jueves, 31 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (156)

Bilbao, 15 de abril de 2003.

Querida Lorsen:

Como ya te explicaba en la despedida de mi anterior carta, tenía la esperanza de que mi semana posterior fuera más positiva. Es verdad que estos meses han resultado muy duros para mí, que a tu ausencia se ha unido un largo período de tiempo sin apenas oportunidades de tranquilidad –apegado a este duro Bilbao de todos los días, que tu sufrías de forma tan triste- y padeciendo esas mezquindades de la vida que agregan al sufrimiento una especie de desazón, formando en su conjunto un cóctel bastante amargo.
El lunes tuvo lugar una cena de “¡Basta Ya!” de Getxo, en la que hemos decidido hacer un abordaje de la libertad en la playa de Ereaga o de Las Arenas. Saldrán del mar cuatro o cinco “zodiacs”, cargadas de personas independientes o de partidos políticos –yo me empeñé en que hubiera algún nudista, ya sabes la campaña que ha hecho Zarraoa contra esta gente de Azkorri-. Llegarán a la playa y luego se leerá un comunicado –lo hará el marino José Luis Ugarte o Santiago González- y después empezará a buzonearse un folleto en contra de los nacionalistas que nos vienen gobernando en ese pueblo.
El martes tuvo lugar una comida con Kepa Aulestia –en el grupo de Nacho Olaso- al ya han abandonado los nacionalistas. Poca gente y un ánimo sólo regular por parte del invitado, para quien la situación vasca –de empate entre nacionalistas y no nacionalistas- es irreversible. Seguramente que tú hubieras estado de acuerdo con él. Para ti la solución en este país era simplemente imposible.
El miércoles salimos para Hannover, vía Frankfurt. Cenamos en el hotel –que es un Sheraton construido sobre la fábrica de tintas y plumas “Pelikan”. A la cena asistió el embajador de España, que le conocía mucho a José Areilza y era sobrino de Lucía de la Peña.
El jueves tuvo lugar propiamente la visita de la delegación a la feria, que es impresionante. Hubo una rueda de prensa en la que Ignacio Etxeberría –que es director de Indumetal-, como Presidente de la Cámara de Comercio de Bilbao introdujo el asunto y lo hizo con un enorme respeto institucional. Hablaron él, el Diputado General de Vizcaya –que se encontraba bastante cariacontecido por su desplazamiento del poder-, el Viceconsejero de Industria, el Presidente de la Comisión parlamentaria y también el embajador. Todo resultó fenomenal, y yo le felicité a Ignacio por la forma en que había llevado el asunto. Luego retornamos a la visita para concluir con un almuerzo. En la mesa que se nos había reservado había unas banderitas de España y de la feria –creo-. Y yo le dije a la representante del PSOE en la delegación:
- Creo que a más de uno le va a producir una urticaria nada más que vean esto.
Pero cuando me di la vuelta para dejar el abrigo –nevaba en Hannover- un camarero ya estaba retirando todas las banderas.
Yo comí prácticamente en silencio, hasta que el presidente de la comisión, atento a mi actitud, me preguntó:
- ¿Qué te pasa, Fernando, que estás tan callado?
- Pues ya que me lo preguntas te lo diré –contesté-: Si yo me siento en una mesa en la que no hay ningún símbolo no hago ninguna protesta; en el caso de que hayan puesto unas ikurriñas también como con toda tranquilidad, la ikurriña no es mi bandera, pero la respeto porque además forma parte del Estatuto; pero si lo que hacéis es retirar una bandera por la que siento un afecto especial, una bandera que nadie ha puesto ahí para molestar, el primer impulso que tengo es levantarme e irme. No lo he hecho porque me considero una persona tolerante.
A lo que Hormaetxea, el segundo de la delegación nacionalista, dijo:
- Pues yo, que soy tan tolerante o más tú, si te hubieras marchado no me habría molestado por eso.
Ya ves que se trata de una anécdota, tras la que se esconde la particular visión que algunos nacionalistas tienen del país. No les ofende, no, ¡cómo les iba a ofender!, que abandonemos nuestro país. Lo comprenden, lo admiten, incluso lo alientan, porque la verdad es que les sobramos.
El pleno del viernes fue bastante suave. Sólo tenía una pregunta a Madrazo, que no me salió mal del todo. Hablé con Jaime Mayor y le dije que R. C. me estaba puenteando. Me dijo que ese mismo día le nombraban para algún puesto oficial en el Ministerio de Hacienda y me aseguró que hablaría con el Presidente de SEPI, como efectivamente hizo. Luego me acerqué al hotel donde estaban los Areilza y asistí al mini-debate entre Herrero de Miñón y el profesor de José. Después nos pusimos en marcha hacia San Sebastián. Cenamos en Recondo y el día siguiente salimos hacia Motrico, donde tuve la oportunidad de conocer la casa solariega de la familia, repleta de recuerdos y libros sobre el almirante Churruca, la batalla de Trafalgar, la maqueta del barco... Es más un museo que una casa. Son cinco pisos que dan a la calle, comunicados por una escalera que se encuentra al fondo de la casa. Los salones, escritorios, bibliotecas... están orientados hacia el exterior, los dormitorios son muy pequeños –todas las camas inmensas y con dosel, el cuarto de baño a un lado, abiertas hacia su correspondiente salón. El último piso da a un jardín, en el que está recortada una flor de lis.
El ambiente en Motrico es bastante regular –alcalde de Batasuna-, y la familia no sabe muy bien qué hacer con la casa, aunque en el momento presente no tienen apuros para mantenerla en buen estado, e incluso rehabilitarla.
Comimos en Getaria, en Kaia –Talai-pe estaba cerrado-. Y regresamos a San Sebastián. Los Areilza fueron a hacer talasoterapia –recuerdo que tú y yo lo hicimos en Biarritz con los Aznar-Oriol-, mientras que yo le visitaba a la tía María Victoria Zavala que está de traslado hacia una casa mejor orientada, con vistas a la Concha. Sabes que ella acaba de quedarse sola, porque el tio José murió poco antes de que tú te fueras. Cuando se encontraba en la puerta de su casa, despidiéndome, me dijo:
- Tú te recuperarás más pronto que yo.
Pero los cuatro meses y medio que he pasado no se los deseo a nadie –pensé.
Luego cenamos a base de tapas en un bar del barrio de Gros, coincidiendo con un nieto de José María Pemán, que es arquitecto, y su mujer.
El domingo nos fuimos a Burguete. La ausencia de Alfonso Pérez-Brassens nos hizo replantear la visita al Chillida-Leku hasta que se encuentre totalmente repuesto.
La casa de Arrechea está relativamente bien, aunque conviene darle alguna mano de pintura en algún sitio –por ejemplo, en la barandilla del porche-. Comimos en el Gárate, donde nos encontramos con Josefina Sagüés, con José María, Miriam, el otro hijo de ellos y un nieto.
Luego nos fuimos paseando a Roncesvalles, donde oí la misa del Domingo de Ramos –una hora y media-, la primera que tú seguiste en Arrechea. Cuando cantaron el “Salve Regina”, mis ojos permanecieron clavados en la imagen de la Virgen y me preguntaba –lo mismo que Georges Santayana: “Ya que Dios no existe, ¿por qué tenemos que perder la devoción por la madre de Dios?”-. Te reconozco que al final me brotó una lágrima de ese ojo malo que tengo y que ya que no ve por lo menos sabe dar cauce a mis sentimientos.
Volvimos a Arrechea por el Camino de Santiago y de ahí regresamos a Roncesvalles para cenar en La Posada. Txiki nos invitó a una copa y charlamos mucho sobre la historia del lugar, hasta el punto de que casi nos hemos conjurado a escribir una historia que más o menos se titule: “El prior de Roncesvalles”.
El día siguiente habíamos previsto hacer el paseo de la “Fuente de la teja”, pero el viento era tan fuerte que cambiamos de plan. Los Areilza se compraron unos patés en el super, luego fuimos a la tienda de los recuerdos -donde yo me llevé algún libro, bastante caro, sobre la historia del lugar- y fuimos a Pamplona, a Josetxo, donde creo que nunca llegaste a comer, aunque le conociste a Ricardo, el dueño, tío de los de La Posada, que estuvo una vez en casa.
Luego los Areilza me depositaron en una gasolinera, donde me esperaban los escoltas.
Volví a Bilbao con tiempo suficiente para cenar con tu padre, que cumplía 87 años. Les he dado todas las fotos y litografías de tu madre, excepto una que se la voy a regalar a tu hermano Enrique.
Esta mañana he estado con Pilar, le he dado de comer, y la encuentro muy bien. Mañana volveré a verla.
He recogido de Arrechea tus trabajos inacabados de mis abuelos maternos. Se los he dado a mi madre, con el compromiso por su parte de enmarcarlos y de colgarlos.
Ahora estoy con Bècaud, hasta que llegue la hora de una reunión que tengo en la sede de Getxo, a la que le llevaré.
El jueves me voy a Sevilla, donde me recogerá tu hermano para llevarme a Huelva. El lunes saldré para Córdoba, donde me encontraré con Eloy García.
Te escribiré a la vuelta.

Un beso.

martes, 29 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (155)

Pero había otra solución. Y era ella tratar de sortear a los esbirros de Cardidal y acercarse a los aledaños de Chamberí, de modo que el nombre de Cristino Romerales y el de su marido pudieran franquearle el paso hacia la sede central del Distrito.
Optó por esta solución y se dirigió hacia el final de Serrano que era ahora una calle despoblada y triste. Estaba claro que la buena gente, la que todavía se podía considerar normal y que era la más singular y minoritaria, sin embargo, se escondía en sus casas y sólo salía de ellas fuertemente protegida por grupos de familiares y amigos. La otra, la antaño marginal, se hacía con el control de las calles secundarias, de estrechas aceras y tortuosos caminos de cabras allá donde en épocas más urbanas circulaban coches. Y en determinadas avenidas principales eran las policías oficiales las que tomaban el mando, aunque a veces estaban demasiado ocupadas en sus propias pillerías como para controlar los pasos fronterizos.
Vic Suarez no vio a nadie hasta que se encontraba prácticamente a la altura de la Embajada americana, desierta como todas de sus representantes diplomáticos, pero allá donde una tanqueta y una pareja de policías vigilaban la seguridad del antiguo guardián del universo un par de persoas vestidas de uniforme caq ui y ladeade boina verde le dieron el alto.
Los hombres de Crisitino Romerales estaban armados con viejos fusiles CETME del ejército español que bruñidos por sus usuarios brillaban a la luz de aquel sol de Madrid.
Cuando Vic detuvo su coche la saludó de manera militar uno de ellos. Se trataba de unn tipo alto y fuerte, de rasgos muy meridionales y aspecto marcial.
- Buenos días. ¿Qué desea? –le preguntó con educación inusual para aquellos tiempos.
Vic Suarez notó que el acento de aquel hombre era notoriamente árabe, porque las palabras fluían de su boca casi sin pronunciarlas, sin énfasis alguno en la frase.
- Buenos días, agente. Soy Vic Suarez, la mujer de Jorge Brassenns.
- ¡Mi amigo Brassens! –dijo el policía con una abierta sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes muy blancos, quizás debido al contraste con el tono oscuro de su tez-. Siempre apoyaron Cristino y él la causa saharaui.
Las palabras de aquella persona actuaron como un bálsamo en el preocupado ánimo de Suarez.
- ¿Tú eres…?
- Sidi Ben Bachat –contestó el saharaui sin perder la sonrisa.
- ¿El delegado del Polisario en España?
- Ese mismo, en su día. Luego me quedé atrapado en Madrid. No llegué a coger el úiltimo vuelo para Argel y aquí me tienes.
- Es una suerte verdadera haber dado contigo… Sidi…
- Sidi Ben Bachat, pero me puedes llamar Bachat o Sidi, como quieras.
- Está bien, Sidi. Tengo mucha urgencia de hablar con Cristino –dijo Vic con su vehemencia habitual.
- Vamos a ello –contestó el responsable del puesto.

lunes, 28 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (154)

Flotaban todos ellos como hojas que se lleva el viento si no fuera porque ellos podían resistirse a esa circunstancia y avanzar por el espacio. Lo hacían lentamente, tanto que se diría que avanzaran más despacio que los vulgares caminantes.
Estaba entre ellos. No sabía muy bien cómo había empezado todo, pero algún día se les había unido y era consciente de que sólo se trataba de un aprendiz entre los que sabían del oficio. Había quienes mandaban y había los que no tenían más remedio que obedecer. Y él era uno de estos últimos. El único obediente del grupo, tal vez.
Sentía que la comunidad se basaba en ese aceite pegajoso que se llama terror. Podían con tu cuerpo, que era antecedente inmediato del control de tu mente. Sí, se trataba de una secta. Y él estaba de por vida sometido a sus designios.
Le pedían que diera su consentimiento a ceder una parte del almacén de la empresa que él dirigía para que la secta guardara en sus dependencias alguna mercancía. Y él sabía perfectamente que se trataba de mercancía ilegal. Le habían dicho que solamente era tabaco, nada más; aunque tampoco le daban demasiada importancia al producto. No, no insistían en el asunto. Pero él intuía que se trataba de droga. A gran escala. ¿Qué pensaría de eso su padre si se llegaba a enterar? Un probo comerciante de una ciudad de provincias a quien su hijo engaña metiendo en el almacén de su negocio una partida de marihuana o cocaína?
- Hay mucho desorden ahí –confesaba a uno de los jefes de la secta-. Hay apelotonadas mercancías muy diversas. Es como una especie de basurero, aunque sin basura.
- Mejor –le contestaba el jefe-. Así se advertirá menos. Creo que estaría bien que me lo dejaras ver cualquier día de estos –agregaba.
Y él no se podía negar. Porque le hacían daño. Le pellizcaban en las tetillas con desusada furia y él tenía que callarse porque ese castigo formaba parte seguramente de sus prácticas habituales.

Fue el momento feliz en que despertó del sueño.

viernes, 25 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (153)

Bilbao, 4 de abril de 2003

Querida Lorsen:

Este viernes no hemos tenido pleno, así que después de comer con Quique Gaytán y Enrique Portocarrero en el Marítimo, he recogido a Bècaud –a Gaby le han quitado el yeso y se lo han cambiado por una venda: está bastante torpe, según dice; y tu padre no sabe todavía si le van a operar o no de su hernia.
Ha sido una semana bastante regular, por no decir que francamente mala. Esta noche he dormido fatal, después de una cena que tuve ayer con gente del PSOE y empresarios en la que la unión de puntos de vista ha sido total. Pero concluía con una jornada en la que he sido relegado una vez más por la gente del partido en Vizcaya y por R. C.. Este último había organizado una reunión del Presidente de SEPI sobre Babcock y no me convocó a la misma. Tuve unas palabras con él, con Antón y con Leopoldo, que no supieron darme una sola explicación. Eso me ha puesto en evidencia respecto de la propia SEPI, de la prensa y de los sindicatos. Así que esta mañana he llamado a Jaime Mayor, pero Miren no me ha puesto con él. Ignoro si es que se ha despistado o simplemente que no ha podido –Jaime estará preparando su conferencia para el próximo lunes en el Club Siglo XXI-. En todo caso seguiré insistiendo. C. vuela alto, por eso exuda –y no es una metáfora: sigue estando tan gordo como siempre- tanta decisión. Según Portocarrero le van a hacer Secretario General de Hacienda próximamente, y en el nombramiento ha intervenido el propio Jaime.
Lo cierto es que vuelven a verse cosas raras en el entorno del partido. Cámara controla la adjudicación de unas obras a una empresa afecta al partido que está cargada de deudas –el sólo hecho de mencionarlo le puede suponer la salida de SEPI a un amigo de Acebes-. Alfonso Bereincua me ha contado que C. O. intervino con SEPI para la venta de una filial de Babcock a un grupo que él conoce a cambio de que le dieran una iguala los nuevos propietarios. Esto hiede. ¡Si supieran los concejales de a pie de nuestro partido lo que se cuece por las alturas lo dejarían todo en el primer cuarto de segundo!
El miércoles, en el pleno, tuve cuatro o cinco iniciativas parlamentarias que afectaban al Consejero de Justicia, Empleo y Seguridad Social, Joseba Azcárraga. Este es un antiguo militante de EA que fue senador o diputado en Madrid y que últimamente trabajaba en el Grupo Mondragón -¡qué casualidad! ¿verdad?- Lo cierto es que mis primeros debates con él fueron bastante acres, pero después de tu marcha se comportó como si fuera un amigo de toda la vida, así que pasamos de la polémica dura a la ironía, que es un terreno que me parece bastante más elegante y parlamentario. Pero en esa sesión, y sin venir para nada a cuento, se lió a sacar recortes de prensa con fotografías de niñas mutiladas por efecto de la guerra de Irak. El follón que se montó en nuestro grupo resultó bastante considerable. El nacionalismo vasco está muy nervioso, parece que incluso más que nosotros que nos vamos a tragar todo el asunto de la guerra en las elecciones.
El lunes vi una película que me había recomendado mi madre. Se llama “Las horas” y está basada en la figura de Virginia Woolf que, al parecer se suicidó ahogándose en las aguas de un profundo río de la campiña inglesa. La imagen me resultó muy dura: Era como verte a ti, dejándote ir esa mañana del 28 de noviembre de 2002.
“Me han robado la vida, vivo en un pueblo que no me gusta y una vida que odio”, observa la protagonista, lo mismo que dirías tú en los últimos años de tu horrible existencia.
“Es necesario que alguien muera para que otros vivan. En el fondo, se trata de un contraste”, dice Meryl Streep en otra escena de la película. No estoy de acuerdo: Cuando muere una persona a la que has querido una parte de ti se va con ella, muere también. Es verdad que quedará siempre el recuerdo, y con él la evocación de los días pasados. Pero el recuerdo no conseguirá nunca perpetuar esa vida. El recuerdo es una semblanza de muerte, es –como decía mi padre de las fotos- “la tumba de un, de unos instantes.
“Todos vivimos para que vivan los demás”, dice también Meryl Streep en otra escena de la película. Y es verdad. Cuando ha terminado una parte de tu vida, cuando parece que no existe justificación autónoma para su continuidad, cuando ya no puedes encontrar la felicidad en tu interior... vives sólo por los demás, por las responsabilidades que asumes respecto de la gente que depende de ti. De Pilar, en mi caso. De la felicidad que ella tiene y que a mí me ha correspondido preservar. De lo contrario ¿qué sentido tendría vivir una vida que se llena sólo de sucesos sin sentido, sin objeto, sin finalidad? Años a la vida y no vida a los años, transcurrir el día a día sabiendo que sólo existe una actividad que te agota. Sabiendo que, cuando llegue el fin de semana, te quedará tu hija –en una visita que muchas veces duele más que conforta- y tu perro al que tienes sometido en un cerrado apartamento de Bilbao.
Las mezquindades de esta semana –ya no las soporto- me empujarían a pedir una licencia de armas con el único objeto de meterme el cañón de la pistola en la garganta y después disparar –una vez que lo tuviera todo bien ordenado: Es una falta de educación dejar tareas pendientes a la gente que no ha tenido ni arte ni parte en el asunto.
Esta vida tampoco me merece la pena. También me la están robando, también vivo en una ciudad en la cual cada rincón acuchilla mi memoria –que diría Jon Juaristi-, una vida que no me gusta –que se encuentra tan restringida de libertad, de salud, de alegría-: que carece en absoluto de felicidad.
Espero que lleguen pronto las vacaciones de Semana Santa y que Huelva –en compañía de tu hermano y tus sobrinas- y Córdoba, me devuelvan algo del oxígeno que ya no respiro durante estos últimos meses.
El fin de semana que viene tengo un plan diferente: Vienen Alfonso Pérez-Brassens, José Areilza y su mujer y una amiga de mi sobrino. Visitaremos Motrico, Chillida-Leku y acabaremos nuestro periplo en Arrechea. Además tengo previsto un viaje relámpago a Hannover de dos días. Ya te contaré. Es posible que vuelva más animado.

Un beso.

jueves, 24 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (152)

Dirigiendo su mirada hacia el cielo azul de aquella tarde ese sujeto abrió una boca poblada de dientes que los muchos meses -¿años, quizás?- pasados sin notar el cepillo y el dentífrico, habían coloreado en una amplia gama de tonos que viajaba del gris, más o menos penetrante, al negro; pasando por los marronáceos.
Después soltó una carcajada que sonaría a tabernaria, para decir a continuación con voz de beodo:
- Lo que quiero está claro que me lo puedes dar tú, preciosa.
Y volvía a hacer sonar su estruendosa risa.
Vic Suarez puso la marcha atrás y recorrió así un par de metros. Frenó en seco y sacó de nuevo su cabeza por la ventanilla para decir con la voz más alta que era capaz de emitir:
¡Si no quieres que te atropelle es mejor que no te muevas!
El hombre del gabán marrón la miró con el desconcierto pintado en su rostro. Vic arrancó con gran estrépito. Realizó un volantazo a la izquierda, bordeando al tipo aquel, que no sabiendo muy bien qué hacer daba un pequeño traspiés hacia su derecha, reduciendo la distancia entre su maltrecha figura y el coche de Vic Suarez, que pasó rozándole ligeramente.
Todavía pudo ella seguir la escena desde su espejo retrovisor. El sujeto se levantaba torpemente del suelo y elevaba su puño derecho cerrado en actitud amenazadora. Algunas palabras, no precisamente gratas, surgieron de su boca. Pero ya Vic Suarez no podría oírlas. Había cerrado de nuevo la ventanilla del coche.
De repente la calle se poblaría de tipos como aquel, que a los ruidos provocados por ese suceso, surgían de las calles aledañas como un cortejo de muertos vivientes, algo así como en el célebre vídeo de Michael Jackson.
Vic Suarez sudaba frío. Ahora podían surgir otros tipejos desde otros lugares y cortarle el paso de una manera total. De modo que avanzó lo más rápido que podía.
Casi sin tiempo para hacerlo, recapituló: su objetico era llegar a la calle Génova, a la antigua casa de los Marichalar y que se había convertido en sede del Partido Popular, antes de que las revueltas de ese año 2.013 hubieran llevado a la revolución más trágica que Madrid había conocido en su historia reciente, quizás más que el final de aquella guerra civil de que hablaban sus padres, jalonada de paseíllos y bombardeos.
Si continuaba por callejuelas como esas era más que probable que se diera de sopetón con otros vagabundos, y la solución a esos posibles encontronazos en este último caso podía no resultar tan fácil como en el anterior.
Por el contrario, si utilizaba alguna calle más céntrica era más que probable que la parasen los hombres de Leoncio Cardidal y que entonces no la dejaran pasar. Pero siempre quedaría entonces la posibilidad de intentarlo de nuevo entre calles de menor importancia.
Vic Suarez tenía tal miedo metido en el cuerpo que prefería en esos momentos antes que a los delincuentes que formaban el servicio de orden oficial a los mendigos organizados en bandas.
En realidad nadie sabía cuál de las dos cosas era peor.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (151)

Sería esa la última oportunidad que tuvo Jorge Brassens de compartir unos minutos con Javier Arriaga. Le había encontrado un tanto ausente, como si el tumor que le había llegado al cerebro estuviera afectando ya a su raciocinio o como si su cansancio antiguo se hubiera apoderado de él hasta el punto de no dejarlo ya, como no fuera llegado el momento final, cuando el descanso se impone definitivamente sobre la vida.
Y volvería entonces Javier al sueño permanente, a ese mismo estado de negrura profunda en que había estado antes de nacer, apenas 53 años desde entonces, poco menos que una vida plena, cubierto su ciclo vital natural. La muerte, injusta casi siempre, se elevaba con todo su cruel poder sobre ese organismo casi exánime, consumido en sus pulmones, sus huesos, su hígado, su cerebro, los picores de la piel…

Jorge Brassens y Vic Suarez aplazarían la última decisión sobre el viaje en el puente de la Constitución a la llamada telefónica a su prima la mañana del siguiente día.
- Está gravísimo –le informaría-. No sabemos lo que puede durar.
De modo que suspendían el viaje y en su lugar dirigían sus pasos a la clínica Moncloa, donde un grupo de familiares hacían su turno en la puerta de la habitación 131.
- Fátima ha pedido que no pasen más que las personas imprescindibles –les dijeron-. A Javier no le gustaría que lo recordaran con ese aspecto.
Y Jorge Arriaga, médico y hermano del paciente, aseguraba que esa misma noche, a esas horas dramáticas de las 3 o las 4 podría irse.
De modo que esa noche se acostaría sin saber muy bien si una llamada nocturna le despertaría confirmándole de una vez por todas la noticia definitiva, la que todos estaban esperando desde hacía tres semanas. Y su llamada matutina del domingo a su prima se produjo en medio de una nerviosidad que le provocaba un cierto temblor.
No contestaba. Así que llamó a otro de sus primos.
- Aquí seguimos. Está muy mal –dijo.
Y otra vez se llegarían a la clínica. En esta ocasión no había nadie frente a la puerta de la habitación 131.
Esperaron unos minutos pero no salía nadie, de modo que bajaron a la cafetería de la clínica.

Allí se encontrarían con María, la hermana mayor de los Arriaga, que estaba comiendo con su familia.
- Está fatal –les dijo con su acento valenciano adquirido después de muchos años vividos en el levante español-. Demacrado, la piel amarilla…
Era la degradación, hasta límites que parecían no tener fin, en la larga agonía de Javier Arriaga. ¿Cuánto más tiempo podría resistir su corazón, alimentando con su sangre a un organismo exhausto?

Serían las 11 y media de la noche del domingo 5 de diciembre de 2010. Jorge Brassens no oyó el soniquete de su móvil, pero Vic –con su oído de “tísica”, como decía su marido- pudo percibir la llamada entrante. Era Victoria Arriaga, pero la comunicación se había perdido. Jorge marcó el número de su prima.
Brassens se incorporó en el sofá para escuchar atentamente. Victoria hablaba entre sollozos, apenas reprimidos.
- Acaba de fallecer –dijo. Y luego explicó algunas de las previsiones que había hecho la familia en relación con el cadáver.
Fueron luego dos mensajes más que volvieron a comunicarle esta noticia. En los dos figuraba esa misma expresión: “Javier ha fallecido”. Y Jorge Brassens se recordaba a sí mismo en otra cama de hospital, esta vez en Bilbao, en el mes de marzo de 2008, cuando la doctora que intentaba volver a poner en marcha el corazón de su hija Pilar, después de sus infructuosos esfuerzos, le dijo:
- Ha fallecido.
Hay palabras tan fuertes que tienen el poder de evocar situaciones parecidas. Tres años largos antes se iba Pilar. Hoy era Javier.
Y esa noche acabaron muchas cosas además de la vida de Javier Arriaga. Murieron también las carreras de coches a escala sobre las tablas de madera del suelo de la casa que ocupaban los Arriaga los veranos de Las Arenas, las mañanas en las playas de Ereaga o de Sopelana o de Górliz, las tardes de natación en el Golf de la Galea con un Chus que no perdonaba esas prácticas aunque cayeran chuzos de punta, los bocadillos cambiados de chorizo y queso, las sesiones de tarde en el Cine Social. Concluía el episodio de su colección de Tintines oculta en la casa de los Arriaga para que no fuera objeto de la imperiosa requisa con que le amenazaba su padre. Terminaba ese verano en Las Playetas, cuando los Arriaga dejaron de pasar las temporadas estivales en el norte. La boda de Javier y Fátima, de la que Jorge fuera testigo. Los encuentros entre los dos matrimonios. El cariño de Javier por Lorsen, su mujer.
Desfilaba esa noche por su imaginación toda esa vida compartida de momentos íntimos que ya no podría alargarse más porque uno de los cabos de esa cuerda que une a dos personas se había soltado ya.
En especial su juventud.
Porque esa noche Jorge Brassens se acostó pensando que alguien le había arrebatado su juventud.

martes, 22 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (150)

Bilbao, 29 de marzo de 2003.

Querida Lorseni:

Los días pasan y ayer se cumplían cuatro meses desde tu despedida. Como era viernes y tuvimos pleno comí con Carlos Urquijo que me preguntaba:
- ¿Se te han hecho largos?
- Sí. Muy largos, la verdad –contesté.
Especialmente resultó duro el jueves, cuando esa especie de losa que se abre camino en el estómago, un “alien” semoviente que me hace daño, se me hace presente hasta que una cena o la pastilla definitiva de dormir alejan de mí esas sensaciones. Luego retorno a la vida corriente con una cierta serenidad. Sabiendo que es importante mantener la cabeza fría sobre los hombros, no cometer errores y dejar pasar el tiempo sin renunciar a ninguna de las oportunidades que te brinden las circunstancias –una invitación, la organización de cualquier acto, una comida con un amigo...
Pero a veces me consume la impaciencia. El no saber qué será de mí en el futuro más o menos próximo. Si me considerarán útil o no en el proyecto de un partido en el que -a lo mejor- Jaime Mayor Oreja no tenga nada que decir. O ni siquiera el propio Aznar, después del lío que se está montando a cuenta de la guerra. Ahora la gente apedrea las sedes del PP en toda España –curiosamente no en el País Vasco-, a Alberto Fernández –el que fue presidente del PP de Cataluña- le abrieron la cabeza con ocasión de un acto público. Según Rafa Balparda las encuestas van fatal –a menos cinco del PSOE en la Comunidad de Madrid, Esperanza, tu “super-Esperanza” queda fuera; y a menos uno en el Ayuntamiento-. Curiosamente, ahora existe más paz en Euskadi que en el resto de España. Después de todo, ni siquiera el PP puede ser la solución a un País Vasco, si deja de ser un partido de gobierno en España. Y mi presencia en él puede ni resultar siquiera útil. Puede que esté llegando el momento de dejarlo, cuando la tarea que podía haber realizado haya terminado –con la victoria o la derrota.
Pero si sigo donde estoy parece que no soy precisamente una perita en dulce para ninguna mujer. Un chico con escolta permanente y que tiene una hija en un hospital. ¡Una bicoca sólo válida para señoras con la cabeza grillada! Y no quisiera faltarte al respeto, pero de esa especie femenina ya he tenido suficiente experiencia.
La actividad es lo único que me cura. Y los fines de semana me aguardan con toda su carga de desesperanza, en una rutina que me devuelve a todos mis recuerdos, a todas mis insatisfacciones, a todos mis pesares. Recupero a Bècaud, que husmea unas zapatillas de deporte tuyas que han quedado en la cocina, que no pasea porArrechea, que no come cuando está en esta casa. Recupero a Pilar–a la que le he regalado hoy un vestido muy alegre de Agatha Rruiz de la Prada-, pero que asocia mi imagen a la tuya, y a veces me recibe con evidentes muestras de desagrado.
No, no puedo decir que me he recuperado en estos cuatro meses. En algún sentido puedo admitir incluso que me encuentro peor, que no veo demasiado horizonte por delante, que resistir se ha transformado en el único argumento que empleo, aunque no sé muy bien por qué, si verdaderamente merece la pena.
A tu padre le operará el mejor cirujano de Cruces. Gaby ha hablado con Isabel Lorsen y esta se ha encargado de eso. Al final, lo de Marisa era un cáncer, y aunque no le van a aplicar “quimio” porque estaba muy localizado, sí tendrán que administrarle una medicación especial.
Por fin es posible que la novela que tenía por título “Sombras, paisaje gris”, se transforme en “Jugadores de gris”, de acuerdo con la recomendación de Montse Ramírez, la hermana de Pedrojota, que trabaja en “El Mundo del País Vasco”. Si estuvieras aquí seguramente que darías tu opinión.
Me despido, por ahora. Vendrá una semana más con una cama vacía a la derecha de la mía. Antes de acostarme, un beso de despedida en el recipiente que ocultan tus cenizas, y un “¡hasta mañana, Lampistas!” Y acostado en esa cama que tú nunca volverás a deshacer se me ocurre siempre la idea de un titular periodístico: “Un disparo en el corazón acabó con su vida”. Y recibo ese pensamiento con serenidad, sin desasosiego. Porque ya he visto la cara de la muerte, apoderada de tu vida, en tus ojos vidriosos, en tus brazos inertes, en tu cara fría. La muerte es eso, y por lo tanto no puede ser peor que eso.
No sé muy bien si esta correspondencia sabatina me produce bien o no. Pero estoy convencido de que seguiré practicándola, por lo mismo que me pondré siempre una corbata negra hasta el día de tu aniversario, y el 29 de noviembre de 2004 –si llegara a verlo- daré por cerrado el luto. Y que veré a mi hija y me ocuparé de ella, de sus necesidades –pronto tendré que hablar con sus “profes” sobre su desarrollo en el segundo trimestre del curso-. Por cierto, Inés Obieta está encantada con la labor que están haciendo con la niña. Hablé con ella para advertirle que la llamará María Acha, para acompañarla en una visita a Pilar. “Todo en orden”, me dijo cuando le pregunté por Gonzaga. La que no me ha llamado ha sido Isabel Lorsen.
Es curioso. Ayer, tu cuarto cumple-mes, dos personas me preguntaron por ti: no sabían nada de tu partida: el periodista que te vendía “El Correo” por las mañanas y una señorita de “Home English”. Hay una especie de transmisión sensorial que acerca tu imagen en los días señalados. La gente se queda muy confusa, no sabe qué decir, qué hacer. Ante la muerte no existen palabras: quienes saben rezar lo hacen; a los que hemos perdido la fe en esas cosas sólo nos queda el reto de seguir, resistir.
Quizás un día, en cualquier camino, de improviso, como apareciste tú una noche en la discoteca del “Marítimo”, me encuentre con alguien que me quiera de verdad, a pesar de todos mis rotos y descosidos.
De lo que estoy completamente seguro es que nunca me querrá como tú me quisiste. No recibiré de esa persona la misma entrega que tú me diste. Y no sé si me compensará.
Por el momento prefiero dejar campo libre a la serenidad. Pero, ya te digo, a veces simplemente me invade una especie de vértigo.

Un beso, guapa.

lunes, 21 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (149)

Vic Suarez frenó en seco. No tenía otra opción. Era cierto que la vida de un hombre valía relativamente poco en aquel desconcertante 2.013, pero ella no se había adaptado del todo a los nuevos tiempos y a todo las cosas lamentables que estos traían de la mano. Vic Suarez creía aún en la dignidad de la persona, aunque muchas veces eran las mismas personas quienes no estaban demasiado convencidas de su propia dignidad.
Pero no tenía mucho tiempo para la filosofía. Así que fijó su inquisitiva mirada sobre aquel sujeto. Le pareció de inmediato que su aspecto se parecía al de uno de esos mendigos que formaban mayoría en las calles de los barrios de Madrid. Aunque, a diferencia de los pobres de los tiempos que un día fueran normales, se trataba en muchas ocasiones de gente agresiva, de maleantes en busca de una oportunidad para el atraco o… la violación. ¿Qué otra cosa se podía esperar de un mundo en el que los principales delincuentes portaban distintivos que les acreditaban como miembros de la policía?
El individuo aquel tenía una mirada más que desconfiada, torva. Y no parecía sugerir de ella una ayuda, al contrario, reclamaba algo, quizás ni siquiera él mismo sabía qué cosa sería suficiente para satisfacer sus necesidades.
Lo primero que vio en él fueron esos ojos inyectados en odio. Ese odio que acometía a quienes la crisis había colocado en la profundidad del abismo, les había convertido en animales desprovistos de todo sello de humanidad, seres que vagaban por los barrios sólo en busca de la subsistencia… porque la crisis, que ya había apuntado en su dimensión económica años atrás, derivaba en una crisis social y más tarde moral. El hombre, despojado de todo el desarrollo que le había prestado la civilización, había retornado a su aspecto más básico, como en la película “En busca del fuego” de aquel francés, Jean-Jacques Annaud. Casi en el tiempo del eslabón perdido, ¿qué diferenciaba a aquellos homínidos de los gorilas? Quizás estos tuvieran alguna mayor dosis de “humanidad” que los vagabundos mendicantes del Madrid de ese 2.013.
Luego pudo observar su pelo, mejor dicho esas greñas que no habían visto el agua corriente en semanas. Y que se unían en homenaje a la suciedad con unas barbas largas sobre las que apuntaban ya matas canosas, como brochazos de pintura blanca-gris mate.
Y esa vestimenta que proyectaba una dudosa estética medieval, de una especie de abrigo marronáceo, sobre el que se diría incorporados toda suerte de detritus orgánicos y atmosféricos posibles. Olería a rayos, sin duda. Pero, por fortuna, Vic tenía la ventanilla cerrada y un ambientador que proyectaba sobre el habitáculo del coche un agradable olor a lavanda.
El tipo aquel no se movía de su sitio, la mano extendida, la mirada en el vacío, como los pordioseros de antes. Y entonces, en su boca se dibujó de repente una sonrisa que parecía más bien una mueca sardónica. Como si fuera un borracho desagradable que está al acecho de cualquier mujer que pase por su lado para simular una actuación desagradable, un teatro repulsivo; sabiendo que esta clase de representaciones provocan siempre el desconcierto y las más de las veces el terror.
Pero Vic Suarez no se arredró. Pulsó el automatismo de su ventanilla y cuando esta se encontraba a medio camino acercó su boca a la apertura y preguntó a voz en grito:
- ¿Qué quieres?

viernes, 18 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (148)

Llegaría entonces el puente más largo del año del primer fin de semana de Diciembre. Jorge Brassens y Vic Suarez habían programado desde hacía algún tiempo pasarlo en su casa de Arrechea, en el pirineo navarro. De modo que Jorge se pasaba por la clínica a primera hora de la mañana de ese mismo viernes. Fátima leía un papel que tenía el membrete de la Seguridad Social que podría hacer referencia a los sistemas de apoyo a enfermos terminales recluidos en su domicilio particular, en tanto que Javier se encontraba en su posición habitual.

Jorge Brassens cogía con su mano la de su primo y le preguntaba:
- ¿Qué tal has dormido?
- Bien –contestaba Javier Arriaga con su débil hilo de voz.
- Aquí se está muy bien –dijo Jorge-. En la calle hace bajo cero, un grado bajo cero.
Un leve estremecimiento se cernía en el agotado organismo de Javier.
- Ahora me voy a la sede, a ver qué hacemos con los saharauis… -anunciaba Brassens.
Fátima aludía entonces a una manifestación de bicicletistas con la que se encontraba el día anterior. Se trataba de un diálogo de besugos: a lo que Jorge se refería era a la interrupción que Willy Toledo y un grupo de saharauis había protagonizado el jueves en el Congreso de los Diputados.
Luego Brassens contó que Vic y él tenían previsto salir de viaje para Arrechea la misma mañana del sábado, porque las temperaturas eran muy bajas y donde no hubiera hielo podía muy bien haber nieve.
Ausente y cansado, Javier cerraba sus ojos.
- Te estás durmiendo –observaría su mujer.
- ¿Y qué pasa? –protestaría el enfermo.
- No te estoy regañando… –empezó a decir Fátima.
- En realidad es una constatación –dijo Jorge completando la frase.
- ¿Quién conduce? –preguntó Fátima a Jorge, volviendo a la conversación anterior.
- Vic –repuso este-. Porque, lo que es, si condujera yo tendríamos de cada 10, 9 oportunidades de pegarnos una torta. Además, Vic conduce muy bien.
- Le pega –dijo Fátima.
La débil voz de Javier se hizo sentir desde la cama.
- ¿Qué dice? –preguntó.
- Que se van a Arrechea –le informaría su mujer.
Luego se produjeron las despedidas consabidas y Jorge Brassens ganaba la calle en dirección a la sede del Partido del Progreso.

jueves, 17 de marzo de 2011

Un Consejo que son dos

El primer Consejo de la Unión, correspondiente al mes de marzo del año actual, puede ser descrito con el título que menciona este comentario: la mañana servía para una cosa, la tarde para otra.

Por la mañana, el Consejo debatía, a propuesta francesa, la situación que se vive en el norte de Africa y las propuestas que la Unión Europea debía debatir en ese marco. Es verdad que, una vez más la política comunitaria había dejado escapar la oportunidad de dedicar su atención a uno de los espinosos asuntos que se le presentan de tanto en cuanto. Y es que un elenco de países –que luego compondrían el acuerdo que después de muchos años se ha venido en denominar con el pomposo nombre de Unión- cuyo nexo de relación básico, además del geográfico, lo constituye su compromiso con la democracia y las libertades, asistía impasible al desmoronamiento de unos regímenes dictatoriales como los de Túnez y Egipto y corría el peligro de aceptar la guerra civil que va camino de transformarse en el genocidio del pueblo libio sin esforzarse en absoluto en su soluciçon. Pero tampoco deja de ser cierto que España perdía la oportunidad de marcar paso propio convirtiéndose en la convocante de la reunión matutina, dejando que Francia asumiera el protagonismo. ¿Carencia de equipos que trabajen los dossieres que nos interesan como país? Seguro que sí, aunque yo tengo para mí que últimamente, y en especial desde que Zapatero descubría que existía crisis, que esta no era pasajera y que requería para evitar la catástrofe de la solidaridad europea –en general- y de la alemana –en particular- que el gobierno español actúa en los foros europeos como el componente de una cuadrilla de amigos que acepta, por la fuerza de los hechos, la protección del más poderoso de ellos, transformando su concurso al grupo en una aceptación permanente de los designios del jefe. Del jefe primero –Angela Merkel- y del “vice-jefe” –Nicolás Sarkozy.

Y la cumbre de la tarde se refería al plan de competitividad franco-alemán –lo que no deja de ser un eufemismo, porque no se trata sino de un plan alemán al que los franceses han debido prestar su aquiescencia-. Contaba su debate con la pretensión del presidente del Consejo, Van Rumpuy, para que el debate definitivo del 25 de marzo tenga un apoyo generalizado y ofrezca un mensaje claro a los mercados compradores de deuda soberana de los países miembros. Se produce por lo tanto una recuperación del discurso comunitario, lo cual convenía al gobierno español, que ya había aceptado el más duro proyecto alemán.

Había sin embargo un nubarrón que evidenciaba la posibilidad de una tormenta en ciernes sobre el panorama de la cumbre. Y es que Durao Barroso, consciente de que la Comisión había perdido la iniciativa a favor de Alemania, pretendía recuperarla a través del procedimiento de introducir en el mismo saco el caso portugués y el español y presentarlos como un caso ibérico al que los restantes países deberían ofrecer respuesta. Eso a España no le interesaba, pero tampoco a los alemanes, que prefieren comerse las salchichas una a una a zampárselas todas de golpe.

Y Zapatero viajaba a Bruselas dispuesto a aceptar todas las condiciones que le impusiera Merkel, con tal de ponerse bajo su paraguas. Incluso si las condiciones requieren nuevos ajustes para el futuro, ¡todo sea por llegar a marzo de 2.012 con un gobierno soportado por la misma mayoría parlamentaria!

El compromiso que surge de esta cumbre es que se flexibilice el proyecto inicial, en aras a que se logre un consenso el 25 de marzo, cuyos flecos ya se están cocinando por los técnicos. Y los parámetros de esta flexibilidad consisten en que en la definición de competitividad figuren los tipos de cambio reales y la evolución de las exportaciones. Y –tan importante como eso o más- introducir una gradualidad en la aplicación del pacto, en especial en lo que se refiere a la austeridad en el gasto de las CCAA –época electoral manda- y las prestaciones al desempleo. Todo lo cual nos puede llevar a retrasar –ergo no cumplir- las condiciones de déficit.

Se trata no sólo de ampliar el fondo de rescate a los consabidos 440.000 millones de euros, sino a que las condiciones de devolución se parezcan más a las de los préstamos del FMI. O sea, un crédito más barato.

Pero tampoco es que el panorama esté totalmente despejado para España. Entre sus nubarrones está la diferente estimación que hace nuestro Banco central respecto del coste del rescate de nuestro sistema bancario y su financiación -¿se hará por el mercado, por el FROB, cuánto costará realmente?

Y está la “amenaza Merkel”. Dicen los corrillos que la canciller alemán le ha dicho a su homólogo español que ella es la “cara amable” de su país, que si no cumple con lo que ella le pide vendrán los ortodoxos de verdad, y esos sí que son para ponerse a temblar.

Esos mismos corrillos aseguran que Zapatero se ha quedado muy pensativo con la indicación.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (147)

Bilbao, 20 de marzo de 2003

Querida Lorsen:

Como ves he anticipado mi carta semanal unos tres días. Últimamente te escribía todos los sábados para ponerte al corriente de lo ocurrido durante la semana. Pero hoy me siento ante el ordenador impulsado por un afán de comunicación que sólo creo que puedo satisfacer por este medio, sólo contigo.
Es curioso cómo somos las personas de frágiles, cómo carecemos de la previsión suficiente para anticiparnos a los hechos –quizás para fabricar pequeñas o grandes corazas que nos protejan de las amarguras que comportan-. Lo digo porque el domingo pasado volví un poco desilusionado de mi visita a Pilar. No te preocupes. Tu hija está bien, por lo menos desde el punto de vista en que yo la percibo, más allá de lo que digan los instrumentos, además que ya no le ponen antibióticos. El día anterior le llevé una revista que iba dirigida a su nombre, de la organización “Intervida”, me parece, la misma a través de la cual nuestra hija apadrina a Gloria, su ahijada peruana. Como quiera que me dí cuenta de que ayer miércoles era 19 de marzo, día del padre, y que tú siempre tratabas de implicar a la niña en ese festejo –testimonio como siempre de tu cariño hacia mí, que sólo cedía ante la adversidad de tus depresiones- se me ocurrió, leyendo la revista, que a lo mejor Pilar me podía regalar –de la manera en que ella puede regalarme cosas- dos niquis para la semana santa, que como creo que te he anunciado pasaré con tu hermano Enrique y su familia, en Huelva. Pero Pilar se negó a eso, incluso no permitió que me llevara la revista para hacer el encargo.
Los días han pasado y he llegado a la conclusión que esta fecha le evoca a ti -y a mí, claro- pero en todo caso le recuerda a la familia que un día fuimos y que tu partida ha roto de una manera definitiva. Hay un “collage” que tú me hiciste en el año 2001, también para el 19 de marzo, en el que se dice: “EN EL DÍA DEL... PADRE/ DE MI PAPI TE DESEAMOS TODA LA FAMILIA... MUCHÍSIMAS FELICIDADES!!!”
En el montaje que hiciste sales tú abrazando a Bècaud, Pilar sonriendo pegada a tu mejilla y el muñeco al que llamábais Willy. Cuando recoja de Molcris las cosas que he encargado les pediré que me enmarquen ese recuerdo... Y he pensado en colgarlo en nuestro cuarto.
El día del padre pasó entonces como un duro recuerdo de tu ausencia, de tu capacidad para construir una familia unida aunque nuestra hija viva hospitalizada, yo entre la ceca y la meca, Bècaud -¡ay, ya tan lejos de mí durante la semana!- y tú tantas veces ausente, sumida en tus sueños profundos.
Es una familia que se ha roto con tu despedida: un padre que tiene una hija que no quiere felicitarle el día del padre –¡y eso que yo tenía que hacer un esfuerzo muchas veces para acercarme al hospital, que apenas le daba importancia al asunto!-, una niña que no aceptó pasar la tarde de Navidad conmigo...
No sé si hice bien. Ayer pude haberme desplazado hasta Cruces para recibir un beso suyo, para tratar de reconstruir ese espejo roto ahora de tu “collage”. Pero no me atreví. Y eso que no tuve que ir a Arrechea para recoger el “diskette” con mi novela –lo tenía en Bilbao- y aproveché para corregirla durante la mañana. Por cierto, Mónica Oriol se equivocaba: No hace falta cambiar de coche para ir a Navarra si se trata de un día solamente. También te diré que hablé con Charo y que hay gente que le dice que está interesada en comprar la casa. Le he dicho que nada de eso, que además la voy a poner a nombre de Pilar, hasta donde le corresponda legalmente. Así me costará más desprenderme de ella. Aún recuerdo tus palabras en nuestro último viaje a Arrechea: “Jorge. Esta casa no la venderemos nunca, ¿verdad?” No. Espero que no, guapa.
Pero hoy estoy triste, y una lágrima parece que quiere caer de mis ojos en un gesto que yo creía superado. Pero, cuando he llegado a casa, después de un pleno monográfico, no he querido asistir a la presentación de la Fundación para la Libertad en Getxo, me he puesto a leer un libro de canciones de Brassens y de pronto he recordado que aún disponía de unos minutos para escribirte antes de ver las noticias. Ha estallado la guerra contra Irak, una guerra que se estaba gestando cuando tú ibas perdiendo relación con este jodido mundo. No sé si te sonará a algo el asunto, pero ahora es el acontecimiento del día, de mañana, de pasado, del futuro más inmediato.
Hoy, ayer, esta semana... He vuelto a notar tu ausencia de una forma muy pesada. El dolor es una losa que me empuja en el estómago y me encuentro mal.
Porque, si hubieras pasado por esta vida de una forma menos generosa, menos amable... tu ausencia en estos momentos no sería tan horrible. Pero ahora, cuando te has ido, descubro pequeños fragmentos de lo que tú eras, y lo hago no sólo como un concepto de lo que ya sabía muy bien: que tú me querías de tal forma que nadie me ha querido ni me volverá a querer jamás. Y eso lo voy viendo en cada cosa que descubro de ti, por ejemplo, en un papel de agenda, que conservo encima de la mesa, una nota en la que me decías, “PARA EL MÁS GUAPO DEL MUNDO DE Pilar –que firmaba acompañando tú su mano- y mamá. P.D. LOS TRES ESTAMOS HASTA LOS _ _ _ _ _ _ _ RELLENAR”.
Esa lágrima, que no acaba de caer, me dice que estoy solo, que estoy triste, que mi familia se ha roto y que ya nada ni nadie la podrá recomponer. He comido –como casi todos los días de pleno- con Carlos Urquijo, y me he mostrado bastante inseguro en cuanto a mis apreciaciones. Pero creo que no lo habrá percibido demasiado.
Ayer intervine en el Comité Ejecutivo del partido y Jaime Mayor dijo que estaba al cien por cien de acuerdo conmigo. Mi sugerencia era que no había que hablar más del pacto con los socialistas y que había que atacar al nacionalismo vasco y a la propuesta de Ibarretxe.
Se rumorea que Enrique Villar dimite, que se postula el marido de Begoña –la secretaria-, pero creo que a lo mejor me podría tocar a mí. Sería un mal momento –a once meses de las elecciones, sin nombrar al sucesor y con una guerra en la que Aznar se ha implicado hasta la médula y en contra de la opinión pública- aunque creo que lo aceptaría si me lo propusieran. Sería una forma de salir del anonimato, y, después de todo, el futuro nunca está escrito.
Susana Chávarri, la mujer de Álvaro Chapa, está embarazada. Los dos están muy ilusionados con la noticia. Quizás nazca un nuevo niño vasco y español que tenga la oportunidad de construir un futuro en paz y en libertad en esta misma tierra.
Como ves tu recuerdo me acompaña siempre, mucho más cuando me encuentro mal, cuando percibo tan amargamente tu ausencia, cuando te digo –como hoy- que te quiero y que no hablaba a humo de paja cuando te dije que nunca me separaría de ti, a pesar de todos tus malos momentos. Y no lo digo ahora como una justificación.
Volveré a ver a Pilar el sábado. No sé si mi estado de ánimo será el de hoy. En ese caso será una visita obligada. Quizás me encuentre mejor y vaya animado para recuperar su sonrisa, y no acordarme más del día del padre. Porque era también –tú lo hiciste así- el día de la madre. Y su madre ya no está. ¡Pobre! Ella debe por fuerza sentir a veces su propia orfandad y tu adiós.
Permíteme entonces que te diga, en mi nombre y en el suyo: “PARA LA MAMÁ MÁS GUAPA DEL MUNDO, EN CUALQUIER DÍA DEL AÑO. TE QUEREMOS Y TE RECORDAREMOS SIEMPRE. Pilar y papá”.
Las lágrimas, desordenadas ellas, han empezado a brotar. A lo mejor ese era el objetivo de esta carta: liberar su salida.

Un beso muy grande.

martes, 15 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (146)

Vic Suarez se instalaba al volante de su Volkswagen Golf gris plateado. No, no había llamado a Huang. Haría la gestión ella sola. Y eso que el asunto tenía su riesgo: el Madrid de los barrios en que se había convertido la otrora capital de España era como una tela de araña que atrapaba a todos los que se aventuraban en sus redes.
Pero Vic desconfiaba de ese chinito que iba de amigo de su marido. Los chinos hablan poco español –o lo parece-, lo entienden todo y hacen lo que les da la gana, pensaba ella. Y ese “lo que les da la gana” puede perfectamente consistir en irle con el cuento a Cardidal, de modo que no sólo este conocería de las intenciones de Jorge Brassens, sino también abortaría la llegada de la información al Distrito de Chamberí… o instrumentaría la comunicación al mejor provecho propio. Según su marido, no les faltaba inteligencia.
El coche estaba aparcado en el garaje –relativamente seguro- situado en el sótano de su casa. Rápida, como era ella, subió la rampa como una exhalación.
El sentido del tráfico la obligaba teóricamente a girar a su derecha, en dirección a la avenida de Alfonso XIII, pero ella prefería evitar las calles más anchas, de modo que se lanzó hacia su izquierda para dirigirse a la embajada de Cuba, junto al Paseo de la Habana.
Tuvo suerte. No había tráfico ni patrullas que impidieran su paso.
En la confluencia de Alfonso XIII con el Paseo de la Habana torció a la derecha, en una maniobra tolerada por las antiguas señalizaciones. Volvió a torcer a la derecha con la intención de atravesar la avenida de Pío XII, y llegarse hasta la calle Génova en paralelo a los viales del Príncipe de Vergara, Serrano y Velázquez.
Pero Pío XII era una calle muy ancha, aunque jalonada de colegios y embajadas, desiertos los unos y abandonadas muchas de las otras, parecía un monumento a la construcción solitaria, algo así como una Brasilia rediviva.
Detuvo su coche un instante. Sabía que la maniobra que iba a hacer estaba más que prohibida. Miró a un lado y hacia el opuesto: no había un alma en aquel preciso momento. Así que atravesó la avenida silenciosamente, para no advertir de su presencia a nadie.
El Volkswagen Golf buscaba la primera entrada a su derecha por Pío XII. Cuando la encontró se sumó a la misma. Un viandante la observaba fijamente, con la prevención lógica de quien no sabe si ese coche constituía en realidad más un arma de agresión fatal que un instrumento de trasporte. Tampoco Vic Suárez las tenía todas consigo respecto del peatón. ¿Tendría un arma disimulada entre sus ropajes desastrados?
Aceleró. El coche respondía bien, pese a que los talleres ya no se ocupaban de su mantenimiento.
La ventaja de la decisión que había tomado Vic respecto del trayecto a seguir la constituía la falta de gente, la desventaja sin embargo la tenía la acumulación de obstáculos a sortear: desaparecido el concepto de basura en aquella ciudad, las bolsas abiertas y su contenido esparcido por las calles la obligaba a realizar toda suerte de maniobras para esquivarlas. Era una especie de carrera de obstáculos.
No supo muy bien adónde fue. Al torcer una calle le salió al encuentro una vaga forma humana, algo marrón que se plantaba justamente delante de su coche.

lunes, 14 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (145)

Llegaba ya el vigésimo día desde su ingreso y, aunque muy debilitado, el organismo de Javier Arriaga se encontraba en situación estable. Su hermano Jorge –médico de profesión- informaba a Brassens de su estado de salud.
- Nadie sabe lo que puede durar. Una semana, un mes… Lo cierto es que tiene el corazón de una persona de 52 años y aguanta.

De modo que los médcos de la clínica empezaban a pensar en darle de alta y que volviera a su casa, sólo para que allí terminara todo.
Hay un concepto en los servicios sociales modernos –y muy especialmente en la sanidad- por el que la economía debe presidirlo todo, incluido ese orden de la vida que se refiere al derecho de enfermos y familias a una salida de la vida acorde a sus deseos, cuando estos son razonables. No parecía en este sentido que el trastorno que pudiera suponerle a esa enorme estirpe que empezaba con sus dos hijas y seguía de seis hermanos Arriaga –y cuñados-, de trece hermanos de Fátima –y cuñados- y demás allegados, primos, sobrinos, amigos… pudiera concentrarse de modo medianamente ordenado en su casa, de modo que la función de su mujer –más que la de ocuparse de su marido- fuera la de establecer un turno de visitas en torno al lecho de un moribundo.
Pero, como quiera que la atención que se le dispensaba a Arriaga consistía solamente en la dispensa de cuidados paliativos, la maquinaria administrativa del establecimiento empezaba a funcionar con ese objetivo.
La actitud de la familia fue evidentemente negativa, también la del paciente, que como ya se ha dicho contaba aún con una lucidez más que extraordinaria.

viernes, 11 de marzo de 2011

Como el rosario de la aurora

Era la tarde de un martes de este invierno madrileño que nos va abandonando entre algún frío matutino y alguna lluvia dispersa. Les había citado a las 5 de la tarde, que es hora en que los españoles acostumbrábamos a reunirnos para disfrutar de la vieja fiesta nacional: sol, arena, sangre, valor…

Pero esa reunión no tenía esa épica del ruedo ibérico, no había alberos ni trajes de luces, no aparecía caballo alguno ni picador que lo montase.

Era la sede de Unión, Progreso y Democracia. Ese martes de invierno. A las 5 de la tarde. Y recibía en nuestros locales a una delegación del partido socialista marroquí.

Llegaba primero Nnour Abdelïlah. Hombre afable y correcto. Después de las presentaciones le digo que cualquier relación de nuestro partido con Marruecos, y su partido –es una redundancia- forma parte de la estructura política del país, pasa por una solución al conflicto del Sahara y al cumplimiento de lo que prevé el derecho internacional en este aspecto, esto es, el ejercicio por los saharauis de la autodeterminación. Luego le digo que nos interesaría conocer su punto de vista respecto de los vientos de cambio que se están produciendo en los países del Norte de Africa.

Nnour prefiere enfilar el menos problemático de los asuntos que he expuesto, de hecho, su móvil suena una decena de veces en la primera parte de la reunión. Está esperando a que llegue su jefe. Sin su presencia no podremos abordar el asunto del contencioso. “Han sido unos 20.000 los manifestantes que se han sumado a las protestas en todo Marruecos –nos explica-. Claro que ellos dicen que 250.000. La mayor parte de las demostraciones han sido pacíficas, pero en algunas se han infiltrado delincuentes, como ha sido el caso de Larache. Desde las 10 de la noche, algunos lugares han sido ciudades sin ley. Y las condenas son muy fuertes en esos casos: unos 10 años en la cárcel” –añade Nnour.

El socialista marroquí nos habla la misma semana en que el Mohamed VI anunciaba en un discurso televisado su voluntad de cambiar las cosas. “El Rey no debe ser el responsable político –afirma el socialista marroquí-, debe serlo el Gobierno”. Y señala también: “El Rey no debe tener tanto poderío económico: hay que separar las dos cosas”.

Y sigue Nnour exponiendo lo que ocurre en otros países africanos: “Gadafi es el Ceacescu árabe: no ha comprendido la hora que marca el reloj de la historia”. Y termina: “El PSOE e IU nos dicen que ellos son rehenes del Polisario”.

Uno de los miembros de la delegación de UPyD le dice que España ha colaborado mucho con Marruecos, cuya “riqueza está mal distribuida”. Y a renglón seguido que Marruecos actúa con victimismo respecto de España, cuando algo que hace nuestro país le molesta. No funciona el principio de la reciprocidad –concluye.

Es el momento en que llega Lambruni, diputado en el Parlamento marroquí -unos 45 minutos de retraso-. No se quita la gabardina y empieza a contestar la precisión de otro miembro de nuestra delegación sobre la imposibilidad jurídica de que Marruecos otorgue autonomía al Sahara: “El Sahara no es territorio soberano de su país”, les ha dicho. El parlamentario interviene profusamente para hablarnos de relaciones de vasallaje, del Tribunal de la Haya, dice que Marruecos liberó al Sahara, se refiere a los “Acuerdos de Madrid”… les contestamos puntualmente a todos sus comentarios. El ambiente se caldea y la tensión se podría cortar con un cuchillo.

La reunión no tiene mucho sentido, así que corto el debate.

- Estamos en un encuentro entre partidos –digo-, no en una diatriba jurídico-histórica. Y como partido debo decirles –lo había dicho antes de que llegara Lambruni- que nuestras relaciones con Marruecos pasan por una solución al conflicto del Sahara de acuerdo con la legalidad internacional. –Y sigo- Antes ha dicho Nnour que algunos partidos les dicen que se sienten rehenes del Polisario. Pues bien, nosotros no. Nuestra portavoz firmó el año pasado un convenio de colaboración con ese partido, que a partir de ese momento es un partido hermano del nuestro. Por lo tanto, cualquier expresión que se haga respecto del Polisario en nuestra sede deberá tener en cuenta este hecho.
Lambruni no me ha interrumpido. Le toca el turno.
- Esto es lo que ha dado de sí la reunión –me dice en francés-. No tiene sentido que sigamos adelante. Para nosotros, la cuestión de la soberanía es sagrada.
El diputado se levanta y se dirige hacia la puerta. Yo hago lo mismo con la intención de despedirme. Pero sólo puedo estrecharle la mano a Nnour, que me invita a Marruecos para muy pronto. Lambruni ya debe estar cogiendo el ascensor.
Consulto mi reloj. Apenas han pasado unos minutos de las 6 de la tarde y la reunión debía prolongarse media hora, quizás una hora más.
Cuando me despido de mis compañeros, pienso que ese “cielo” de mi visita a Marruecos puede esperar aún mucho tiempo.

jueves, 10 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (144)

Bilbao, 15 de marzo de 2003.

Querida Lorsen:

Un día después de mi última carta escribía un “e-mail” a tu amiga Bona. Te lo transcribo a continuación.

Bona@infinito.it

Bilbao, 9 de marzo de 2003.

Querida Bona:

He tardado mucho tiempo en ponerme en contacto contigo. Tanto que aún te debía una traducción a un poema que me encargaste, pero a través del correo electrónico que anoté en Florencia no fue posible la comunicación. Luego he intentado llamarte por teléfono pero también me ha ocurrido lo mismo. Tiempo después, Vicky, la mujer de Carlos, con quienes nos vimos por última vez en “La Torricella”, me ha facilitado este “e-mail”. Espero que esta vez funcione.
Lamentablemente no son buenas las noticias que te estoy tratando de enviar. “Lilita”, que sufrió mucho en los últimos años –especialmente desde el nacimiento de nuestra hija-, atravesaba por constantes depresiones que apenas le dejaban un tiempo de normal convivencia con la vida.
El pasado 28 de noviembre, su corazón, que tú conocías tan generoso y abierto a todo el mundo, dejó de latir. Puedo decirte que pasé toda esa mañana junto a ella y que se fue de aquí sin un solo gesto de dolor, sin un estertor, con el rostro tranquilo y los ojos muy abiertos. De tal manera no fue consciente de que le había llegado esa triste hora que ni siquiera tuvo la oportunidad de llamarme junto a su cama para despedirse de mí.
“Lilita” ya no sufre. Ya no tiene que preocuparse de una niña -¿niña?-que va a cumplir en agosto 16 años y que sólo puede mover la cabeza. Ya no tiene que recibir cartas anónimas de ETA ni llamadas de amenaza. Ya no hay un marido al que despedir todas las mañanas cuando sale de casa sin saber si volverá o no por la noche: “Lilita” ha descansado.
No puedo, todavía hoy, que han transcurrido más de tres meses desde entonces, sino dejarme llevar por la emoción al escribirte. Ella me hablaba mucho de ti en los últimos días antes de su partida. Quería hablar contigo. Disculparse por la repentina salida de tu casa, debida a nuestros amigos, que consideraban que ya habían visto todo lo que querían ver. A veces, un día, sólo un día, puede significar una parte tan intensa de una vida que el recuerdo permanece tan ligado a ti que lo convierte en imborrable.
Pero “Lilita” siempre me hablaba de aquella noche, cuando concluidos todos los tragos posibles, en el jardín de tu casa, en el verano de 2001, se ponían las “cassettes” de los coches y escuchábamos a Fabricio de André cantando “Marinella”.
Sabes que “Lilita” te quería, que tú eras para ella su maestra y que cualquier viaje que nos proponíamos hacer a Italia tenía como referencia obligada tu casa, tu persona, tus amigos... Pero sobre todo tú, Bona Baraldi, que abrías de par en par las puertas y ventanas de tu corazón y compartías todo lo que tenías en cada momento. Quizás esa similitud de almas generosas os unía a “Annelita” y a ti, a pesar de la distancia. Distancia, te lo aseguro, provocada más por su enfermedad que por una pretendida vocación de mantenerse lejana de tu persona.
No sé si te llegará este texto. Pero si cayera en tus manos te ruego que me lo digas porque me gustaría que, como homenaje a “Lilita”, una parte de esa relación se mantuviera entre nosotros.
Ya sé que esta carta te ha dejado un poco más sola de lo que estabas hasta ahora, y que el consuelo de la soledad es bastante complicado como bien tú lo sabes desde hace ya algún tiempo. Pero el recuerdo de los tiempos felices, prendido a ella de una manera indeleble –y prendido también a esos gratísimos instantes pasados contigo- nos devuelve a “Lilita” como un ser inmortal. El escritor argentino Borges dice que la gente sólo muere por el olvido de quienes seguimos instalados en este a veces muy triste mundo. Por eso “Lilita”, cuyos restos conservo junto a mí, en mi casa; con quien dialogo para que me aconseje –especialmente en lo que se refiere a nuestra hija Pilar- no ha muerto del todo para mí. Sigue viva, aunque en un lejanísimo viaje del que nunca volverá. Yo ni siquiera creo que vuelva a estar con ella de otra manera a como la siento todos los días, de la manera en que la siento ahora mismo, por ejemplo, cuando te escribo acerca de ella. Sólo sé que ahora ella está bien y, aunque eso no sea consuelo suficiente para quienes permanecemos en este mundo, debo ser muy consciente de que mis lágrimas no lloran por ella, sino por mi soledad.
Ha sido esta una carta triste, pero creo que obligada. Junto a ella quiero que te llegue el mayor de mis besos de amigo que quisiera heredar de “Lilita” al menos un poco de esa amistad que os unía. Estoy seguro de que ella lo querría de ese modo. Yo también. No quisiera pasar esta hoja de mi vida como se pasan las páginas de una revista que apenas estás ojeando para pasar el tiempo.

Con mi recuerdo más afectuoso recibe un fuerte abrazo de

Jorge Brassens

Lamentablemente el escrito no ha llegado a su destinataria. Y tengo la sensación de que los puentes entre los dos están cortados, no diré que para siempre, porque quizás algún día nos pongamos en contacto, en un recuerdo a tu persona. Pero, por el momento, no sé muy bien cómo.
El martes cené en Madrid con Felipe Gangoiti y su novia, Mercedes, que se presentó en tu funeral sin conocerte en absoluto. Se trata de un chica encantadora. Felipe haría mal si la dejara escapar, pero ella parece muy cercana a él. Dan la impresión –quizás tú no estarías excesivamente de acuerdo con mi apreciación- que llevan siendo pareja desde hace mucho tiempo.
Por cierto, que esa misma tarde hice un buen destrozo en la “Gran Peña”. Me dieron una llave y como los números no están claros en las habitaciones –y mi vista no es precisamente la de las águilas- fui a abrir la puerta de la una cuando la mía era la ocho. El caso es que se quedó una parte de la llave en la cerradura equivocada. Por eso llegué tarde a la cena y no pude ver la exposición previa, que me dijeron que no había estado demasiado concurrida.
El miércoles conocí a Victoria Chapa, que era la inquilina de mi madre en el apartamento de Príncipe de Vergara. Ella es directora general de una editorial de libros de bolsillo. Me dedicó hora y media –cuando lo habitual es que te larguen en diez minutos- y me dijo que le mandara cualquier cosa que se me ocurriera, que si ella no la podía publicar trataría de encontrarme alguna editorial de suficiente nivel. Tengo la sensación de que me he encontrado con una agente literaria sin pretenderlo. Claro que le había impresionado mi historia –seguramente narrada por su primo Álvaro- y el hecho de que se ha quedado huérfana de padre y madre en apenas dos meses, coincidiendo además con tu partida.
El jueves, a mi regreso a Bilbao, había quedado con la policía para que se desplazara a Cruces a prepararle el carné de identidad a Pilar. Fueron cuatro. Pilar estaba arreglada con su vestido de Ágatha Ruiz de la Prada que tanto le gusta –y tanto te gustaba a ti-. Le sacaron varias fotos, le tomaron sus huellas dactilares y tu hija se portó muy bien. Quizás había esperado un poco más de teatro, no sé: los agentes vestidos de uniforme, las gorras de plato...
También se presentó allí Jaime Larrínaga. Hablamos los dos con Tere Hermana. Al pobre de Jaime se lo están haciendo pasar muy mal. El vicario anda revolviendo entre sus feligreses –no para la paz, precisamente- y el obispo le ha dicho que ha delegado en el vicario, precisamente, la solución del asunto. Jaime es tan buena persona que seguramente este asunto le estará horadando como la gota china.
Alfonso Pérez-Brassens, José Areilza, María –su mujer- y una amiga de mi sobrino están dispuestos a viajar hacia aquí para ver el “Chillida Leku” y la casa de Motrico. La fiesta terminará el domingo por la noche en Arrechea.
Ayer cené con tu padre y con Gaby. Hoy se iba de boda a Celorio, de una hija de tus tíos Miguel y Conchita. En el coche viajaban tu tía Lolis –estoy viendo tu gesto-, Antonio Barandiarán y Carmen Careaga. No le he encontrado del todo mal, aunque le ha salido una hernia y se le ha hinchado una pierna. No quiere que le vean en Cruces, aunque me ha dicho que irá el lunes. No sé.
Pilar estaba muy bien, chinchorrera, como de costumbre. Ahora considera que el carné de identidad se lo tiene que guardar tu padre. Al final se ha reído mucho cuando me ha confirmado que quiere que lo conserve yo. La he visto muy bien, aunque le están dando antibióticos. Yo no me planteo demasiado su situación objetiva, deducida de sus parámetros, en los que apenas me fijo. Sólo atiendo a su aspecto, a su sonrisa o su mueca de desagrado. Y de todo eso obtengo mi impresión. Me basta. No sé cuánto tiempo tendré de Pilar, pero sí sé muy bien que si la desatiendo ahora, cuando llegue el momento de su adiós –si es previo al mío, quién sabe-, nunca me lo perdonaría.
Hoy he comido con mi madre. Estaba Eugenia, porque Teresa tenía un congreso en Barcelona. Me ha contado que le preguntó:
- Pilar: ¿Quién es tu madrina?
Y que la niña contestaba algo así como:
- Eugenia.
- ¿La abuela Eugenia
Y que Pilarle hacía que “no” con la cabeza, mirándola muy fijamente.
Emocionadas las dos se aceptaban entonces como madrina y ahijada.
Mi hermana, que tiene la habilidad de meterse a cualquiera en el bolsillo, lo ha hecho también con la niña.
Esto es lo que ha dado de sí la semana. Ahora tengo la corrección de “Sombras, paisaje gris” como tarea literaria principal. He previsto ir a Arrechea una mañana de esta semana, para recoger el “diskette” de la novela –gestión a la que te hubieras ofrecido tú, sin lugar a dudas-. Para eso he hablado con Mónica Oriol que me ha propuesto un sistema bastante complicado –viajar en dos coches, el mío y el oficial, hasta el límite con Navarra, y luego coger mi coche hasta Arrechea-. Luego me ha insistido mucho en que le llame a Rafa Ustara para cualquier cosa.

Un beso.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (143)

Jorge Brassens tomaba un vaso de agua helada que le devolvía la consciencia de los acontecimientos. Cual bálsamo de Fierabrás, el líquido ingerido parecía curarle de todos sus males.
- Tengo que levantarme, Vic. Es del todo punto necesario.
Su mujer acudió a su lado como impulsada por un resorte.
- Tú no te mueves de aquí por nada del mundo. Vamos. ¿Dónde tengo que firmar?
Iba a tener una resistencia poco menos que numantina, así que Brassens prefirió negociar, como acostumbraba.
- Pues no sé. Díle a alguien que venga aquí, a Juanito, por ejemplo. Me tiene que hacer una gestión.
- ¿Qué gestión?
- Si no me equivoco, y como conozco a esa gente, no creo que me confunda demasiado, está en marcha una verdadera asonada en Chamartín y hay que pararla –explicaría Jorge.
- ¿Y a ti qué te importa? –preguntaría Vic Suarez-. Ya te tengo dicho que eso de la política no arregla nada…
- Es algo previo a la política, ¿no lo entiendes? Si esa gente trunca el proceso pre-democrático que estamos viviendo, estamos acabados.
- Bueno. Tal y como están las cosas no sé si eso importa demasiado.
- Son implacables, Vic. Vendrán a por nosotros. Aniquilarán todo resto posible de oposición.
- ¿Tú crees? –preguntó su mujer algo más dubitativa.
- Es como la película “Solo ante el peligro, ¿te acuerdas?
Vic Suarez cabeceaba afirmativamente.
- Gary Cooper no tiene ninguna gana de enfrentarse con los malhechores porque sabe que tiene muy pocas posibilidades de vencerles. Y todos los que le aprecian le sugieren que ponga tierra de por medio. Pero él sabe que no se podrá esconder definitivamente, que tendrá que huir y ocultarse durante todo el resto de su vida. De modo que decide hacerles frente.
- ¿Y qué sugieres?
- Pedir ayuda.
- ¿Y quién te va ayudar? ¿No me dirás que va a ser Jacobo Martos?
- No. Martos no sabe cómo resolver ese tipo de problemas. Es un político democristiano de esos: sabe muy bien lo de dar una patada para arriba o a los lados, pero es incapaz de enfrentarse a un golpe de estado.
- ¿Entonces?
- Me estaba refiriendo a Cristino Romerales. Ya sabes. Lo traté mucho en la época del Partido del Progreso.
- Por supuesto que me acuerdo. ¿No estaba ahora en la Junta de Chamberí?
- Sí –contestó Brassens-. ¿Y sabes de qué se ocupa allí?
- Si no me lo dices…
- Es el Consejero de Interior del Distrito. Y creo que tiene una policía bien adiestrada y competente. Y no tan corrupta como la nuestra.

martes, 8 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (142)

Y comía mal. No soportaba la comida seca y sin gracia del hospital y apenas si probaba otra cosa que lo que le traían desde su propia casa o la de su madre.
Una vez estuvo a punto de tragarse un sándwich de jamón y queso. Y era bien sabido que a Javier Arriaga le espantaba el queso. ¡Cuántos bocadillos de queso de los Arriaga no se habría comido Jorge Brassens en su niñez! ¡Y cuántas veces no habían debido compartir los hermanos el bocadillo de chorizo de su primo!
También le administraban un chute de proteínas que sorbía Javier con una pajita. No debía gustarle demasiado, pero obediente y disciplinado, se las tomaba.

No había mucho lugar para las confidencias en aquellas visitas de escasos minutos en que un heterogéneo grupo de gente se reunía en torno a su cama. Pero eran las suficientes, en todo caso.
Era en esa segunda semana desde su ingreso. Solos los dos primos. Javier preguntaba a Jorge por su estado de salud. Y este supuso que no era solamente su situación física lo que le importaba.
- Estoy pasando una buena racha, Javier –declaró Brassens.
- Me alegro mucho –dijo en su apenas audible voz Arriaga-. Tú eres mi amigo.
- Sí. Nunca se sabe bien si entre nosotros es más la amistad que el parentesco, o al contrario –acertó a decir Jorge.
- Yo lo tengo muy claro –contestó muy rápidamente Javier.
- Sí –aceptaría Jorge-. En realidad, el parentesco es siempre una oportunidad para la amistad.
Y Javier Arriaga cabeceaba afirmativamente desde su posición inmóvil en la cama.

lunes, 7 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (141)

Bilbao, 8 de marzo de 2003.

Querida Lorsen:

Ha pasado ya una semana más, y a través de estas letras te refiero lo que creo que te puede interesar en lo que ha ocurrido.
Lo cierto es que mis días han sido –no me atrevo a decir que lo sean de manera definitiva- más apretados, más repletos de actividades. “A nada dices que no, a todo digo que sí”, eran las palabras de una canción de Pablo Milanés que me aplico de forma permanente. En todo caso puedo decirte que me encuentro algo más animado que la semana pasada, aunque eso no signifique prácticamente nada en especial.
El lunes 3, después de una comparecencia en la que tuve una –amable- disputa con el Consejero Azcárraga, vino mi amigo Eloy García a Vitoria, donde comimos con Mario Onaindía. La conversación resultó muy agradable y creo que Mario y yo tenemos una buena relación para el futuro. De momento sé que se va a Lanzarote a pasar la Semana Santa y que nos veremos en verano. Eloy está muy contento, pero como buen gallego descubre que nunca la realidad resulta perfecta, y cree que le están segando la hierba debajo de los pies, precisamente por el éxito que ha tenido con la publicación de su libro sobre Pocock, del que me ha regalado un ejemplar.
He recogido la última foto que nos hizo juntos Alejandro Aznar, de la que he recortado a Mónica Oriol y su hijo, y la he ampliado. Se la he dejado a Victoria Larrea para que le busque un marco adecuado, porque las dimensiones que ha adquirido no tienen cabida en ninguno convencional.
Luego me fui al cine, a ver una película sobre un hombre que se queda amnésico después de un golpe en la cabeza y que tiene que reconstruir su vida a los cincuenta y pico años. Cuando ya parece que lo ha conseguido descubre que estaba casado. Una vez que se reencuentra con su mujer esta le enseña los papeles del divorcio: ya no se entendían. Así que el hombre vuelve a Helsinki, con la novia que se había organizado perteneciente a una especie de “Salvation Army”. La posibilidad de reconstruir la vida –con o sin recuerdo- es siempre factible, pero los recuerdos condicionan más que las amnesias. No disponer de pasado supone a veces una suerte de tranquilidad para uno mismo. Estás ahí, tirado en medio de la calle, sin saber nada de ti, dispuesto a crear algo desde la nada. El personaje sólo tiene que luchar por su futuro, no se encuentra obligado a plantear batalla con sus recuerdos, esto es, asumir que ha vivido y que esa vida pasada le condiciona. Una vez que su propia historia le sale al encuentro y es consciente de que puede pasar la página sin problemas es ya un hombre feliz. Los papeles que le unían a su antigua mujer constituían su única obligación, que no memoria. Ya sólo le queda vivir.
El martes fui a la Seguridad Social de Las Arenas, para terminar con el papeleo de Pilar. Tenía todos los documentos, todos menos el carné de identidad de nuestra hija, que por lo visto se le exige a partir de los dieciséis años. Está todo resuelto, pero tengo que hacerle el DNI para que los beneficios de la operación sigan operativos después del 27 de agosto de este año. Tuve una reflexión acerca de la burocracia de los tiempos actuales: Una niña que apenas si puede moverse un metro –si la mueven- desde su cama hasta la silla, debe encontrarse identificada por el Estado. César -–el marido de Begoña, nuestra secretaria parlamentaria, que es Subdelegado del Gobierno en Álava- se ha movido para que se le prepare la documentación. Creo que el jueves que viene la haremos.
Fui a Molcris para que me enmarcaran las dos litografías de MOA, una lámina de Roy Lichtenstein y una hoja de un calendario de Tintin, con el capitán Haddock saliendo de su habitación –esta última para Juan Bas, que lo recibirá como un recuerdo tuyo-. El chico que está en la tienda me conocía y me preguntó mi nombre. Cuando le dije que te habías ido se quedó impresionado, aunque creo que últimamente trabajabas más con Pescador, en Las Arenas.
La lámina de Lichtenstein es una tira de “comic” que representa a una rubia por cuyas mejillas discurre un grueso lagrimón. Dice: “I... I’m sorry”. Viene a ser como una especie de recuerdo de tu despedida, aquel triste 27 de noviembre de 2002, cuando me preguntaste si te perdonaba, siquiera un poco.
El miércoles cené con Antonio Garamendi, con quien parece que ya he recuperado la relación. Se encuentra pletórico.
He hablado con Isabel Lorsen y con Patricia cuñada. La primera estaba muy contenta con la operación de su madre –se han pasado casi, o sin casi, veinte días en Estados Unidos- así que se encuentra muy cansada. Jorge y ella se van a esquiar hasta este próximo lunes.
He cerrado ya mi viaje a Huelva para la Semana Santa. Viajo a Sevilla el día de Jueves Santo, directamente desde Bilbao, donde me recogerá tu hermano. El lunes de Pascua me parece que regresan a Madrid y yo me quedaré en Sevilla, para pasar el día ahí y después coger el AVE hasta Córdoba, donde pasaré dos noches y un día. Patricia me ofrecía que me quedara en su casa de Madrid el resto de la semana de Pascua. Al principio le he dicho que sí, pero me lo he pensado mejor: Todos ellos están trabajando ya y prefiero volver a Bilbao, ver a Pilar y, ocasionalmente, irme lentamente a Burguete con Bécaud.
Hubo una cena con Nicolás Redondo y otras personas el jueves: Se pretende configurar una especie de “lobby” económico “anti PNV”. Hemos quedado para dentro de una semana. No sé si dará mucho juego el asunto.
Antonio Lorenzo me llamó desde Lanzarote: su suegra se encuentra mejor y es ahora María de los Ángeles la que se ha caído y se encuentra un tanto desanimada. Me va a hacer una gestión que me vendrá muy bien para el impuesto de sucesiones. Por otro lado, he intentado hablar con Josepe Irigaray para una cosa sobre Burguete, pero aún no nos hemos puesto en contacto.
Ayer tuve cuatro o cinco intervenciones en el Pleno del Parlamento, que quedaron relativamente bien. Después cené en casa de Antonio Garamendi. Estaban María –su mujer-; Marcelino Oreja Arburúa –que ha sucedido en el Parlamento Europeo a Ana Palacio-; Telmo Casla –hermano de Íñigo- y su mujer, una chica de Palma de Mallorca, alta y guapa, pero me parece que relativamente poco introducida siquiera en su isla natal e Inés Chalbaud –sobrina nieta de mi tía Begoña Chalbaud-. Tanto esta como “Marce” asistieron sin sus parejas, cosa un tanto extraña. La verdad es que le encuentro al Oreja bastante atrapado por su familia política: ni siquiera tiene llave de la casa de su suegra, donde pasa los fines de semana. Una vez que terminó la cena se marchó corriendo, y eso que tiene fama –por lo que contaron- de haber sido un “juergas” bastante notable. Cuando tomamos una copa Garamendi se explayó en contra de Enrique Portocarrero –por lo visto le reprochaba que no le había dejado entrar en el Círculo de Empresarios, pretensión que me parece una cierta osadía por parte de Antonio-. Por lo demás creo que esta persona tiene aún que ser consciente del límite de sus posibilidades, que son las que son. María es una chica muy lista, sabe cómo llevar las cosas y desvió oportunamente la conversación, aunque Antonio ya estaba con copas y no se encontraba dispuesto a parar. María quería volver a visitar a Pilar–parece que ahora tiene un trabajo que se lo permite- y le dije que le preguntaría a la niña.
Esta mañana he ido a ver a nuestra hija. No se encontraba muy bien, porque debe estar algo obstruida y no hace cacas. Le había llevado las fotos que nos hicieron los Aznar para empezar con el álbum, pero no le interesaba en absoluto la cosa. Sólo ha puesto atención cuando le he hablado de María Acha, y me ha contestado que sí, que está dispuesta a que vaya a verla. Luego ha tomado un zumo de naranja y el Dufalac –no sé si se escribe así- a ver si se libera. Por lo demás se encuentra bien y su enfado viene de su malestar general.
He recogido a Bècaud, quien se encuentra conmigo cuando escribo estas letras. Tu padre estaba dispuesto a que me quedase a comer. Le he dicho que no tengo problema nunca si me avisa con antelación. Gaby me ha venido a decir que se encuentra regular, pero estaba saliendo con su perra y no he podido hablar apenas con ella. Quizás mañana, cuando le lleve una nueva maleta con ropa tuya tenga ocasión de saber algo más.
Podría rellenar muchos folios más si mi pretensión fuera la de contarte todo lo que he hecho, pero me he contenido sólo con lo que creo que te puede interesar.

Hasta la próxima, guapa.

viernes, 4 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (140)

Sin esperar a que le invitara a sentarse, Leoncio Cardidal lo hizo en una cómoda butaquita que Sotomenor tenía delante de su mesa de despacho. “Esto es otra cosa que el potro de tortura que tiene Jacobo Martos”, pensó.
- ¿Qué pasa? –preguntó con su laconismo habitual su interlocutor.
- Te supongo al corriente de lo que está sucediendo en la Junta de Distrito –dijo Cardidal para evitar una explicación más pormenorizada en el caso de que esta no fuera necesaria.
- Bueno. El servicio de orden ya me ha contado la movida de la reunión…
- Pero lo que no sabes es lo que ha ocurrido en la reunión que he tenido con Martos –continuó el Consejero de Interior.
- También lo sé –afirmó con desgana Sotomenor.
Leoncio Cardidal le contempló atónito.
- ¡No me digas que le has puesto micrófonos!
- Es mi obligación. Tengo que saber lo que pasa –contestó con aplomo Sotomenor.
Bueno. Ahora tenemos que establecer una estrategia –anunció Cardidal un tanto desconcertado.
- Sí. Hay que evitar la convocatoria de la próxima Junta –resumió Sotomenor.
- Eso me preocupa menos –dijo Cardidal-. Lo que tenemos que suspender es la asamblea de distrito.
Sotomenor negó con displicencia moviendo la cabeza.
- ¿No te das cuenta de que es la Junta la que convoca a la asamblea? Lo que tenemos que hacer es desconvocar la Junta.
Habían sido dos las tentativas de Cardidal por tomar el control de la conversación, las dos carentes de éxito. Rendido a la evidencia sólo pudo formular una pregunta.
- ¿Y cómo lo hacemos?
- Acabo de preparer un decreto de estado de emergencia por causa de la posible epidemia de peste en el barrio –explicó-. Toda la actividad política queda suspendida hasta nueva orden y en ausencia de órganos de dirección de distrito la máxima autoridad la tenéis el Consejero de Sanidad y tú.
- Matritense… -comentó casi para sus adentros Cardidal.
- Santiago Matritense, sí –respondió Sotomenor-. En un par de semanas la cuestión será sólo de orden público. Ese chalado de Matritense habrá fracasado y tú te quedarás con todo el poder.
- ¿Y si no es así? Matritense es un demagogo.
Sotomenor volvía a negar con gesto de desprecio.
- No tiene medios. Esta crisis le va a superar. Cuestión de tiempo.
Cardidal pasaba de la sorpresa a un cierto ensimismamiento.
- ¿Qué haría yo sin ti? –dijo por fin.
- Cagarla, seguramente –respondió Sotomenor dibujando en su rostro una sardónica sonrisa.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (139)

Y las visitas se producían con el cariño y la inteligencia de algunos, como su tía Carolina –Carol- Lope de Rueda, que junto a la cama de Javier decía a este:
- Vendré a la clínica, sobrino. Y si te puedo ver estará fenomenal, pero si estás descansando no me importará nada, porque yo te siento. Del otro lado del tabique sabré que estás ahí, reponiéndote y a través de esa pared te mandaré un beso muy grande.
Muy en Lope de Rueda, Carol, había dado con la cuestión. No se trataba de verle a cualquier costa, de exprimir de él una palabra que ya él no pudiera expresar, de agotar sin necesidad alguna al paciente… Porque, en una u otra parte de esa clínica, desde tu propia casa o tu oficina, llevábamos muy dentro a Javier, con ese dramatismo que tienen los finales de las vidas, pero también con esa paz que él mismo nos estaba transmitiendo a todos.
Y es que el caso de Javier Arriaga era muy similar al de Pilar Brassens, la hija de Jorge. Con la diferencia de que, en este último caso, se había tratado de toda una vida hospitalizada, de manera que esa ejemplaridad que ofrecía Javier, singularmente en esos días, se producía en la niña a lo largo de casi 21 años. Y cada una de las visitas que le hacía a su hija –y fueron muchísimas en esos 20 años- Jorge Brassens, que marchaba al hospital con esa falta de naturalidad que supone el solo hecho de visitar a su hija en un establecimiento sanitario –hay cosas a las que uno no se puede acostumbrar jamás- y volvía de esa visita reconciliado consigo mismo y valorando más las cosas más simples que ofrece la vida. Como decía el primo de Pilar Brassens a su padre:
- No entiendo que la prima Pilar, teniendo tan poco, sea tan feliz.
Claro que el chico volvía enseguida a reclamar una play station para la inmediata Navidad.

Muy poco después de la visita de su tía Carolina, Javier se depedía de sus hijas. Les decía que no debían tener miedo a la vida, sino confianza en lo que esta les pudiera traer. Se lo decían a Jorge Brassens con la simplicidad con que se dice que la mañana está fría y que tal vez se produzca una nevada en Madrid mucho antes de que el invierno se encuentre en plena efervescencia. Aún así resultaba magnífico, por lo que supone salir de esta vida sabiendo lo que dejas detrás: tu mujer, tus hijas, que necesitarían de ti mucho tiempo más, quizás todo el tiempo que las puedas dedicar. Decir adiós, desprenderte de ese lazo eterno, ofrecer ese beso final detrás del cual se te va la vida –como en los versos de Leopoldo Lugones.
No debía resultar fácil. Pero Jorge imaginaba a su primo con esa serenidad que ahora le acompañaba, eligiendo las palabras más cercanas, expresando más el consuelo que la tristeza, sin lágrimas que desbordaran en sus ojos la torrentera que tantas veces se habría producido en sus momentos de soledad. Entero, firme digno.
Y la verdad era que impresionaba la sola observación de ese cuerpo delgado, débil; sus ojeras marcadas, sus ojos que parecían lo único verdaderamente libre de ese organismo. Un solo hombre confrontado a la certeza de su muerte. La cabeza perfecta, el corazón fuerte… y el resto, un monumento al deterioro.
¿Cómo estaría por dentro Javier Arriaga? El hígado destrozado, le decían a Jorge; el tumor se perfila ya en el cerebro, le contaron después. Aún así no había afectado a su inteligencia, a su conocimiento de las cosas y de la gente.
Y ya no se luchaba contra el cáncer. Sólo se trataba de cuidados paliativos, de morfina para los dolores. Toda la que fuera necesaria para que no sufriera, pero tampoco es que tuviera necesidad de unas dosis excesivas de este calmante.
Y la quimioterapia, que le dejaba el cuerpo materialmente hecho un rastrojo de sarpullidos y picores. Le daban una crema de aloe vera que le suavizaba los ardores, pero que le volvían con la misma pertinaz frecuencia y con la sensación de que ya no le abandonarían jamás. Que sólo se irían con la muerte.

martes, 1 de marzo de 2011

Intercambi de solsticios (138)

Bilbao, 1 de marzo de 2003.

Querida Lorsen:

Empezaré por recordar la fecha de hoy –o, mejor dicho, la de ayer-. Ya han pasado tres meses desde que te fuiste. Para la gente el tiempo pasa rápido, pero ese tiempo ha sido larguísimo en mi caso. Vivir sin ti, aunque apenas fueras muchas veces algo más que un ser durmiente, al otro lado de mi cama, me resulta muy difícil. Esa expresión tristona que me produce el ojo sin visión creo que se prolonga en mi interior, y es la propia amargura causada por tu distancia la que se asoma a mi cara y apenas me permite una sonrisa simpática, una ironía o un toque de mordacidad. Las cosas me preocupan menos que antes y a veces tengo la sensación de encontrarme flotando en un mundo que ya no me pertenece, como si fuera poco más que uno de esos globos que se desprenden de la insegura mano de una niña –tú por ejemplo, que nunca superaste tu infancia- y se pierden en el aire. Te pondré un ejemplo: El otro día vinieron Sus Majestades los Reyes a Bilbao, a inaugurar una obra auspiciada por el Gobierno Vasco. Esperé a tener la oportunidad de saludar a Don Juan Carlos y así lo hice, consciente de que así cumplía con mi obligación de español y de monárquico. Pero ya no tengo nadie a quien le impresione el gesto, ya no estás tú para obligarme a repetirte lo que me dijo una y mil veces. La vida se ha convertido para mí en una mera sucesión de acontecimientos –unos buenos, regulares o simplemente negativos los otros- que cubro con la mejor intención. Pero no queda ya mucho fuelle dentro de mí. Casi todo se parece al actor que presta su figura y su voz al personaje, pero que, sentado en su camerino, contemplando su cara para maquillarla ante el espejo, se da cuenta que ni siquiera existiría si no fuera por el personaje. Jorge Brassens fue la persona que tú descubriste, que tú creaste y que yo mismo creí que existía verdaderamente. Hoy me siento ante el ordenador para escribir que no sé muy bien si soy, después de todo; si mi vida no se ha convertido en la de un mero autómata que vive a base de reuniones y urgencias, come para mantener un tenue hilo de relación con su maquinaria orgánica –por cierto, todo el mundo me dice que he adelgazado- y duerme, cansado ya de tanta actividad, y gracias a la inevitable pastilla de “Dormodor” que me receta mi hermana Teresa.
Este pasado lunes, Chelo Aparicio nos reunió a Santiago González, a Florencio Domínguez –el periodista que más sabe de ETA- y a mí, para comer. Chelo –perdona que me repita- se parece bastante a una canción de Georges Brassens: “La femme d´Hector”, que se convierte en la mujer imprescindible para los amigos que se lo están pasando mal, que tienen alguna necesidad de afecto. Hablamos de muchas cosas, y descubrí lo que en casi todas partes: que el ambiente está muy mal, que la sensación es negativa allá por donde vayas. La gente, nuestra gente, ha perdido la ilusión y sigue donde está a veces porque simplemente no tiene otro sitio donde ir a parar. Personajes en busca de autor, como decía Pirandello, simples representaciones de nosotros mismos, de lo que un día fuimos y ya no volveremos a ser nunca. Me recuerdan –recuerdo- a lo que me contaba Josemari Areilza –el Conde de Motrico- de cuando un grupo de jóvenes fueron a visitar a Gregorio Balparda a principios de la República. “Es preciso levantar una bandera de moderación, de orden...”, le decían. “Esa es ya una ocupación de ustedes –les contestaba-. Lo que tenía que hacer lo he hecho ya”. Y nosotros somos aún conscientes de que todavía nos queda algo por hacer, pero estamos en el fondo tan desanimados como Balparda. Psicológicamente nos vemos más en el final del corredor –que quizás ni siquiera disponga de salida- y nuestros torpes pasos siguen avanzando sin saber hacia dónde se dirigirán concretamente.
El martes fui a ver la exposición de arte “pop” que se ha montado con carácter de itinerante en el Guggenheim. Había cosas de Warhol que te hubieran encantado. Un cuadro de Roy Lichtenstein describe a una mujer rubia que dice: “I... I’m sorry”, en tanto que un lagrimón le cae por una de sus mejillas. Me ha recordado tanto a ti, a tu sentimiento de hace tres meses, cuando decidiste que era mejor abandonar este cochino mundo, que fui a buscar un póster, pero no lo tenían. Por suerte, Álvaro Chapa me ha regalado el catálogo de la exposición y el cuadro está reproducido en una de sus páginas. Lo voy a enmarcar como si fuera otro recuerdo más que te dedico.
Después me reuní con Zuloaga, el de “Bakea Orain” cuya mujer comió contigo en una ocasión, me parece que en el “Rio Oja”, del Casco Viejo. Me habló de ti. Su mujer estaba muy impresionada por tu muerte. Le habías gustado por tu forma de ser y estuvieron en tu funeral. Yo no les llegué a ver. Zuloaga me presentó una propuesta que no puedo aceptar. Se trata de un desplegable que era bastante incorrecto, hasta que ha admitido las correcciones que le planteé. Pero queda una todavía que convierte al escrito en inútil para nosotros: “Hay que hablar con todos”, viene a decir. ¿Y qué tenemos nosotros que hablar con nuestros asesinos? ¿qué conversación podría mantener yo con el tipejo que controlaba tus paseos con Bècaud de lunes a jueves, hacia el caer de la tarde? ¿qué puedo yo decirle al que te llamaba para amenazarte de muerte? Todavía, en el campo del nacionalismo mejor intencionado, existe una ausencia cabal de comprensión de lo que verdaderamente nos ocurre en este país: no son capaces de ponerse en nuestro lugar. Y, en consecuencia, sólo saben hacer piruetas más o menos graciosas por si les acompaña en alguna de ellas el favor general del público.
El día siguiente saludé al Rey. Dijo que se acordaba de mí. Y por lo visto los borbones tienen buena memoria de las caras. Pero seguramente he adelgazado –no es que quiera dolerme en la insistencia-, me he puesto gafas y mi expresión se ha apagado.
Después comí con Juan Basabe. No lo había hecho en meses. Se van a separar una vez que Ángela acabe unas oposiciones que está haciendo. Ya tiene previsto incluso compartir un piso bastante grande con un amigo. No se trata sólo de palabras, la decisión está tomada. Por mi parte le he trasmitido que quiero que sigamos viéndonos, que las noches también las tengo libres para cenar... Espero que sí, que siga contando en Juan con un buen amigo, a pesar de sus dificultades de tiempo.
Le había invitado a Gaby al “Cirque du Soleil”, pero su operación la tenía postrada en cama durante siete días. Mi madre, que al principio aceptó, luego me llamó diciéndome que se encontraba mal –en realidad, que no le apetecía mucho la hora y el follón de gente. ¿Qué quieres que te diga? Al principio me sentó mal, pero luego he comprendido que es su forma de ser simplemente-. Teresa no podía y, al final, Eugenia me acompañó. De lo contrario me hubiera quedado en casa. Había mucha gente. Cristina Uruñuela, por ejemplo, que me dijo que se habían acordado mucho de mí, aunque no me hubieran llamado, y que les llamara yo para cenar entre semana. Estuve muy claro: “Yo no voy a llamar a nadie. No sé si me comprendes, pero no me quiero convertir en el amigo-viudo-pesado-que-no-deja-en-paz-a-la-gente. Si queréis verme, llamáis. Si tengo un hueco en la agenda es vuestro”. Cristina insistía en que llamara, yo en lo contrario. Gonzalo estaba ahí, en medio de la gente, con una media sonrisa en la boca. Pilar hermana me presentó a Javier Riaño, el de Bilbao-Arte, que me dijo: “A tu mujer la conozco”. No le conté que habías muerto. Efectivamente es hermano de Iñaki, el compañero mío en el Colegio de los Jesuitas. El espectáculo estuvo muy bien, pero el que vimos tú y yo con mi madre fue bastante mejor. Por lo que me dijo Eugenia este era el primero de los que hicieron y se nota que después han progresado.
El jueves vino Jaime Larrinaga a dar una charla en el PP de Getxo. Después de que hablara pedí la palabra para decirle que aguantara, que los nacionalistas excluyentes no tienen salida y que si nos mantenemos en nuestro sitio ganaremos. Comprendía su soledad en una iglesia de nacionalistas, o sordos o mudos. Pero era imprescindible que él, precisamente él, aguantara. La gente aplaudió mi intervención.
Después cené en casa de tu padre con Kelly, Gaby y él. Resultó muy agradable, pero no sé qué pusieron en el “pudding” de pescado que pasé una noche bastante lamentable, levantándome tres veces para ir al cuarto de baño, con descomposición. Ignacio Cervera está bajo de glóbulos blancos, a pesar de que está haciendo un esfuerzo por mejorar, pero no pierde el ánimo en absoluto. Dolores, Isabel y Jorge –no sé si Frtiz- han vuelto de Estados Unidos, con una muy buena impresión –según Fortu y Kelly-. Liz Lipperheide y Paco Zayas están en casa, este último peor que su mujer.
El hijo adoptivo de Antonio y Esperanza –Marcio- es como mínimo mulato... ¡Pero... qué cosas tengo! ¡Si eso es moneda corriente en tu familia!

Un beso.