna de Valencia. Lo haré yo.
- ¿Y después?
- Antes o después, quizás ahora mismo, hay que poner en funcionamiento el sistema operativo y situar fuerzas militares en la frontera –observó Romerales.
- Bien. Si no hay más remedio. ¿Y qué podemos utilizar?
- Lo más importante es que vean que estamos dispuestos a actuar, aunque sin mostrar toda nuestra capacidad. Bastaría quizás con movilizar a un par de centenares de hombres uniformados y equipados con fusiles convencionales –sugirió el responsable de la defensa de Chamberí-. Eso para el supuesto de que Bachat no cante.
- Cante o no cante yo creo que es un error que el enemigo no conozca nuestra potencial destructivo –afirmó Perdomo.
- Sí. Ya lo hemos discutido en alguna otra ocasión –asistió Romerales-. Tú eres de los que piensan que es importante que el enemigo tenga noticia de nuestra “force de frappe”. Pero en mi opinión eso nos conduciría a una escalada permanente en materia de armamento, con lo que habría que drenar recursos que ahora se destinan a otras actividades, que son más básicas. En otras circunstancias no diría que no, pero ahora de lo que se trata es de emplear la fuerza con toda la contundencia posible y rendir al enemigo en un santiamén. Vamos, poco menos que sea como el boxeador al que le atizas un golpe cuando está despistado, que apenas oye contar al árbitro.
- Está bien. Si no hay mayor inconveniente quedan autorizadas las dos gestiones: tu llamada a Cardidal y la movilización de fuerzas –declaró Sánchez-. ¿En cuánto tiempo estará eso listo?
- Para mañana al amanecer.

jueves, 7 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (208)

- Así que Leonardo Jiménez llamó desde el mismo VIP’S –continuaría equis- a su hermano Raúl, que tenía un despacho muy cerca de allí, en la calle Velázquez. Sí, era urgente –le dijo-; sí, le podía recibir, le contestó Raúl.
- De modo que se fue hacia allí –continuaba equis-. Raúl era su hermano mayor. Y ejercía con él de tal. Fallecido su padre se ocupaba de sus problemas y le tendía siempre sus brazos abiertos, de la misma manera a como Leonardo se portaba con él. Eran lo que ellos mismos habrían calificado como hermanos y amigos, donde no sabrían muy bien cuál de las dos ideas iba antes y cuál después.
- Raúl le escucharía atentamente. Cuando su hermano concluyó le preguntó si pensaba él que cabía la posibilidad de acudir al mismo tío Juan Carlos. Pero Leonardo lo excluía de raíz: no era posible. No se enteraría del asunto, pero tampoco querría enterarse. La cuestión consistía en enterarse de si la secretaria había metido la mano en la caja. Para ello –según dijo Leonardo a Raúl, lo mejor sería hablar con Pablo de Vicente, el segundo de los hermanos descendientes del último de los De Vicente de su misma generación. Según su opinión, se trataría de poner de acuerdo a las tres ramas de la familia para investigar el caso.
- Raúl pidió una especie de “tiempo muerto”. Quería pensarlo. De modo que hablarían en otro momento.

lunes, 4 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (207)

Bilbao, 5 de septiembre de 2003.

Querida Lorsen:

Esta mañana he estado en Vitoria con ocasión de la visita de Mariano Rajoy al País Vasco, una vez que los órganos del partido le han elegido como candidato a presidente del Gobierno. Una vez más tenías razón y no ha sido Jaime Mayor el candidato propuesto. Te agradará saber que Mariano ha estado muy afectuoso conmigo, que me recordaba perfectamente –no he tenido que decirle mi nombre.
Hace un par de noches tuve un sueño. Era triste, pero al menos salías tú. Viajábamos en un coche, tú y yo, y detrás iban los Companys, en otro. Yo creía que estabas conduciendo bien, porque la carretera llevaba a una zona que era una verdadera ensalada de vías de tren y pasaban algunos convoyes por ahí, y tú movías el coche con facilidad para que no nos arrollaran. Pero Alfonso salió del suyo y te propuso conducir el nuestro. Entonces tú torciste el gesto, como cuando te disponías a llorar. Fue cuando pensé que habías bebido algo. Yo te procuraba consolar.
Me conforta cuando apareces en mis sueños. Aunque después pasen las horas sin que pueda volver a dormir. Esa sola presencia tuya, tan real, tan cercana, me permite compartir contigo siquiera unos segundos ficticios, pensando, ¡ay!, que todavía no te has ido, que aún existe solución para tu complicada existencia.
Pilar está bastante poco simpática conmigo. El otro día fui a darle de comer pero prefirió que la comida se la diera la enfermera. Quería ver un programa de televisión y a lo mejor yo le impedía la visión. A veces pienso que esa, que es la única referencia que me une a la vida, tampoco resulta todo lo grata que debiera. He dejado pasar unos días antes de volverla a ver, este fin de semana. Espero que esté mejor conmigo.

Un beso.

viernes, 1 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (206)

Y ese hombre, Sidi Ben Bachat, estaba allí; esperando a que llegaran sus carceleros e iniciaran la correspondiente dosis de tortazos. Su estrategia preparada –en realidad, la ausencia total de estrategia-: sólo tenía que demostrarse a sí mismo hasta qué punto estaba curtido para una prueba de esas características.
De pronto sonaron unos pasos de botas claveteadas al fondo del breve corredor. Voces ahogadas por los propios esbirros de Cardidal que se hacían sin embargo cada vez más próximas. Por lo que Bachat había podido intuir él era el único prisionero en aquella resumida comisaría-prisión. Y por lo que sabía, los de Chamartín disponían de otras dependencias menos céntricas para los presos de más larga duración. Una estancia corta, en todo caso, pues la práctica de los asesinatos unida al desplazamiento de los cadáveres al exterior de la cárcel era más que habitual: la nueva versión de la vieja ley de fugas del distrito en el que ahora se encontraba. No, ni siquiera lo sabía Martos, el presidente de aquella junta, aunque desde luego que lo intuía y hacía en consecuencia la vista gorda.
Ya estaban allí. El gordo a la cabeza y con las llaves de su celda en ristre.
- ¡Pégate a la pared! –le ordenó.
Bachat obedeció.
Entraron dos muchachos fornidos que volvieron a ponerle las esposas, esta vez por su espalda. Ahora estaba muy claro: carecía de parachoques orgánico; no se podía permitir el lujo de dar un traspié, porque corría el riesgo de hacerse una buena herida en la cara.
Ni siquiera quiso preguntar adónde le llevaban o qué pretendían hacer con él. Pensaba que a lo mejor su voz sonaría insegura, suplicante, quizás un principio de debilidad.
Le arrastraron hacia una dependencia relativamente cercana. Varias veces estuvo a punto de perder el equilibrio, pero pudo hacer el trayecto con la mejor prestancia de que fue capaz, pese a lo cual los carceleros se mofaban de sus breves carrerillas que le evitaban una inminente caída.
Se trataba de una gran sala repleta de variados objetos. En un lado de la estancia había una bañera. No se trataba de un cuarto de baño, sin embargo. No había grifos en ninguna parte, ni toallas, ni jabón de ningún tipo. Bachat torcía el gesto: “El mal se aprende muy fácil”, pensaría el saharaui para sus adentros.
En el centro de la sala había una mesa de oficina tan vieja como que serviría para habilitar el trabajo de un administrativo de los años ’40 del siglo pasado. Detrás de ella se sentó el tipo aquel, el gordo que le había detenido. Le invitó a sentarse.
- No queremos hacerte daño. Si no es preciso, claro. Queremos que nos cuentes lo que sabes… -le dijo.
Bachat permaneció en silencio.
- ¿No dices nada? Pues empezamos bien… -murmuró el guardián. Y luego alzó la voz, quizás para que se enteraran también sus otros dos compañeros-. ¡Por menos de eso se han dejado aquí los dientes unos cuantos!
- No me has preguntado nada –dijo Bachat con actitud reservada.
- Está bien. No he dicho nada, todavía –declaró el jefe de los carceleros-. Vamos a hacer la ficha. ¿Te parece? –preguntó después con indisimulado sarcasmo.
- Haga lo que tenga que hacer –repuso Bachat.